P
pulga
Guest
Los dedos del cierzo se retiran de la página soleada.
Los blancos pétalos también son como páginas abiertas.
Nuevo día refulge en la blancura de la sábana tendida, que respira el aire niño
como la vela marina, aprestándose a proseguir su viaje inmóvil.
Viaje de días acogidos en el mismo umbral, entrando por la misma ventana abierta que respira.
Viaje y camino
de la sangre recién rescatada del sueño.
Un día más escrito en nuestra carne, escrito sobre la hierba.
Una hierba infinita como la procesión de todos sus amaneceres.
Una nueva mañana sobre las tumbas y
sobre las manos dispuestas para el trabajo.
¡Elévese por fin una voz para este crescendo! Un día más antiguo que la blancura de las sábanas y de los pétalos.
Y vuelvo a ver desde este umbral de mi torre el mismo cielo, el mismo camino; y por todos los senderos imborrables,
la cercana presencia de los años pasados.
Y la de los años que no conocí, surcados por la proa altiva del amor de otros, de la vida concienzudamente
construida de aquellos otros que hoy son letras sobre una piedra.
Pero prosigue la labor; y el clarín del sol, amorosamente, grita: ¡Todos en pie!
¿De dónde surge la fuerza de lo repetidamente igual?
Esa fuerza que pasa las páginas, que entreabre la inmortal
fragilidad de los pétalos, que empuja la renovada onda del río.
Se anuda en los corazones que tienden sus raíces
hacia lo alto.
Raíz del más alto árbol del espíritu.
Con ala de llamas bate los espacios, dorando acantilados
y campanarios.
Dona las piedras talladas a una generación atónita, aún herida por las rocas aguzadas
en sus descalzos pies.
Fuerza inmensa de un pétalo que se curva amorosamente.
Ojos para verlo, corazón henchido por esta
plenitud orquestal.
"Sus ojos me miran como vitrales", dijo el río.

Los blancos pétalos también son como páginas abiertas.

Nuevo día refulge en la blancura de la sábana tendida, que respira el aire niño
como la vela marina, aprestándose a proseguir su viaje inmóvil.

Viaje de días acogidos en el mismo umbral, entrando por la misma ventana abierta que respira.

Viaje y camino
de la sangre recién rescatada del sueño.

Un día más escrito en nuestra carne, escrito sobre la hierba.
Una hierba infinita como la procesión de todos sus amaneceres.

Una nueva mañana sobre las tumbas y
sobre las manos dispuestas para el trabajo.

¡Elévese por fin una voz para este crescendo! Un día más antiguo que la blancura de las sábanas y de los pétalos.

Y vuelvo a ver desde este umbral de mi torre el mismo cielo, el mismo camino; y por todos los senderos imborrables,
la cercana presencia de los años pasados.

Y la de los años que no conocí, surcados por la proa altiva del amor de otros, de la vida concienzudamente
construida de aquellos otros que hoy son letras sobre una piedra.

Pero prosigue la labor; y el clarín del sol, amorosamente, grita: ¡Todos en pie!

¿De dónde surge la fuerza de lo repetidamente igual?

Esa fuerza que pasa las páginas, que entreabre la inmortal
fragilidad de los pétalos, que empuja la renovada onda del río.

Se anuda en los corazones que tienden sus raíces
hacia lo alto.

Raíz del más alto árbol del espíritu.

Con ala de llamas bate los espacios, dorando acantilados
y campanarios.
Dona las piedras talladas a una generación atónita, aún herida por las rocas aguzadas
en sus descalzos pies.

Fuerza inmensa de un pétalo que se curva amorosamente.

Ojos para verlo, corazón henchido por esta
plenitud orquestal.

"Sus ojos me miran como vitrales", dijo el río.
