FILEMON Y BAUCIS
En una ocasión en que Júpiter (Zeus en griego) estaba ya cansado de gustar el néctar y la ambrosía del Olimpo y un poco también de escuchar la lira de Orfeo y contemplar las danzas de las Musas, decidió descender a la Tierra para correr sus acostumbradas aventuras disfrazado de simple mortal. Para estas correrías su compañero favorito era Mercurio, el más animado de todos los dioses, el más sagaz y el de recursos más ingeniosos. Esta excursión tenía un objetivo determinado: Júpiter quería comprobar la proverbial hospitalidad del pueblo frigio. El Padre de los Dioses y de los Hombres se interesaba muy particularmente por esta virtud, pues todos los viajeros que buscaban refugio en un país extranjero estaban bajo su protección.
Los dos dioses tomaron, pues, la apariencia de pobres vagabundos, andadores de caminos y recorrieron sin rumbo fijo el país pidiendo, en las chozas y grandes mansiones que encontraban a su paso, comida y un rincón para descansar. Pero nadie les atendía y siempre les contestaban con insolencia y les cerraban la puerta. Ciento y más veces repitieron su intento y de todos recibieron el mismo trato. Llegaron, por fin, ante una humilde cabaña, la más pobre de cuantas habían visto hasta entonces, cubierta con un sencillo techo de cañas. Cuando llamaron, la puerta se abrió de par en par y una voz amable les invitó a entrar. Tuvieron que agacharse para cruzar el umbral, pues la puerta era muy baja y cuando hubieron penetrado en eli nteior se hallaron en una habitación cálida y acogedora y sobre todo muy aseada, donde un anciano y una anciana les dieron la bienvenida de la manera más amistosa y les invitaron a ponerse cómodos.
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El anciano colocó dos bancos frente a frente y les rogó que se tendieran para descansar sus miembros fatigados. La anciana les cubrió. Explicó a los extranjeros que se llamaba Baucis y su marido Filemón.Vivían desde que se casaron en esta pequeña choza y habían sido siempre felices: “Somos una pobre gente, pero la pobreza no es un gran mal cuando se acepta de buen grado, y a un espíritu que se acomode a ella puede incluso serle de gran ayuda”, concluyó ella. Mientras hablaba hacía pequeños trabajos y se preocupaba del bienestar de sus huéspedes. Sopló sobre las brasas del fogón hasta que se avivó una buena llama y sobre ella colocó una pequeña marmita llena de agua. Cuando comenzaba a hervir, el marido apareció con una hermosa col que acababa de arrancar de su huerto y la hechó en la marmita con una buena tajada de tocino que colgaba de una viga. Con sus arrugadas y temblorosas manos Baucis preparó la mesa un poco vacilante, pero remedió la cojera colocando la tapadera de un bote bajo una pata. Sobre la mesa dispuso unas aceitunas,unos rábanos y unos huevos concidos entre las cenizas. Cuando la col y el tocino estuvieron a punto, el anciano acercó dos taburetes a la mesa rogó a sus huéspedes que tomaran asiento e hicieran honor a su comida.
Poco después ponía ante ellos dos copas de madera de haya y una jarra de arcilla que contenía un vino ácido y aguado. Filemón parecía feliz y contento al ofrecer aquel aditamiento a su cena y tenía gran cuidado de ir rellenando las copas apenas se vaciaban. Los dos ancianos estaban tan contentos y tan excitados por el acontecimeinto de su hospitalidad que no se dieron cuenta de una extraño fenómeno. La jarra estaba siempre llena. A pesar de las copas excanciadas, el nivel del vino no bajaba. Cuando al fin se percataron del prodigio, se intercambiaron una mirada temerosa y en seguida, bajando los ojos, rogaron en silencio. Después, temblorosos y con voz insegura, suplicaron a sus huéspedes que les perdonaran la escasez de las viandas que les habían ofrecido: “ Tenemos una oca- dijo el anciano-. Deberíamos hablerla dado a vuestras señorías. Pero si tenéis un poco de paciencia la iremos a preparar”. La captura de la oca resultó una empresa demasiado difícil para sus flacas fuerzas. Lo intentaron en vano y se agotaron en el esfuerzo. Entretanto, Júpiter y Mercurio, con gran regocijo, observaban sus esfuerzos.
Cuando Filemón y Baucis, cansados y extenuados ,abandonaron la captura, los dioses decidieron actuar. Se mostraron sumamente amables: ” Habéis albergado a los dioses y seréis recompensados”, les dijeron. ” Este país inhóspito que desprecia al pobre extranjero será castigado, pero no vosotros”. Suplicaron a los dos ancianos que salieran de la choza y miraran a su derredor. Estupefactos, Filemón y Baucis vieron el agua por todas partes. La región estaba sumergida y se hallaban en medio de un gran lago. Los vecinos nunca se habían mostrado amigables con la anciana pareja; sin embargo, lloraron por ellos. La cabaña que durante largo tiempo había sido su morada, se iba transformando antes sus ojos en un templo maravilloso, totalmente de oro sostenido por columnas del más bello mármol.
” Buenas gentes- dijo Júpiter-, expresad un deseo y será una orden para nosotros”. Los dos ancianos cuchicharon un momento y Filemón habló: ” Que nos permitáis ser vuestro servidores y los guardianes de este templo. Y después de haber vivido largo tiempo juntos no consintáis que ninguno de los dos quede sólo ni siquiera un día; concedednos morir juntos”.
Los dioses asintieron. Por mucho tiempo la anciana pareja sirvió en el gran templo y la historia no cuenta si regresó a sus choza y a las alegres lllamas de su hogar. Pero un día, cuando se hallaban un junto al otro ante la dorada magnificiencia del templo, se pusieron a recordar su pasada vida, tan dura y a la vez feliz. Llegados ya a una edad muy avanzada, de pronto, mientras iban recordando su pasado, cada uno se dio cuenta que el otro se iba llenando de hojas. Después, una corteza les recubrió y sólo tuvieron tiempo de decirse tiernamente: ” Adiós, querido compañero”. Apenas estas palabras salieron de sus labios quedaron transformados en árboles, pero estaban juntos para siempre. El roble y el tilo sólo tenían un tronco.