Yo inundé un hotel.
En tiempos pretéritos, un menos longevo mundele en uno de tantos trabajos, ejercía de fontanero. Fui contratado para realizar las reformas de un pequeño hotel de tres plantas. Recuerdo que era sábado, las prisas por acabar la reforma me habían situado allí ese santo día, y en lugar de estar tomando cermesas en algún chiringuito de playa, allí estaba yo parcheando una instalación del año de la picor (tuberías de plomo). Para más Inri, por ser sábado no me habían dejado ningún machaca que me ayudara; me encontraba solo ante la adversidad. Yo, y un vigilante con un ojo de cristal que se encerraba en un pequeño office tras el mostrador de recepción, presumo que para pajearse viendo porno en súper 8.
Pues bien, ese fatídico día corté el agua general en la calle, para soldar dos piezas en la tercera planta. La estructura del edificio era tal, que las escaleras eran centrales, y las habitaciones se distribuían mitad a un lado, mitad a otro, en sendos y longilíneos pasillos. Feo como su puta madre. Además, las dos piezas a soldar estaban una en cada punta de la tercera planta.
Realizadas las soldaduras, con los tubos de agua abiertos y sin conectar todavía (estaban enfriándose), me doy un garbeo por todas las plantas repasando posibles elementos a reparar, hasta que llego a la planta baja. Y así fue, bajando plantas y repasando instalaciones, que me dieron las dos de la tarde como si tal cosa. Cuando vi la hora me entró el agobio, pues llevaba dos horas de birras de desventaja respecto al resto de mortales. Y, como había ido bajando con todas mis herramientas y ya estaba en la planta baja, me entró la prisa por irme.
Ni corto ni perezoso, concluyo mi mañana de trabajo abriendo el agua general en la calle, y me despido del tipo del ojo de cristal.
A eso de las cinco de la tarde, suena el teléfono en mi morada interrumpiendo mi merecida siesta de borrachuzo. Era el tipo que me había contratado para el trabajo, para darme el notición de que el hotel estaba inundándose. Cojo el coche, voy volando para allí, y entrando ya me encuentro con un manto de agua que sale por la puerta principal. Allí estaba ya el encargado y el dueño del hotel, además del ojo de cristal que estaba barriendo agua hacia la calle.
Resulta que me había olvidado de conectar los dos tubos que soldé, y al abrir el agua general al irme, sendos chorros a presión soltaron tanta agua como quisieron, hasta que el vigilante vio el tsunami aparecer por debajo de la puerta de su cuartucho, en la planta baja
taponados los dos tubos, vuelvo a abrir el agua y realizamos los presentes una revisión de daños, habitación por habitación. Aparte de los suelos totalmente inundados, en las habitaciones, los colchones de las habitaciones inferiores, en las plantas 2 y 1, estaban chorreando, del agua que había calado de habitación a habitación. Yo no sabía donde meterme, pues el despiste había sido mío y de nadie más, pero allí andaba yo tras aquellos perplejos propietarios, que veían como su mobiliario de mierda se acababa de arruinar.
Me fui de allí, además de con la oreja gacha, esperando que me pasaran la factura de los desperfectos. Afortunadamente, el seguro les cubrió tan bien el siniestro, que acabaron derruyendo el hotel entero y construyendo uno nuevecito en el mismo lugar.
Ni qué decir tiene que no contaron con mis servicios para la nueva construcción

