Mi querido Tintín:
Hace 35 años que eres mi hijo y esta es la primera vez que te escribo.
He querido, desde el principio, que vivas tu vida. Has salido veinte veces para recorrer el mundo. Durante todo este tiempo yo, con un lápiz en la mano, garabateaba toneladas de papel, soñaba tus aventuras.
Así pues, desde siempre hemos estado muy separados, y a la vez unidos por el vínculo más estrecho que pueda unir a dos seres. Tengo la gran costumbre de "corresponder" contigo, pero no por carta. Pero esto siento al empezar esta falta de seguridad y una ligera emoción. ¡Me intimidas, Tintín! ¿Estoy orgulloso de ti? Sí, evidentemente. Me has dado muchas alegrías y también muchas preocupaciones, pero nunca el más mínimo motivo para estar apenado o descontento. Hubo una época, la de mi juventud, en la que mi sueño era parecerme a tí. Me habría gustado ser un héroe sin miedo ni reproches... pero bueno, fue una ilusión que desapareció con el tiempo.
Si alguien es perfecto, ese eres tú. Yo debería estar más que satisfecho. Entonces, ¿por qué me siento algo decepcionado? Pues precisamente, porque eres demasiado perfecto. Porque yo, un hombre normal, nacido de padres normales, tengo un retoño que no es como los demás. ¿A quién has salido? ¿Por qué tienes algo (¿cómo decirlo...?) que no es del todo humano? Yo me había hecho grandes ilusiones respecto al capitán Haddock. A fuerza de relacionaros los dos, él debía fatalmente civilizarse, y esto no ha fallado; pero tú no has adquirido ninguna de sus asperezas, ninguna de sus debilidades, no has tomado nada de él, ni siquiera un dedo de whisky. Pero me detengo: un ángel me ha cogido de la mano, un colega de aquél que a veces detiene a Milú cuando va por mal camino. Te lancé a una carrera (llamémosle periodismo, pero en realidad es la Caballería): yo tenía ese derecho. Pero, considerándolo bien, ¡no es el padre quien debe guiar a su hijo en la elección de sus defectos!
¡Salud, muchacho! Yo aún diría más: ¡Salud!