AhoraEsEM
Clásico
- Registro
- 4 Feb 2007
- Mensajes
- 2.322
- Reacciones
- 8
Vengo de pasar un rato agradable con mi novia, de guardar el coche en el garaje, paseando tranquilamente hasta mi casa. Muchos ya duermen. Llego a mi calle y escucho algunas risas. Faros encendidos, alguna frase de malestar: “no tía, coño, no voy... no pienso ir”, risas en medio. Algunas chicas se están montando en dos coches.
Reflexionemos. Imaginemos por un momento la escena, el ambiente en el que se desarrolla y se desenvolverá el percal de nuestra historia: son las dos de la madrugada, un grupo de chicas entre 21-23 años ha salido a divertirse. Comenzaron a beber a las ocho o nueve de la tarde y, a esta hora, ya en plena calle, son capaces de potar el hígado en cualquier esquina por la sobresaturación de alcohol etílico en vena, pero sólo es el comienzo: están empezando la noche. Quedan muchas horas por delante, abren el maletero de un coche de muy segunda mano, ponen la música a 90 dB y ellas mismas se jalean con un vaso de cualquier licor fuerte, comprado en un supermercado de barrio, nadando en unos cubitos de hielo que han pillado en una gasolinera.
Se han vestido adrede provocativamente, luciendo sus mejores modelitos fashion style: minifaldas, sandalias caras con tacones de quince centímetros, bisutería a juego, vestidos cortos y estrechos, ajustados como un guante, escotes demasiado generosos que horrorizan y hacen enmudecer de preocupación y prevención a sus abuelas y a sus madres, y que dejan poco o nada que adivinar sobre las curvas que tratan de ocultar. Caras jóvenes, donde se hace innecesaria la pintura, revocadas con maquillaje a conciencia, en la que cada una ha empleado no menos de una hora de sutil y paciente dedicación, como si de una obra de arte se tratara. Uñas de manos y pies pintadas. La mejor manicura posible. Sacan sus mejores galas a escena.
Van de caza. Han salido supuestamente a divertirse, pero de una forma sui generis, muy especial, pero tan antigua para ellas como si habláramos de una etapa en la evolución geológica olvidada en el tiempo. Decididas, envalentonadas por el alcohol, con todas las copas necesarias en las tripas para ser capaces de amorrarse al primer fulano desconocido que encuentren, van a entrar como una piña en uno de los cientos, miles, de antros de moda que proliferan en este caluroso verano de nuestro querido país. Dentro bailarán hasta agotarse, reirán a gritos, se dejarán invitar a muchas otras copas. No tienen ni un céntimo de sobra en los bolsos. Alguna de ella, puede que perdiendo su capacidad de control con la bebida, caerá ya al suelo y será levantada por las amigas.
Su propósito: liarse con cualquier mengano o fulano que les parezca suficientemente guapo, interesante, pudiente, atractivo... con el único fin de pasar una noche entera haciendo alardes de cuál de ellas es capaz de ser más provocativa, más sensual, más arriesgada, más echada hacia delante. Podríamos pensar entre nosotros que es el momento propicio para acercarnos, que están especialmente receptivas para ser asediadas, para romper barreras e, incluso, para ligar y follarlas, pero ése no es precisamente el propósito que las empuja.
Todas, al unísono, han decidido algo no escrito, algo que ni siquiera han mencionado previamente, algo que sólo es inconsciente, pero que actúa dentro de sus mentes embotadas como si estuvieran programadas por un resorte inalterable e inmutable, pero que es el único propósito que las mueve: rozarse, besarse, dejarse incluso magrear por todos los que se atrevan a pagarles una copa, pero sin dejar siquiera ni por asomo que puedan llegar a intuir que van a poder tener relaciones sexuales con ellas.
¿Quién puede explicar esto? ¿No sienten deseo?
Es posible que sea así en alguna ocasión, pero eso no es perentorio ni determinante y lo disimularán bien, haciendo lo posible para no manifestarlo delante de las demás amigas. Serán capaces de poner enhiestas pollas hasta la bandera, calentar hasta el límite a cada hombre que se acerque como si trabajaran en un alto horno de fundición, rozándoles el culo al bailar, pero siempre con el límite de no permitir en ningún momento ni por asomo dejarse llevar hasta una cama, al asiento trasero de un coche o al solar posterior lleno de cascotes, de vómitos. Un lema básico: impedir a toda costa que las follen, que las penetren o que los dedos pasen de cierto límite.
¿Qué ganan, qué obtienen?
Parto de la premisa de que quien escribe es un hombre y, como varón, vería absurdo buscar una excitación hasta el límite si no supiera que luego voy a poder culminar el acto sexual, pero para ellas es distinto: pueden estar horas chorreando flujos, con las vaginas empapadas, riendo histéricas, haciendo morritos y dejándose incluso tocar hasta que casi cada centímetro sea explorado, pero no dar jamás el paso de dejarse penetrar ni de culminar el acto. Mañana, colgarán las fotos en el Tuenti o se las enviarán por Mms.
Luego la pregunta básica, primordial, es qué obtienen, qué consiguen. Podríamos pensar decenas de razones: demostrarse a sí mismas que son capaces de subirse el ego incitando, que tienen edad suficiente para ser capaces de provocar ya a los hombres, que saben simular ser guapas, que saben cómo excitar a un macho, que consiguen ponerlos en erección, que pueden "conquistar" alguien interesante que ceda a fijarse en ellas, sí, pero para qué...
Son las 7 ó las 8 de la mañana... Clarea el día y el sol ya empieza a asomar tímidamente por encima de algunos tejados en los edificios lejanos. Están sucias, cansadas, muchas de ellas han vomitado, sienten dolor de cabeza, de pies... se descalzan. Van con los tacones en la mano. El carmín de la barra de labios ha desaparecido, el rimel aparece corrido y la sombra de ojos es ya sólo otra sombra de la “obra de arte” pretérita que produjeron muchas horas atrás. Ningún espejo en el baño ha permitido poder corregirla entre las prisas, las risas, las manos inseguras o temblorosas bajo los efectos del alcohol de garrafón.
De vez en cuando se abrazan, se rodean la cintura, sueltan alguna incoherencia estúpida, se despiden riendo, alguna llora dejándose llevar por un bajonazo recordando al chico que la dejó cuando se enteró de que una noche estuvo puteando con otro y se lo contaron. Van volviendo a casa.... Se sienten más solas que nunca. Ninguna tiene novio o, si lo tuvieron, fue algo insustancial, frágil, que apenas duró unas semanas o muy pocos meses. Alguna ni siquiera se quitará la ropa y caerá rendida en la cama. No ha follado ninguna, no se han dejado follar; hablarán de sus “conquistas”, pero... ¿qué han conquistado?
Al día siguiente, después de la resaca, a las cuatro de la tarde, algunas se llamarán en privado y criticarán a otra de las que no están presentes: dirán de ella que se comportó como una furcia, como una puta guarra “liándose con mengano o con zutano”, pero a los pocos días, quizá mañana mismo, volverán a olvidarlo todo y repetirán una vez más el ritual todas y cada una de ellas. Sí, pero...
¿Hasta cuándo? ¿Para qué? ¿Qué han obtenido o conquistado? ¿Dónde está la meta?
Reflexionemos. Imaginemos por un momento la escena, el ambiente en el que se desarrolla y se desenvolverá el percal de nuestra historia: son las dos de la madrugada, un grupo de chicas entre 21-23 años ha salido a divertirse. Comenzaron a beber a las ocho o nueve de la tarde y, a esta hora, ya en plena calle, son capaces de potar el hígado en cualquier esquina por la sobresaturación de alcohol etílico en vena, pero sólo es el comienzo: están empezando la noche. Quedan muchas horas por delante, abren el maletero de un coche de muy segunda mano, ponen la música a 90 dB y ellas mismas se jalean con un vaso de cualquier licor fuerte, comprado en un supermercado de barrio, nadando en unos cubitos de hielo que han pillado en una gasolinera.
Se han vestido adrede provocativamente, luciendo sus mejores modelitos fashion style: minifaldas, sandalias caras con tacones de quince centímetros, bisutería a juego, vestidos cortos y estrechos, ajustados como un guante, escotes demasiado generosos que horrorizan y hacen enmudecer de preocupación y prevención a sus abuelas y a sus madres, y que dejan poco o nada que adivinar sobre las curvas que tratan de ocultar. Caras jóvenes, donde se hace innecesaria la pintura, revocadas con maquillaje a conciencia, en la que cada una ha empleado no menos de una hora de sutil y paciente dedicación, como si de una obra de arte se tratara. Uñas de manos y pies pintadas. La mejor manicura posible. Sacan sus mejores galas a escena.
Van de caza. Han salido supuestamente a divertirse, pero de una forma sui generis, muy especial, pero tan antigua para ellas como si habláramos de una etapa en la evolución geológica olvidada en el tiempo. Decididas, envalentonadas por el alcohol, con todas las copas necesarias en las tripas para ser capaces de amorrarse al primer fulano desconocido que encuentren, van a entrar como una piña en uno de los cientos, miles, de antros de moda que proliferan en este caluroso verano de nuestro querido país. Dentro bailarán hasta agotarse, reirán a gritos, se dejarán invitar a muchas otras copas. No tienen ni un céntimo de sobra en los bolsos. Alguna de ella, puede que perdiendo su capacidad de control con la bebida, caerá ya al suelo y será levantada por las amigas.
Su propósito: liarse con cualquier mengano o fulano que les parezca suficientemente guapo, interesante, pudiente, atractivo... con el único fin de pasar una noche entera haciendo alardes de cuál de ellas es capaz de ser más provocativa, más sensual, más arriesgada, más echada hacia delante. Podríamos pensar entre nosotros que es el momento propicio para acercarnos, que están especialmente receptivas para ser asediadas, para romper barreras e, incluso, para ligar y follarlas, pero ése no es precisamente el propósito que las empuja.
Todas, al unísono, han decidido algo no escrito, algo que ni siquiera han mencionado previamente, algo que sólo es inconsciente, pero que actúa dentro de sus mentes embotadas como si estuvieran programadas por un resorte inalterable e inmutable, pero que es el único propósito que las mueve: rozarse, besarse, dejarse incluso magrear por todos los que se atrevan a pagarles una copa, pero sin dejar siquiera ni por asomo que puedan llegar a intuir que van a poder tener relaciones sexuales con ellas.
¿Quién puede explicar esto? ¿No sienten deseo?
Es posible que sea así en alguna ocasión, pero eso no es perentorio ni determinante y lo disimularán bien, haciendo lo posible para no manifestarlo delante de las demás amigas. Serán capaces de poner enhiestas pollas hasta la bandera, calentar hasta el límite a cada hombre que se acerque como si trabajaran en un alto horno de fundición, rozándoles el culo al bailar, pero siempre con el límite de no permitir en ningún momento ni por asomo dejarse llevar hasta una cama, al asiento trasero de un coche o al solar posterior lleno de cascotes, de vómitos. Un lema básico: impedir a toda costa que las follen, que las penetren o que los dedos pasen de cierto límite.
¿Qué ganan, qué obtienen?
Parto de la premisa de que quien escribe es un hombre y, como varón, vería absurdo buscar una excitación hasta el límite si no supiera que luego voy a poder culminar el acto sexual, pero para ellas es distinto: pueden estar horas chorreando flujos, con las vaginas empapadas, riendo histéricas, haciendo morritos y dejándose incluso tocar hasta que casi cada centímetro sea explorado, pero no dar jamás el paso de dejarse penetrar ni de culminar el acto. Mañana, colgarán las fotos en el Tuenti o se las enviarán por Mms.
Luego la pregunta básica, primordial, es qué obtienen, qué consiguen. Podríamos pensar decenas de razones: demostrarse a sí mismas que son capaces de subirse el ego incitando, que tienen edad suficiente para ser capaces de provocar ya a los hombres, que saben simular ser guapas, que saben cómo excitar a un macho, que consiguen ponerlos en erección, que pueden "conquistar" alguien interesante que ceda a fijarse en ellas, sí, pero para qué...
Son las 7 ó las 8 de la mañana... Clarea el día y el sol ya empieza a asomar tímidamente por encima de algunos tejados en los edificios lejanos. Están sucias, cansadas, muchas de ellas han vomitado, sienten dolor de cabeza, de pies... se descalzan. Van con los tacones en la mano. El carmín de la barra de labios ha desaparecido, el rimel aparece corrido y la sombra de ojos es ya sólo otra sombra de la “obra de arte” pretérita que produjeron muchas horas atrás. Ningún espejo en el baño ha permitido poder corregirla entre las prisas, las risas, las manos inseguras o temblorosas bajo los efectos del alcohol de garrafón.
De vez en cuando se abrazan, se rodean la cintura, sueltan alguna incoherencia estúpida, se despiden riendo, alguna llora dejándose llevar por un bajonazo recordando al chico que la dejó cuando se enteró de que una noche estuvo puteando con otro y se lo contaron. Van volviendo a casa.... Se sienten más solas que nunca. Ninguna tiene novio o, si lo tuvieron, fue algo insustancial, frágil, que apenas duró unas semanas o muy pocos meses. Alguna ni siquiera se quitará la ropa y caerá rendida en la cama. No ha follado ninguna, no se han dejado follar; hablarán de sus “conquistas”, pero... ¿qué han conquistado?
Al día siguiente, después de la resaca, a las cuatro de la tarde, algunas se llamarán en privado y criticarán a otra de las que no están presentes: dirán de ella que se comportó como una furcia, como una puta guarra “liándose con mengano o con zutano”, pero a los pocos días, quizá mañana mismo, volverán a olvidarlo todo y repetirán una vez más el ritual todas y cada una de ellas. Sí, pero...
¿Hasta cuándo? ¿Para qué? ¿Qué han obtenido o conquistado? ¿Dónde está la meta?