Hermanos, el camino del hierro no está exento de pesares.
Tener siempre una meta que no puedes alcanzar es una estupenda forma de motivarse pero también de deprimirse.
Abandonar es abandonarse uno, rendirse a la desidia y especialmente a las excusas. Que existen, están ahí, algunas son evitables y otras son estupendas.
Pero un día la vida te pone a prueba. Un tropiezo, una mudanza, una pachanga con chavales a los que sacas 10 años y te das cuenta de que, oh Señor Jesucristo Cachas, todo este calvario ha valido la pena y las mamadas al vecino son el único camino a la GLORIA.
En los últimos meses estoy harto de ver a gente que ya no podrá volver a hacer una mamada al vecino. Ni con toda su voluntad, ni con roids facilitados por un facultativo.
Parones, rachas malas, pasos atrás, lesiones... Tenemos una lista de razones por las que flagelarnos. Pero no se puede uno olvidar de agradecer haber seguido los pasos dados que han sumado lo que han sumado y que te mantienen en una condición muy superior a la media. Por muchos crujidos que tengas, por mucho que hayas perdido desde aquel récord personal.
Competir motiva un montón, pero cuando se pierde en un deporte individual es moralmente mucho más duro. Y cuando se gana también porque es más solitario. La sala de pesas como medio es cojonuda, como fin puede ser alienante y requiere de más fortaleza mental que física.