El hombre de la chaqueta con el escorpión carece de nombre. Al largo de los cien minutos del metraje nadie se dirigirá a él más que a través de pronombres o de interpelaciones directas. El hombre de la chaqueta del escorpión lleva un signo a cuestas, un escorpión dorado, que lo acompaña en sus misiones por fuera de los márgenes de la ley. No sabemos si es un signo de identidad (¿es este hombre un escorpión, silencioso, discreto, contenido, prisionero de una naturaleza incontrolable?), un recordatorio del suceso traumático que dio pie a su nacimiento como conductor para delincuentes (¿es un hombre marcado por la huella de una picadura venenosa en su vida?) o si es sólo el recordatorio de que él es una rana llevando escorpiones de acá para allá.
La película abre con el hombre llevando a unos ladrones a cometer uno atraco. Por encima de conducciones espectaculares o de persecuciones pirotécnicas, el hombre es un estratega. Controla la radio de la policía, sabe dónde esconderse de los helicópteros y como pasar desapercibido con facilidad. Sin esforzarse demasiado cumple su primera misión mostrándonos sus principales virtudes: lealtad a uno pequeño código de normas, dominio del tiempo, frialdad absoluta y control total de las emociones. Un mondadientes en la boca ejerce de fetiche, firma su imperturbabilidad permanente, reemplaza con un poca de ironía al omnipresente cigarrillo de las películas de cine negro del Hollywood clásico.
Decía Scott Fitzgerald en El Gran Gatsby: "mostradme un héroe y os escribiré una tragedia". Pensé mucho en los personajes de las novelas de Fitzgerald viendo esta película: el héroe siempre es trágico, está en su naturaleza fundacional tal condición. El héroe es trágico por su inscripción en un marco simbólico determinado que provee de sentido a sus acciones. En nuestro mundo actual, caídos ya todos los Grandes Otros posibles, los héroes son figuras ridículas, de ahí la fascinación que ejercen sobre nosotros sus representaciones en el marco de las narrativas contemporáneas. El protagonista sin-nombre de Drive está además, adherido a un conjunto de códigos procedentes del noir y del polar, sin distancia irónica, sin cuestionamento autoconsciente de su propio status. Por lo tanto, de acuerdo con nuestras coordenadas culturales, tal protagonista camina sobre ese alambre en el cual lo sublime tiene un espesor de escasos milímetros y el ridículo es la amenaza permanente de caída al vacío.
Un elemento destacado del film es la subversión silenciosa de algunos códigos de ese cine negro que está en su raíz. El más evidente es el papel de la femme fatale que en el Hollywood clásico conduce siempre a la perdición a los hombres que se cruzan en su camino. Sostiene Zizek en "Bienvenidos al desierto de lo real" que la figura de la femme fatale es la fantasía subyaciente de la realidad simbólica de la dominación patriarcal, y, como tal, es su transgresión inherente, y por lo tanto la causa del desastre en el que acaban muchas veces las vidas de los protagonistas de estas películas. En Drive no hay mujer fatal posible. La vecina de Ryan Gosling es una Carey Mulligan que bordea la santidad al cuidar de un hijo en solitario mientras su marido cumple condea en la cárcel. Ese marido es realmente el "homme fatale", la figura que desencadenará las fuerzas desatadas de un destino en el cual lo azaroso y lo trágico se mezclan sin posibilidad de distinción alguna: las condiciones contingentes de la vida del marido de Carey Mulligan desvelarán la necesidad de las acciones de Ryan Gosling. Puesto a prueba, veremos que nuestro héroe irá hasta el final en el sendero de su propio código de actuación.
Por lo tanto Drive es un relato sobre la heroicidad en la era de la muerte de la tragedia. Sobre sus condiciones de posibilidad y sobre el modo de articular estas. Sabiamente, el director Nicolas Winding Refn elude todo intento de psicologización: el héroe está definido por sus acciones. No hay deconstrución de la figura, no hay autoanálisis ni interrogación permanente por la propia condición. De alguna forma, el personaje de Ryan Gosling evoca al Don Draper protagonista de la serie Mad Men: carece de esa cosa insoportable que es la "vida interior", está a la margen del "mundo propio", sus acciones lo constituyen, su hacer lo define milimetricamente. Hace lo que tiene hacer de acuerdo con un código de actuación, con una inscripción simbólica que lo coloca en un equilibrio extremadamente precario.
El disparadero de la violencia que se encuentra enterrada desde el principio es el marido de Carey Mulligan. Esa figura especular de la femme fatale que arrastra consigo un pasado delictivo introduce el mundo del crimen en la vida de la mujer. Las horas que pasan juntos el hombre de la chaqueta del escorpión y la mujer casi-santa transcurren en un silencio apenas interrumpido por algún comentario banal, consecuencia de un saber compartido: no puede haber futuro en su relación. Llegado el momento, nuestro héroe hará valer su condición de tal: determinado a salvar al personaje de Carey Mulligan de la destrucción, iniciará una espiral de violencia brutal que perturbará la plácida superficie del film. Las explosiones de violencia son el contrapunto de una estética preciosista en la que los paisajes parecen congelados y la sordidez de la megalópolis angelina siempre queda redimida por una paleta cromática neutra que habla de un mundo casi post-humano, degradado pero esteticamente seductor: las ruinas del contemporáneo insertas en nuestro propio mundo actual. La degradación del paisaje urbano es sublimada en las tomas aéreas nocturnas. La estética de calles abandoadas y las habitaciones grises y azules en las cuales habitan muertos vivientes like us refuerza la intensa sensación de soledad que transmite la figura del protagonista.
Cada uno de los momentos en los que el protagonista desata su furia tiene, por lo tanto, un marco visual de una potencia a altura de la brutalidad desatada. Destacan, por encima de todos, la escena del camerino del bar de striptease y la despedida de los protagonistas en el ascensor de su edificio. En ambos hay un momento previo de calma absoluta, de congelamiento del tiempo cinematográfico, de éxtasis contemplativo que es roto en un segundo con una explosión de violencia brutal: el protagonista encarna con impasibilidad la combinación de planificación minuciosa y máxima rabia instintiva. Lo artificioso de la puesta en escena se contrapone a la naturalidad de las agresiones. En la escena del ascensor, tras patear hasta la muerte al asesino que iba a acabar con Carey Mulligan, él permanece dentro del ascensor y ella quieta fuera, mirando con horror como su caballero andante participa de la violencia de la que ella pretende huir. La puerta del ascensor se cierra y sabemos que ya nunca volverán a estar juntos. El héroe, fiel a su "naturaleza" sabe que sólo le resta terminar con su misión protectora, y que tal cosa sólo le puede llevar a su propia destrucción.
Sin embargo, el director deja una cierta ambigüidad en el plano final. Víctima de heridas mortales, cumplida su ronda de eliminación de las amenazas que pueden hundir la vida de Carey Mulligan, asistimos a una última condución por una carretera vacía en primera persona mientras caen los títulos de crédito. ¿Muere el héroe? ¿O simplemente parte en busca de una nueva tarea que llevar adelante? En el aire queda la cuestión: ¿deben morir los héroes para ser dignos de tal nombre? La ausencia de respuesta, supongo, es la única respuesta posible.