cantaneitor
Forero del todo a cien
- Registro
- 20 Ene 2007
- Mensajes
- 145
- Reacciones
- 1
Bueno debido al enorme éxito de mi dos relatos anteriores, aquí vuelvo a deleitaros con mi prosa con un relato basado en una canción de los Def Con Dos... espero q os guste:
Blanco humano, blanco perfecto.
Para lo que yo necesitaba hacer debía librarme de aquel individuo. Después podría ir entregarme a la policía o esperar que cualquier sicario de segunda me pegase un tiro. Esperando a que saliera a la plaza, junto a la iglesia, recordé lo acontecido el día anterior.
Como de costumbre llegué tarde a la oficina, la noche anterior había sido intensa en el bar de Marcus. La resaca se mezclo con el primer trago de mi petaca rellena con whisky barato. Abrí la puerta en la que se leía el cartel de bienvenida que con tantas esperanzas puse unos meses antes: “Carlo Stralker, Detective privado”. No pensé que el negocio iría tan mal, si lo hubiese sabido habría aceptado aquel trabajo en los muelles; mi orgullo me lo impidió, pero mi orgullo no me daba de comer. O más bien, de beber. El caso es que entré a mi oscura oficina y allí estaba tras la mesa, con su sombrero de ala ancha beig, a juego con su impecable traje, Risto “el cicatriz”, mi ex compañero en la policía.
Solo con verlo se notaba que, tras ser expulsados del cuerpo, él había escogido mejor. Un camino menos correcto pero más fructífero. Me invitó a sentarme en la silla de los clientes y acercó su cara para susurrarme algo. En la semipenumbra descubrí una cicatriz nueva en su tez, del ojo derecho hasta el final de la ceja, otra más.
- Hola Carlo, veo que el negocio no va muy bien. – me dijo con aquella voz ronca.
- Los detectives no tenemos muy buena fama por aquí y tus jefes no ayudan mucho a nuestra reputación. –Tras salir de la policía, Risto, consiguió acercarse a un capo de la vieja escuela. Poco a poco fue ganando su confianza hasta que, poco tiempo después, consiguió convertirse en su mano derecha. El capo no era, ni más ni menos, que Franki “el Doctor”. Apodado así por la profesión que regentaba antes de que su mujer e hija fueran asesinadas erróneamente por la banda del “Búho”. Tras el incidente, el viejo Sonny le prestó ayuda para terminar con los criminales que acabaron con su familia. Se metió demasiado en el ajo y acabó por gustarle aquello: dinero fácil y poder. Sonny lo acogió y cuando este murió, Franki se hizo cargo de la familia. Un mal pájaro, sin duda.
- ¿Qué te trae por aquí, Risto?, no creo que hayas venido a regocijarte por mi fracasado empleo.
- Sabes que no me gusta decir esto; pero te lo advertí. Te dije que te vinieras conmigo, el lado del que estás no te traerá más que pobreza. – dijo esto con una mueca; Dios como odiaba aquel gesto.
- Por lo menos yo vivo más tranquilo. Sin miedo a que nadie me vuele la cabeza en medio de la calle. Puedo recibir alguna paliza de algún marido cabreado tras descubrirle alguna amante, pero sé defenderme.
- Eso era hasta ahora, amigo. Por eso he venido. – Se retrepó en mi sillón y siguió hablando. El gesto relajado le había cambiado, parecía preocupado.
- ¿Qué pasa Risto?
- Verás. Seguro que te acuerdas del “caso de la apuestas de la casa Conrad”.
Como no me iba a acordar. Ese caso fue el motivo principal de que me expulsaran de la policía. Risto se lo había ganado a pulso día tras día debido a su extrema violencia y sus “beneficios” en las redadas. Pero yo no, me había ganado a pulso la fama de honrado y limpio; solo miraba para otro lado cuando “el cicatriz” cometía algún abuso. Nunca lo delaté, ni lo haría ahora, pues a pesar de ser como era, me salvó el culo muchas veces, igual que yo a él. Era muy bueno en su trabajo. Pero en el “caso Conrad” cometí el mayor error de mi vida. No me limité a mirar. Era mucho dinero y Emma quería una casa más grande. Estábamos pasando una mala racha y pensé que consiguiéndole ese maldito capricho los ánimos se calmarían. La cosa se puso fea y asuntos internos nos pescó. Conseguimos evadir la cárcel, pero yo perdí mi trabajo, mucho dinero y a Emma. Una mala elección.
-Carlo, "el Doctor" ha recibido un chivatazo y sabe que fuimos nosotros los que hicimos la redada en su local. Yo las he pasado canutas, pero he logrado que aceptase mi dinero para compensar el agravio. Lo ha hecho pero me ha dejado sin un centavo. A ti he intentado ayudarte, pero dice que si no hay pasta, mañana dormirás con los peces.
- Pero de eso hace un año ¿quién ha podido dar el soplo ahora?
- No lo sé, pero te juro que como lo coja, ese bastardo se va a tragar su propia lengua. – dijo Risto golpeando con los puños cerrados la mesa.
- ¿Cuánto quiere?
- Veinticinco de los grandes…
- ¿Veinticinco mil dólares? ¿De dónde voy a sacar tanto, si apenas puedo pagar el alquiler de la oficina?
- Joder, no lo sé, Carlo. Yo te lo dejaría, ya lo sabes, pero el cabronazo me ha dejado seco. Solo puedo avisarte para que hagas algo. Huye o pídele el dinero a alguien, pero yo no te he dicho nada. – Tras decir esto el “Cicatriz” se levantó y se alejó hacia la puerta. Cuando pasó por mi lado puso su mano en mi hombro y apretándola me dijo: “Lo siento amigo, te aseguro que he hecho todo lo posible, pero no te ha querido dar más tiempo. Dice que está atando cabos sueltos y tú eres uno de ellos. Suerte, compañero”. Sin más, me soltó y se fue.
Que iba a hacer. No tenía dinero para marcharme a otro lado y nadie querría volver a prestarme dinero. Pago mal y tarde, y eso se sabe en la ciudad. Podría empeñar algo del apartamento, pero no creo que sacase más de doscientos dólares. Le di vueltas todo el día a la conversación en busca de soluciones. El alcohol me ayudó a descubrir la única posible. Tenía que acabar con “el Doctor”. Acabar con un jefe mafioso era difícil y, de ser descubierto, me torturarían como un cerdo antes de matarme; pero yo ya estaba muerto. No tenía nada que perder. Si lo lograra, el revuelo sería tal que nadie se acordaría de un insignificante detective y mucho menos me acusarían a mí: un pobre desgraciado.
Tras darle muchas vueltas, encontré la forma. Fui al conflictivo barrio sur, necesitaba comprar un rifle francotirador. Fui directo a por Jimmy “Rosas”. Sabía que trabajaba solo y me conocía de mi antiguo oficio; confiaba en mí pues sabía que había sido compañero de Risto y éste había hecho negocios con él. Me llevó a su almacén y me ofreció un SVD , el semiautomático Dragunov. Directamente traído desde Rusia, no era demasiado preciso pero a menos de 600 metros no solía fallar. No hizo preguntas, solo me dio un precio. Yo no podía pagarlo por lo que tuve que hacer lo que nunca quisiera haber hecho. Cuando se giró para guardarlo en la caja, saque mi Ruger 9 mm y le disparé en la nuca. Fue un disparo limpió; lo cual no evitó que me diese la vuelta y echase hasta la primera papilla. Jimmy confiaba en mí y yo le había traicionado. Era necesario, no podía pagar los dos mil dólares que me pedía y tampoco podía dejar testigos. Me sentí fatal por aquello, pero no podía hacer nada. Cogí munición y el maletín, y me largue sigilosamente de aquel maldito lugar.
Allí estaba, al día siguiente, en una azotea de la plaza de San Cristóbal. Desde ella podía divisar sin problemas la iglesia del mismo nombre, el pequeño parque infantil “Dawson” y los restaurantes más caros de la ciudad; todos allí reunidos. Hacía bastante rato que Frankie había entrado al “Galaxian”. Era un restaurante con clase, a trescientos dólares el cubierto, para gente influyente bien situada que amasaba fortuna a la sombra de los amigos de siempre: cerdos con dinero, podridos, corruptos y mafiosos; que besaban la mano del cura, sobornaban a la pasma, traficaban con armas y, después, se hacían la foto con la autoridad. Tenía que acabar con él, no podía dudar. No era muy ducho en el manejo de aquellos tipos de rifles pero en unas vacaciones, en un campamento militar para adultos, maneje alguno contra blancos de cartón-piedra. Sería difícil fallar. Monté el rifle, ajuste la mira, lo apoyé en mi hombro y cargué la munición. Mascando tabaco esperé paciente a que asomará “el Doctor”. Pasados unos minutos que me parecieron eternos, apareció rodeado de sus guardaespaldas. Risto no estaba; estaría haciendo algún trabajito.
Allí estaba. Le apunté; sentía el gatillo picando en mi dedo, lo notaba. Apreté y le encaje un disparo certero entre ceja y ceja, que borró de golpe, de un solo balazo, lo que tenía de sucia y de falsa esa sonrisa de candidato. Una vez hecho, se montó un gran revuelo en la plaza. Todo el mundo miraba para todos lados, pero yo ya estaba escondido recogiendo el arma. En pocos minutos salí con la maleta por la puerta de atrás del edificio y me alejé en mi coche. Paré en el lago “Washington” y tiré el equipo. ¿Podría respirar tranquilo?
Fui al bar de Marcus, estuve allí toda la tarde y, bien entrada la noche regresé a casa. Al día siguiente todos los periódicos hablaban del evento. Se montó un revuelo como nunca había visto. Uno de los jefes de la mafia había sido asesinado por no se sabe quién. En todos los diarios se especulaba con que había sido una familia u otra; pero no había consenso. Ninguno me mencionó, ¿cómo iban a saberlo? En lo que si había consenso era en cual iba a ser su sustituto: Risto “el cicatriz”. No me fue difícil darme cuenta de lo sucedido; ese bastardo me había engañado. Frankie ni siquiera se molestaría en buscarme, era insignificante. Había caído en la trampa de Risto como un principiante. Debía ir a la oficina y coger mis últimos ahorros; había que desaparecer, a “el cicatriz” también le gustaba atar cabos, y yo era uno muy gordo.
Llegue raudo al lugar. Era tarde, alguien había vuelto a forzar la puerta. Saqué mi pistola y entré. Detrás de la puerta surgió mi ex compañero; me pilló desprevenido. Me apuntaba a la cabeza por lo que tuve que darle mi arma:
- Tranquilízate Carlo.
- ¡Maldito bastardo!, me has engañado y ahora vienes a callarme ¿no es cierto? –dije furioso.
- Te equivocas –comentó tranquilo. Para mí eres un hermano y nunca te haría daño. Simplemente has hecho algo beneficioso para los dos; nuestro último trabajo.
- ¿Beneficioso? Estoy muerto y bien lo sabes. La gente se hará preguntas. Seguro que alguien me vio y al final cualquiera cantará. – me encontraba en un estado frenético.
- Ya han cantado, amigo. Está mañana, uno de mis hombres habló con un testigo que te vio salir del almacén del mal logrado Jimmy, cargado con la maleta típica que “Rosas” utilizaba para sus rifles. También nos enteraremos por otras fuentes de que una señora vio a un hombre que se ajustaba a tu descripción, salir del edifico “Copolla” poco después de la muerte de Frankie. El individuo llevaba un maletín muy similar al que habías robado tú. Todo encaja.
- Has amañado todo para que no sospechen de ti. Estoy jodido. ¿Por qué yo?
- Porque tienes motivos, ya que me encargué de falsificar el rumor de que le debías un dinero que no podías pagar al jefe y, además, no perteneces a ninguna familia; por lo que esto no va a suponer una guerra entre las bandas. Con eliminarte a ti, bastará. De hecho, mañana por la mañana yo mismo te mataré y tiraré tu cuerpo al “Washington”. Te reventaré la cara hasta hacerla irreconocible de varios disparos y mostraré tu cuerpo a los otros jefes. -¿Por qué mañana? Te preguntarás. Pues porque mientras que despedimos en el cementerio a Frankie, tu vas a coger este maletín con veinticinco de los grandes. Vas a coger el coche que está en el callejón de atrás y vas a ir, sin pasar por tu casa, al aeropuerto de Detroit, que está a unos trescientos kilómetros. Vas a comprar un billete y a empezar una nueva vida en Europa, Canada o donde sea; pero lo más lejos posible. Porque si te descubren a ti, me descubren a mí y los dos estaremos muy jodidos. Si haces bien las cosas, como hasta ahora, tu vida puede cambiar para bien. La mía ya lo ha hecho.
Sin decir más, Risto me puso la mano en el hombro y me dijo antes de irse: “Eres mi único amigo, te deseo suerte; la mereces”.
Estaba estupefacto. Abrí la caja fuerte y saqué el poco dinero que tenía. Salí al callejón y allí estaba el coche con las llaves puestas. Me marché camino de Detroit. No me quedaba más remedio que pasar por el cementerio. Allí pude ver a miembros de todas las familias ataviados con sus caros trajes. Algunos lloraban, otros reían; yo no sabía que hacer.
Blanco humano, blanco perfecto.
Para lo que yo necesitaba hacer debía librarme de aquel individuo. Después podría ir entregarme a la policía o esperar que cualquier sicario de segunda me pegase un tiro. Esperando a que saliera a la plaza, junto a la iglesia, recordé lo acontecido el día anterior.
Como de costumbre llegué tarde a la oficina, la noche anterior había sido intensa en el bar de Marcus. La resaca se mezclo con el primer trago de mi petaca rellena con whisky barato. Abrí la puerta en la que se leía el cartel de bienvenida que con tantas esperanzas puse unos meses antes: “Carlo Stralker, Detective privado”. No pensé que el negocio iría tan mal, si lo hubiese sabido habría aceptado aquel trabajo en los muelles; mi orgullo me lo impidió, pero mi orgullo no me daba de comer. O más bien, de beber. El caso es que entré a mi oscura oficina y allí estaba tras la mesa, con su sombrero de ala ancha beig, a juego con su impecable traje, Risto “el cicatriz”, mi ex compañero en la policía.
Solo con verlo se notaba que, tras ser expulsados del cuerpo, él había escogido mejor. Un camino menos correcto pero más fructífero. Me invitó a sentarme en la silla de los clientes y acercó su cara para susurrarme algo. En la semipenumbra descubrí una cicatriz nueva en su tez, del ojo derecho hasta el final de la ceja, otra más.
- Hola Carlo, veo que el negocio no va muy bien. – me dijo con aquella voz ronca.
- Los detectives no tenemos muy buena fama por aquí y tus jefes no ayudan mucho a nuestra reputación. –Tras salir de la policía, Risto, consiguió acercarse a un capo de la vieja escuela. Poco a poco fue ganando su confianza hasta que, poco tiempo después, consiguió convertirse en su mano derecha. El capo no era, ni más ni menos, que Franki “el Doctor”. Apodado así por la profesión que regentaba antes de que su mujer e hija fueran asesinadas erróneamente por la banda del “Búho”. Tras el incidente, el viejo Sonny le prestó ayuda para terminar con los criminales que acabaron con su familia. Se metió demasiado en el ajo y acabó por gustarle aquello: dinero fácil y poder. Sonny lo acogió y cuando este murió, Franki se hizo cargo de la familia. Un mal pájaro, sin duda.
- ¿Qué te trae por aquí, Risto?, no creo que hayas venido a regocijarte por mi fracasado empleo.
- Sabes que no me gusta decir esto; pero te lo advertí. Te dije que te vinieras conmigo, el lado del que estás no te traerá más que pobreza. – dijo esto con una mueca; Dios como odiaba aquel gesto.
- Por lo menos yo vivo más tranquilo. Sin miedo a que nadie me vuele la cabeza en medio de la calle. Puedo recibir alguna paliza de algún marido cabreado tras descubrirle alguna amante, pero sé defenderme.
- Eso era hasta ahora, amigo. Por eso he venido. – Se retrepó en mi sillón y siguió hablando. El gesto relajado le había cambiado, parecía preocupado.
- ¿Qué pasa Risto?
- Verás. Seguro que te acuerdas del “caso de la apuestas de la casa Conrad”.
Como no me iba a acordar. Ese caso fue el motivo principal de que me expulsaran de la policía. Risto se lo había ganado a pulso día tras día debido a su extrema violencia y sus “beneficios” en las redadas. Pero yo no, me había ganado a pulso la fama de honrado y limpio; solo miraba para otro lado cuando “el cicatriz” cometía algún abuso. Nunca lo delaté, ni lo haría ahora, pues a pesar de ser como era, me salvó el culo muchas veces, igual que yo a él. Era muy bueno en su trabajo. Pero en el “caso Conrad” cometí el mayor error de mi vida. No me limité a mirar. Era mucho dinero y Emma quería una casa más grande. Estábamos pasando una mala racha y pensé que consiguiéndole ese maldito capricho los ánimos se calmarían. La cosa se puso fea y asuntos internos nos pescó. Conseguimos evadir la cárcel, pero yo perdí mi trabajo, mucho dinero y a Emma. Una mala elección.
-Carlo, "el Doctor" ha recibido un chivatazo y sabe que fuimos nosotros los que hicimos la redada en su local. Yo las he pasado canutas, pero he logrado que aceptase mi dinero para compensar el agravio. Lo ha hecho pero me ha dejado sin un centavo. A ti he intentado ayudarte, pero dice que si no hay pasta, mañana dormirás con los peces.
- Pero de eso hace un año ¿quién ha podido dar el soplo ahora?
- No lo sé, pero te juro que como lo coja, ese bastardo se va a tragar su propia lengua. – dijo Risto golpeando con los puños cerrados la mesa.
- ¿Cuánto quiere?
- Veinticinco de los grandes…
- ¿Veinticinco mil dólares? ¿De dónde voy a sacar tanto, si apenas puedo pagar el alquiler de la oficina?
- Joder, no lo sé, Carlo. Yo te lo dejaría, ya lo sabes, pero el cabronazo me ha dejado seco. Solo puedo avisarte para que hagas algo. Huye o pídele el dinero a alguien, pero yo no te he dicho nada. – Tras decir esto el “Cicatriz” se levantó y se alejó hacia la puerta. Cuando pasó por mi lado puso su mano en mi hombro y apretándola me dijo: “Lo siento amigo, te aseguro que he hecho todo lo posible, pero no te ha querido dar más tiempo. Dice que está atando cabos sueltos y tú eres uno de ellos. Suerte, compañero”. Sin más, me soltó y se fue.
Que iba a hacer. No tenía dinero para marcharme a otro lado y nadie querría volver a prestarme dinero. Pago mal y tarde, y eso se sabe en la ciudad. Podría empeñar algo del apartamento, pero no creo que sacase más de doscientos dólares. Le di vueltas todo el día a la conversación en busca de soluciones. El alcohol me ayudó a descubrir la única posible. Tenía que acabar con “el Doctor”. Acabar con un jefe mafioso era difícil y, de ser descubierto, me torturarían como un cerdo antes de matarme; pero yo ya estaba muerto. No tenía nada que perder. Si lo lograra, el revuelo sería tal que nadie se acordaría de un insignificante detective y mucho menos me acusarían a mí: un pobre desgraciado.
Tras darle muchas vueltas, encontré la forma. Fui al conflictivo barrio sur, necesitaba comprar un rifle francotirador. Fui directo a por Jimmy “Rosas”. Sabía que trabajaba solo y me conocía de mi antiguo oficio; confiaba en mí pues sabía que había sido compañero de Risto y éste había hecho negocios con él. Me llevó a su almacén y me ofreció un SVD , el semiautomático Dragunov. Directamente traído desde Rusia, no era demasiado preciso pero a menos de 600 metros no solía fallar. No hizo preguntas, solo me dio un precio. Yo no podía pagarlo por lo que tuve que hacer lo que nunca quisiera haber hecho. Cuando se giró para guardarlo en la caja, saque mi Ruger 9 mm y le disparé en la nuca. Fue un disparo limpió; lo cual no evitó que me diese la vuelta y echase hasta la primera papilla. Jimmy confiaba en mí y yo le había traicionado. Era necesario, no podía pagar los dos mil dólares que me pedía y tampoco podía dejar testigos. Me sentí fatal por aquello, pero no podía hacer nada. Cogí munición y el maletín, y me largue sigilosamente de aquel maldito lugar.
Allí estaba, al día siguiente, en una azotea de la plaza de San Cristóbal. Desde ella podía divisar sin problemas la iglesia del mismo nombre, el pequeño parque infantil “Dawson” y los restaurantes más caros de la ciudad; todos allí reunidos. Hacía bastante rato que Frankie había entrado al “Galaxian”. Era un restaurante con clase, a trescientos dólares el cubierto, para gente influyente bien situada que amasaba fortuna a la sombra de los amigos de siempre: cerdos con dinero, podridos, corruptos y mafiosos; que besaban la mano del cura, sobornaban a la pasma, traficaban con armas y, después, se hacían la foto con la autoridad. Tenía que acabar con él, no podía dudar. No era muy ducho en el manejo de aquellos tipos de rifles pero en unas vacaciones, en un campamento militar para adultos, maneje alguno contra blancos de cartón-piedra. Sería difícil fallar. Monté el rifle, ajuste la mira, lo apoyé en mi hombro y cargué la munición. Mascando tabaco esperé paciente a que asomará “el Doctor”. Pasados unos minutos que me parecieron eternos, apareció rodeado de sus guardaespaldas. Risto no estaba; estaría haciendo algún trabajito.
Allí estaba. Le apunté; sentía el gatillo picando en mi dedo, lo notaba. Apreté y le encaje un disparo certero entre ceja y ceja, que borró de golpe, de un solo balazo, lo que tenía de sucia y de falsa esa sonrisa de candidato. Una vez hecho, se montó un gran revuelo en la plaza. Todo el mundo miraba para todos lados, pero yo ya estaba escondido recogiendo el arma. En pocos minutos salí con la maleta por la puerta de atrás del edificio y me alejé en mi coche. Paré en el lago “Washington” y tiré el equipo. ¿Podría respirar tranquilo?
Fui al bar de Marcus, estuve allí toda la tarde y, bien entrada la noche regresé a casa. Al día siguiente todos los periódicos hablaban del evento. Se montó un revuelo como nunca había visto. Uno de los jefes de la mafia había sido asesinado por no se sabe quién. En todos los diarios se especulaba con que había sido una familia u otra; pero no había consenso. Ninguno me mencionó, ¿cómo iban a saberlo? En lo que si había consenso era en cual iba a ser su sustituto: Risto “el cicatriz”. No me fue difícil darme cuenta de lo sucedido; ese bastardo me había engañado. Frankie ni siquiera se molestaría en buscarme, era insignificante. Había caído en la trampa de Risto como un principiante. Debía ir a la oficina y coger mis últimos ahorros; había que desaparecer, a “el cicatriz” también le gustaba atar cabos, y yo era uno muy gordo.
Llegue raudo al lugar. Era tarde, alguien había vuelto a forzar la puerta. Saqué mi pistola y entré. Detrás de la puerta surgió mi ex compañero; me pilló desprevenido. Me apuntaba a la cabeza por lo que tuve que darle mi arma:
- Tranquilízate Carlo.
- ¡Maldito bastardo!, me has engañado y ahora vienes a callarme ¿no es cierto? –dije furioso.
- Te equivocas –comentó tranquilo. Para mí eres un hermano y nunca te haría daño. Simplemente has hecho algo beneficioso para los dos; nuestro último trabajo.
- ¿Beneficioso? Estoy muerto y bien lo sabes. La gente se hará preguntas. Seguro que alguien me vio y al final cualquiera cantará. – me encontraba en un estado frenético.
- Ya han cantado, amigo. Está mañana, uno de mis hombres habló con un testigo que te vio salir del almacén del mal logrado Jimmy, cargado con la maleta típica que “Rosas” utilizaba para sus rifles. También nos enteraremos por otras fuentes de que una señora vio a un hombre que se ajustaba a tu descripción, salir del edifico “Copolla” poco después de la muerte de Frankie. El individuo llevaba un maletín muy similar al que habías robado tú. Todo encaja.
- Has amañado todo para que no sospechen de ti. Estoy jodido. ¿Por qué yo?
- Porque tienes motivos, ya que me encargué de falsificar el rumor de que le debías un dinero que no podías pagar al jefe y, además, no perteneces a ninguna familia; por lo que esto no va a suponer una guerra entre las bandas. Con eliminarte a ti, bastará. De hecho, mañana por la mañana yo mismo te mataré y tiraré tu cuerpo al “Washington”. Te reventaré la cara hasta hacerla irreconocible de varios disparos y mostraré tu cuerpo a los otros jefes. -¿Por qué mañana? Te preguntarás. Pues porque mientras que despedimos en el cementerio a Frankie, tu vas a coger este maletín con veinticinco de los grandes. Vas a coger el coche que está en el callejón de atrás y vas a ir, sin pasar por tu casa, al aeropuerto de Detroit, que está a unos trescientos kilómetros. Vas a comprar un billete y a empezar una nueva vida en Europa, Canada o donde sea; pero lo más lejos posible. Porque si te descubren a ti, me descubren a mí y los dos estaremos muy jodidos. Si haces bien las cosas, como hasta ahora, tu vida puede cambiar para bien. La mía ya lo ha hecho.
Sin decir más, Risto me puso la mano en el hombro y me dijo antes de irse: “Eres mi único amigo, te deseo suerte; la mereces”.
Estaba estupefacto. Abrí la caja fuerte y saqué el poco dinero que tenía. Salí al callejón y allí estaba el coche con las llaves puestas. Me marché camino de Detroit. No me quedaba más remedio que pasar por el cementerio. Allí pude ver a miembros de todas las familias ataviados con sus caros trajes. Algunos lloraban, otros reían; yo no sabía que hacer.
Freak
Clásico
Novato de mierda
Muerto por dentro
Asiduo
a esos libros. 
Frikazo
