Hay un dato que habla por sí sólo: las mujeres viven en promedio siete años más que los hombres; la esperanza de vida de los hombres es de 77 años mientras que la de las mujeres es de 84 años.
Los hombres realizan los trabajos más peligrosos; el noventa y tantos por ciento de las muertes en accidentes laborales son hombres; los mayores riesgos laborales asumidos por los hombres implican igualmente mayor incidencia de enfermedades profesionales.
Se invierten
ocho veces más recursos en la investigación de enfermedades de las mujeres que en enfermedades de hombres. Constantemente están tocando los cojones mediante campañas publicitarias en televisión acerca de la investigación y la prevención del cáncer de cuello de útero y el cáncer de mama, pero no se dedica ni un sólo minuto al cáncer de próstata.
En 2009 el suicidio sustituyó por primera vez a los accidentes de tráfico como la primera causa de muerte no natural. De las más de 3.400 personas que se suicidaron, la inmensa mayoría eran hombres; las mujeres no se suicidan; cuando una mujer no tiene recursos siempre tiene la opción de buscarse un pagafantas que la mantenga, el cual lo hará encantado; cuando un hombre no tiene recursos le queda la calle (la mayoría de los sin techo son varones) o delinquir (aplastante mayoría de la población reclusa masculina).
El hombre por naturaleza tiende a asumir más riesgos con el objetivo de que a la furcia de turno y a su prole no les falte de nada; de ahí que tengan más accidentes de tráfico, pero no porque conduzcan peor; los hombres estampan coches a 200 km/h porque asumen riesgos que las mujeres jamás asumirían (de igual modo que los deportes de riesgo, aventuras, conquistas y demás proezas son exclusivamente realizados por varones) pero los accidentes absurdos, roces, etc., son protagonizados fundamentalmente por mujeres, como el caso de una zorra hace un par de días que se equivocó y dio marcha atrás en un puerto enviando el coche al fondo del mar con sus dos hijos en su interior que resultaron muertos.
Las mujeres constituyen el núcleo de la sociedad, donde se encuentran resguardadas y protegidas por los pagafantas que las mantienen y se juegan la vida a diario para que no les falte de nada, mientras que los hombres se encuentran en la periferia, compitiendo ferozmente para intentar complacer a la furcia de turno; las mujeres son lo esencial de la sociedad, los hombres lo accesorio; si la sociedad fuera un átomo las furcias serían los protones, están en el núcleo; los pagafantas son insignificantes electrones, orbitando en la periferia; si un átomo de un elemento pierde un electrón sigue siendo ese elemento; pero si pierde un protón ya no es ese elemento sino otro distinto; los pagafantas son prescindibles mientras que las zorras tienen garantizada de por vida toda la protección que la sociedad les pueda dispensar.