Libros CLUB DE LECTURA 2.0

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Hola espero no llegar tarde y poder unirme al club, lo cierto es que he leído todos menos "Tres hombres en una barca" así que me decanto por ese.

Saludos y a esperar!!

PD: alguno de Prattchet?? :eek:
 
Mi voto también es para "Tres hombres en una barca", creo que es un libro que merece la pena descubrirse, merece la pena y mucho. No por desconocido es peor que los demás que se proponen, sin duda también estupendos.

Pido perdón por la campaña que hago con este post, pero bueno, creo que a nadie molestará que ponga aquí, simplemente, el principio del libro, que puede servir como breve muestra. Si os gusta, si lo leéis y reís, si queréis saber qué pasa después, os animo, sinceramente, a su lectura. Os encantará.

Eramos cuatro: George, William Samuel Harris, yo y Montmorency. Estábamos sentados en mi habitación, fumando y charlando sobre lo malos que nos encontrábamos... malos desde un punto de vista médico, naturalmente.
Todos nos sentíamos enfermos, lo que nos estaba poniendo bastante nerviosos. Harris dijo que a veces le daban unos mareos tan extraordinarios que apenas sabía lo que hacía, y después George dijo que también él tenía mareos y apenas sabía lo que hacía. En mi caso, lo que no funcionaba era el hígado. Sabía que el hígado no me funcionaba porque acababa de leer un prospecto de píldoras hepáticas donde se detallaban los diversos síntomas que permiten apercibirse del mal funcionamiento del hígado. Yo los tenía todos.
Aunque parezca realmente extraordinario, jamás he leído un prospecto farmacéutico sin llegar inevitablemente a la conclusión de que padezco de la enfermedad allí descrita, y en su forma más virulenta. El diagnóstico parece coincidir, sin excepción y exactamente, con todas las sensaciones que he sentido alguna vez en la vida.
Recuerdo que un día fui al Museo Británico para leer algo sobre el tratamiento de un ligero achaque que me afectaba... creo que era fiebre del heno. Bajé el libro y leí cuanto tenía que leer; y después, irreflexiblemente, lo hojeé descuidado y empecé a estudiar con indolencia las enfermedades en general. No recuerdo cuál fue la primera dolencia donde me sumergí –sin duda algún temible y devastador azote– pero, antes de haber llegado a la mitad de la lista de «síntomas premonitorios», supe sin lugar a dudas que la había contraído.
Me quedé unos instantes paralizado de horror. Después, con la indiferencia propia de la desesperación, seguí pasando páginas. Llegué a la fiebre tifoidea, leí los síntomas, descubrí que tenía fiebre tifoidea, que debía tenerla desde hacía meses sin saberlo. Me pregunté qué más tendría. Llegué al baile de San Vito; descubrí, como ya esperaba, que también lo tenía. Empecé a interesarme por mi caso y, decidido a investigarlo a fondo, inicié un estudio por orden alfabético. Observé que estaba contrayendo la malaria, cuyo estado crítico sobrevendría en un par de semanas. Constaté aliviado que padecía la enfermedad de Bright sólo en forma benévola y que, en lo que a ello tocaba, me quedaban muchos años de vida. Tenía el cólera, con complicaciones graves, y parece que había nacido con difteria. Recorrí concienzudamente las veintiséis letras para llegar a la conclusión de que la única enfermedad que no padecía era la rodilla de fregona.
Esto me irritó en un primer momento. Parecía, en cierto modo, una especie de menosprecio. ¿Por qué no tenía rodilla de fregona? ¿Por qué tan odiosa salvedad? Al rato, sin embargo, se impusieron sentimientos menos egoístas. Recordé que tenía todas las demás enfermedades conocidas por la farmacología, mi egoísmo cedió y decidí arreglármelas sin rodilla de fregona. Parecía que la gota, en su estadio más maligno, se había apoderado de mí sin que yo me diera cuenta, y era evidente que sufría zimosis desde la más temprana infancia. Después de zimosis no había más enfermedades, por lo que concluí que ya no me ocurría nada más.
Ponderé el asunto. Pensé que debía ser un caso bien interesante desde el punto de vista médico. ¡Menuda adquisición para una clase! Si contaran conmigo, los estudiantes no necesitarían ya hacer práctica hospitalaria. Yo era un hospital en mí mismo. Todo lo que tenían que hacer era dar una vuelta a mi alrededor y después recoger el diploma.
Entonces me pregunté cuánto tiempo me quedaría de vida. Traté de examinarme. Me tomé el pulso. Al principio no sentí ningún pulso. Después, de pronto, me pareció que echaba a andar. Saqué el reloj y lo medí. Ciento cuarenta y siete pulsaciones por minuto. Traté de sentirme el corazón. No sentí el corazón. Había dejado de latir. Con el paso del tiempo he sido inducido a la opinión de que tenía que estar ahí y de que tenía que estar latiendo, pero no puedo asegurarlo. Me palpé todo el frente, desde lo que llamo la cintura hasta la cabeza, un poquito por cada lado y un poquito por la espalda. Pero no oí ni sentí nada. Traté de mirarme la lengua. La saqué todo lo que pude, cerré un ojo y traté de examinarla con el otro. Sólo alcancé a ver la punta, y lo único que saqué en limpio fue convencerme con mayor seguridad que antes de que tenía escarlatina.
Había entrado en aquella sala de lectura caminando como un hombre sano y optimista. Salí arrastrándome, convertido en una ruina decrépita.
Acudí a mi médico. Es un viejo amigo, que me toma el pulso, me mira la lengua y habla del tiempo, sin cobrarme nada, cuando se me mete en la cabeza que estoy enfermo, así que pensé que le haría un favor presentándome en esas condiciones. Lo que necesita un médico, pensé, es práctica. Puede contar conmigo. Conmigo podrá practicar más que con mil setecientos de sus enfermos comunes y corrientes, que no tienen cada uno más de una o dos enfermedades. Así que fui directamente a verle, y me dijo:
–Bueno, ¿qué te pasa?
Yo dije:
–No pretendo malgastar tu tiempo, camarada, contándote lo que me ocurre. La vida es breve, y podrías morir antes de que yo terminase. Pero sí te diré lo que no me pasa. No tengo rodilla de fregona. No puedo decirte por qué no tengo rodilla de fregona, pero el caso es que así es. Tengo, sin embargo, todo lo demás.
Y le conté cómo lo había descubierto.
Me hizo desvestirme y me examinó, me cogió por la muñeca y después me golpeó en el pecho cuando menos lo esperaba –una acción cobarde, en mi opinión– e inmediatamente después me embistió con un lado de la cabeza. Terminado esto, se sentó, escribió una receta la plegó y me la entregó. Me la metí en el bolsillo y me fui.
No la abrí. La llevé a la botica más cercana y la entregué. El boticario la leyó y me la devolvió.
Me dijo que no podía atenderme.
Yo dije:
–¿No es usted farmacéutico?
El dijo:
–Soy farmacéutico. Si fuera una combinación de almacén de cooperativa y hotel de familia quizás podría ayudarle. El ser sólo farmacéutico me lo impide.
Leí la receta. Decía lo siguiente:

1 libra de bistec, con
1 pinta de cerveza amarga cada seis horas
1 paseo de diez millas todas las mañanas.
1 cama a las once en punto de la noche.
Y no te llenes la cabeza de cosas que no entiendes.

Seguí las instrucciones, lo que felizmente –desde mi punto de vista– resultó en la preservación de mi vida, que aún sigue en marcha.
Esta vez, para volver al prospecto de las píldoras para el hígado, tenía inequívocamente todos los síntomas, entre los que destacaba «una general desgana para todo tipo de trabajo».
Nadie podrá comprender jamás lo que sufro en este sentido. Soy un mártir de este síntoma desde la más tierna infancia. De niño, la enfermedad no me dejaba prácticamente un solo día de respiro. Los demás no sabían en aquel tiempo que era un problema de hígado. La ciencia médica estaba considerablemente menos avanzada que ahora, y lo atribuían sencillamente a holgazanería.
–Ah, diablillo remolón –me decían–, levántate y haz algo para ganarte la vida, que ya es hora.
Naturalmente, no sabían que estaba enfermo.
Por la misma razón, no me daban píldoras. Me daban capones. Y, por extraño que parezca, los capones a menudo me curaban... momentáneamente. Sé por experiencia personal que un solo capón actuaba sobre el hígado y me hacía ir de aquí para allá y hacer lo que había que hacer con más velocidad que hoy en día toda una caja de píldoras.
Ya saben, ocurre a menudo. Los remedios sencillos y pasados de moda son a veces más eficaces que todas las porquerías de dispensario.
 
RESULTADO FINAL DE LA VOTACIÓN:


Ganador "EL GUARDIÁN ENTRE EL CENTENO" de J. D. Salinger.



Tengo plena confianza en el hecho de que el ser, posiblemente, la más leída de las candidatas no provoque un debate estéril sino todo lo contrario. No está mal releer esta obra, con unos años de más y desde otro punto de vista.

Aquí la novela en formato digital:

https://www.megaupload.com/es/?d=UBJJUBLN



Teniendo en cuenta el tipo de libro que es y que la mayoría lo conocemos creo que podríamos empezar el debate el lunes 4 de Marzo. Ese día abriré un hilo dedicado única y exclusivamente al análisis del libro.

Bueno, no descuidéis la lectura, a ver si conseguimos que este hilo perdure.


Un saludo y gracias a todos.
 
Mañana salgo a comprarlo por que leer en pantalla me come los ojos.

^^

Bechis :88
 
propuse TRAFALGAR por comodidad, ya que estoy empezando los episodios nacionales, pero iba a votar al guardián del centeno, y veo que salió elegido.
Como no lo tengo, voy a buscarlo a alguna biblioteca o librería, soy totalmente contrario a las ediciones digitales.


ADELANTE!!!


menos mal que no salió EL PUTO SEÑOR DE LAS MOSCAS, porque lo iba a leer cristo bendito. Maldito libro
fiuuuuu!!!
 
El Puto Brujo rebuznó:
menos mal que no salió EL PUTO SEÑOR DE LAS MOSCAS, porque lo iba a leer cristo bendito. Maldito libro
fiuuuuu!!!
¿Tan malo es?
A mí me habían comentado lo contrario, pero mejor que leer el realismo pesadísimo de Galdós..
 
F-Eanor rebuznó:
El Puto Brujo rebuznó:
menos mal que no salió EL PUTO SEÑOR DE LAS MOSCAS, porque lo iba a leer cristo bendito. Maldito libro
fiuuuuu!!!
¿Tan malo es?
A mí me habían comentado lo contrario, pero mejor que leer el realismo pesadísimo de Galdós..

no, si el libro está bien, entretenido y mucha moraleja, pero es de esos libros que le coges manía porque te obligan a leerlo en el instituto, como me pasa también con el puto UN SACO DE CANICAS.

prefiero a galdós, sin duda.
 
Quizá podríamos usar este hilo para comentar algunos pasajes de las obras descartadas, así vamos calentando y no dejamos que el hilo se hunda.
 
sé que no se abren los comentarios hasta el día 4 pero antes de todo quiero dejar claro que el libro es una puta mierda. Parece que estoy leyendo las aventuras de LOS CINCO protagonizadas por foreros de PL
A mi esta literatura para adolescentes no me va mucho.
Sigo en ello, pues es muy fácil de digerir y poco me queda ya para terminar

Creí que iba a haber un poco más de nivel en el club

bendito GALDÓS!!!
 
El Puto Brujo rebuznó:
sé que no se abren los comentarios hasta el día 4 pero antes de todo quiero dejar claro que el libro es una puta mierda. Parece que estoy leyendo las aventuras de LOS CINCO protagonizadas por foreros de PL
A mi esta literatura para adolescentes no me va mucho.
Sigo en ello, pues es muy fácil de digerir y poco me queda ya para terminar

Creí que iba a haber un poco más de nivel en el club

bendito GALDÓS!!!

Lo cierto es que yo leí con 14 años y me gustó mucho, lo releí hace un par de meses y tube un poco la misma sensación que tú.. Un poco decepcionado, como si el recuerdo de mi adolescencia hubiera sido modificado.
 
F-Eanor rebuznó:
Lo cierto es que yo leí con 14 años y me gustó mucho, lo releí hace un par de meses y tube un poco la misma sensación que tú.. Un poco decepcionado, como si el recuerdo de mi adolescencia hubiera sido modificado.

Yo por eso no suelo releer libros, es raro que lea un libro por segunda vez, no así con los cómics (la primera saga de la guerra kree-skull debí leerla unas veinte veces).
Yo entiendo que este libro haya escandalizado en su tiempo. Ahora es pajilla muy inocente y los personajes me caen todos como una patada en las gónadas, en especial el protagonista... pero ya hablaremos de esto en el hilo al efecto el día 4....
 
Es un libro basico que todo adolescente deberia leer..........no culpen al autor si ustedes llegaron tarde.....


Sigo vigente. :D

Insisto, a ver si podemos comentar algo del resto de obras que habéis propuesto.
 
Bueno, con el objetivo de dejar el debate sobre Salinger para la semana que viene me centro en alguna de las obras que hemos descartado y paso a copiar algunos fragmentos que podemos comentar.

DADA LA NATURALEZA DE ESTE HILO, QUE NADIE SE QUEJE DE LA EXISTENCIA DE SPOILERS SOBRE LAS OBRAS.


Empezamos por aquí:

Pero levantó la cabeza bruscamente y me miró de frente: «¿Por qué», me dijo, «rehúsa usted mis visitas?» Contesté que no creía en Dios. Quiso saber si estaba bien seguro y le dije que yo mismo no tenía para qué preguntármelo; me parecía una cuestión sin importancia. Se echó entonces hacia atrás y se recostó contra el muro, con las manos en los muslos. Casi sin que pareciera hablarme, observó que a veces uno creía estar seguro cuando, en realidad, no lo estaba. Yo no decía nada. Me miró y me preguntó: «¿Qué piensa usted?» Contesté que quizá fuera así. Quizá no estaba seguro de lo que me interesaba realmente, pero en todo caso, estaba completamente seguro de lo que no me interesaba. Y, justamente, lo que el me decía no me interesaba. Volvió la mirada y, siempre sin cambiar de posición, me preguntó si no hablaba así por exceso de desesperación. Le expliqué que no estaba desesperado. Simplemente tema miedo, era bien natural. «Entonces Dios le ayudará.» Hizo notar. «Todos cuantos he conocido en su caso han vuelto a El.» Reconocí que estaban en su derecho. Probaba también que tenían tiempo para hacerlo. En cuanto a mí no quería que me ayudaran y precisamente no tenía tiempo para interesarme en lo que no me interesaba. En ese instante sus manos hicieron un ademán de impaciencia, pero se enderezó y arregló los pliegues de la sotana. Cuando hubo terminado, se dirigió a mí llamándome «amigo mío»; si me hablaba así no era porque estuviese condenado a muerte; según su opinión estábamos todos condenados a muerte. Pero le interrumpí diciéndole que no era la misma cosa y que, por otra parte, en ningún caso podía ser consuelo. «Es cierto», asintió, «pero usted morirá más tarde si no muere pronto. El mismo problema se le planteará entonces. ¿Cómo afrontará usted la terrible prueba?» Repuse que la afrontaría exactamente como la afrontaba en este momento. Ante estas palabras se levantó y me miró directamente a los ojos. Es un juego que conozco bien. Me divertía a menudo haciéndolo con Manuel o Celeste y, generalmente, eran ellos quienes apartaban la mirada. También el capellán conocía bien el juego; lo comprendí en seguida. Su mirada no vaciló. Y su voz tampoco vaciló cuando me dijo: «¿No tiene usted, pues, esperanza alguna y vive pensando que va a morir por entero?» «Sí», le respondí. Bajó entonces la cabeza y volvió a sentarse. Me dijo que me compadecía. Juzgaba imposible que un hombre pudiese soportar esto. Yo sentí solamente que él comenzaba a aburrirme. Me aparté a mi vez y fui hacia la claraboya. Me apoyé con el hombro contra la pared. Sin seguirlo bien, oí que comenzaba a interrogarme otra vez. Hablaba con voz inquieta y apremiante. Comprendí que estaba emocionado y le escuché con más atención.

Me decía que tenía la certeza de que la apelación sería resuelta favorablemente, pero que yo cargaba con el peso de un pecado del que debía librárseme. Según él, la justicia de los hombres no significaba nada y la justicia de Dios, todo. Hice notar que era la primera la que me había condenado. Me contestó que, mientras tanto, esa justicia no había lavado mi pecado. Le dije que no sabía qué era un pecado. Se me había hecho saber, solamente, qué era culpable. Era culpable, pagaba, no se me podía pedir más. En ese momento se levantó de nuevo y pensé que en una celda tan estrecha no podía moverse aunque quisiera. Sólo podía sentarse o levantarse. Yo tenía los ojos clavados en el suelo. Dio un paso hacia mí y se detuvo, como si no osara avanzar. Miraba al cielo a través de los barrotes. «Se engaña usted, hijo mío»,me dijo, «podrían pedirle más. Se lo pedirían quizá». —«¿Y qué, pues?»— «Podrían pedirle que viera.» —«¿Qué viera qué?» El sacerdote miró alrededor y respondió con voz que me pareció súbitamente muy vencida: «Sé que todas estas piedras sudan dolor. Nunca las he mirado sin angustia. Pero, desde lo hondo del corazón, sé que los más desdichados de ustedes han visto surgir de su oscuridad un rostro divino. Se le pide a usted que vea ese rostro.»
Me animé un poco. Dije que hacía meses que miraba estas murallas. No existía en el mundo nada ni nadie que conociera mejor. Quizá, hace mucho tiempo, había buscado allí un rostro. Pero ese rostro tenía el color del sol y la llama del deseo: era el de María. Lo había buscado en vano.

Ahora, se acabó. Y, en todo caso, no había visto surgir nada de este sudor de piedra.
El capellán me miró con cierta tristeza. Yo estaba ahora completamente pegado a la muralla y el día me corría sobre la frente. Dijo algunas palabras que no oí y me preguntó rápidamente si le permitía besarme. «No», contesté. Se volvió, caminó hacia la pared y la palpó lentamente con la mano. «¿Ama usted esta tierra hasta ese punto?», murmuró. No respondí nada. Quedó vuelto bastante tiempo. Su presencia me pesaba y me molestaba. Iba a decirle que se marchara, que me dejara, cuando gritó de golpe en una especie de estallido, volviéndose hacia mí: «¡No, no puedo creerle! ¡Estoy seguro de que ha llegado usted a desear otra vida!» Le contesté que naturalmente era así, pero no tenía más importancia que desear ser rico, nadar muy rápido, o tener una boca mejor hecha. Era del mismo orden. Me interrumpió y quiso saber cómo veía yo esa otra vida. Entonces, le grité: «¡Una vida en la que pudiera recordar ésta!», e inmediatamente le dije que era suficiente. Quería aún hablarme de Dios, pero me adelanté hacia él y traté de explicarle por última vez que me quedaba poco tiempo. No quería perderlo con Dios. Ensayó cambiar de tema preguntándome por qué le llamaba «señor» y no «padre». Esto me irritó y le contesté que no era mi padre: que él estaba con los otros. «No, hijo mío», dijo poniéndome la mano sobre el hombro. «Estoy con usted. Pero no puede darse cuenta porque tiene el corazón ciego. Rogaré por usted.»

Entonces, no sé por qué, algo se rompió dentro de mí. Me puse a gritar a voz en cuello y le insulté y le dije que no rogara y que más le valía arder que desaparecer. Le había tomado por el cuello de la sotana. Vaciaba sobre él todo el fondo de mi corazón con impulsos en que se mezclaban el gozo y la cólera. Parecía estar tan seguro, ¿no es cierto? Sin embargo ninguna de sus certezas valía lo que un cabello de mujer. Ni siquiera estaba seguro de estar vivo, puesto que vivía como un muerto. Me parecía tener las manos vacías. Pero estaba seguro de mí, seguro de todo, más seguro que él, seguro de mi vida y de esta muerte que iba a llegar. Sí, no tenía más que esto. Pero, por lo menos, poseía esta verdad, tanto como ella me poseía a mí. Yo había tenido razón, tenía todavía razón, tenía siempre razón. Había vivido de tal manera y hubiera podido vivir de tal otra. Había hecho esto y no había hecho aquello. No había hecho tal cosa en tanto que había hecho esta otra. ¿Y después? Era como si durante toda la vida hubiese esperado este minuto... y esta brevísima alba en la que quedaría justificado. Nada, nada tenía importancia, y yo sabía bien por qué. También él sabía por qué. Desde lo hondo de mi porvenir, durante toda esta vida absurda que había llevado, subía hacia mí un soplo oscuro a través de los años que aún no habían llegado, y este soplo igualaba a su paso todo lo que me proponían entonces, en los años no más reales que los que estaba viviendo. ¡Qué me importaban la muerte de los otros, el amor de una madre! ¡Qué me importaban su Dios, las vidas que uno elige, los destinos que uno escoge, desde que un único destino debía de escogerme a mí y conmigo a millares de privilegiados que, como él, se decían hermanos míos! ¿Comprendía, comprendía pues? Todo el mundo era privilegiado. No había más que privilegiados. También a los otros los condenarían un día. También a él lo condenarían. ¿Qué importaba si acusado de una muerte lo ejecutaban por no haber llorado en el entierro de su madre? El perro de Salamano valía tanto como su mujer. La mujercita autómata era tan culpable como la parisiense que se había casado con Masson, o como María, que había deseado casarse conmigo. ¿Qué importaba que Raimundo fuese compañero mío tanto como Celeste, que valía más que él? ¿Qué importaba que María diese hoy su boca a un nuevo Meursault? Comprendía, pues, este Condenado, que desde lo hondo de mi porvenir... Me ahogaba gritando todo esto. Pero ya me quitaban al capellán de entre las manos y los guardianes me amenazaban. Sin embargo, él los calmó y me miró en silencio. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Se volvió y desapareció.


"El extranjero", diálogo de Meursault y el capellán en la prisión.
 
me lleva la cachetona, fui a varias librerías y no tienen el libro por que "es muy comprado y se les han acabado", y no he podido juankear los servidores del megaupload por que mi 42,6k no me lo permite...

Alguien que lo comparta en el yousendit? :oops: porfis
 
Nos vemos cuando leáis otro, que ese ya lo he leído.

P.D.: Un aplauso para Selbst :103
 
CABRON_ rebuznó:
Nos vemos cuando leáis otro, que ese ya lo he leído.

P.D.: Un aplauso para Selbst :103

pareces algo tonto viendo tu avatar y emoticoño. El club de la lectura es para comentar las obras, no sólo leerlas.
quizás querrías decir: nos vemos cuando empiece el debate.

no?

no uses esas mierdas de emoticoños en este hilo, por favor
 
Sois unos cabrones, ni una palabra sobre el puto texto, y eso que la escena es genial.

Si alguno de los que propusistéis obra queréis copiar algún fragmento de ella y colgarlo para que hablemos sobre él ya tardáis.

Cabrones.
 
Selbst rebuznó:
Sois unos cabrones, ni una palabra sobre el puto texto, y eso que la escena es genial.

Si alguno de los que propusistéis obra queréis copiar algún fragmento de ella y colgarlo para que hablemos sobre él ya tardáis.

Cabrones.

Yo ya lo hice, un extracto absolutamente loleante, de finísimo humor, digno de figurar en cualquier antología.

Suscribo lo de "cabrones", cabrones.
 
El violador del ascensor rebuznó:
¿Es aqui donde dais te con limon y pastas a cambio de llevar un sombrero y bolso a juego?

Solo si además llevas los zapatos.
 
Sin entrar a debatir ningún punto en concreto he de decir que la relectura de "El Guardián..." está siendo mucho más gratificante de lo que pensaba. Es un libro estupendo.
 
El lunes por la noche abro el hilo de "El guardián entre el centeno", que nadie inicie el debate aquí por favor.

Apurad la lectura.
 
Para mi el libro el libro tiene mas valor emocional, que literario.Pero bueno intentaré releerlo y participar en en hilo.Un saludo
 
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