Lo has descrito perfectamente y es justo lo que pasa.
Lo que normalmente se llama "el amor", esa pasión desenfrenada y ese desear ver a la otra persona con verdadera pulsión fisiológica, es la química de nuestro cerebro comportándose como la de un adicto a las tragaperras. Un ciclo de estímulo que espera una recompensa y al obtener una que es diferente a la esperada, reinicia el ciclo pero un poco más arriba en la euforia. El problema de ese ciclo es que se neutraliza a sí mismo porque cuando la recompensa ya no es nueva, el estímulo a la dopamina se frena, disminuye. Y puede uno hasta sentirse deprimido tras tantas emociones que no continúan. El mecanismo que nos hace querer más y más es el mismo que hace que "más de lo mismo" nos parezca anodino. Es el cerebro de unos nómadas obligados a ser sedentarios.
Las relaciones largas sólo funcionan si ambos hacen una transición a lo opuesto del ciclo dopaminérgico. En lugar de pensar en los planes de mañana, en el futuro juntos, en el próximo polvo, es necesario disfrutar de lo que se tiene aquí y ahora. Evitar que la imaginación tome las riendas de la relación y dejar paso a la realidad más inmediata, la que está al alcance de tu mano. Esto es muy fácil de decir, pero vivimos rodeados de trampas para convertirnos en adictos a las tragaperras sociales, que piensan que están viviendo lo mejor de sus vidas, exprimiendo el momento y aprovechando el tiempo.
Pocos se sientan en una habitación sin wifi a disfrutar de un disco de principio a fin, de su sonido tanto como de su tacto, de tenerlo en las manos, de oler la caja. Eso es el amor que dura, lo demás es un bucle que promete más y más pasión pero que está biológicamente programado para nunca cumplir y sumirte en una depresión cuando descubres el engaño.