Benito es un hombre de bien, debe ser un honor ser hamijo suyo, un tipo que debe merecer mucho la pena.
Cuando murió mi padre, sabías quién venía a ayudarte, a sostenerte, gente que daba un abrazo sentido, que su silencio y su mirada te decían tío lo siento pero vengo a ayudarte a ti y quiero vuelvas a ser el mismo en poco tiempo. Y te llevaban a la cafetería, te tomabas un café y te hacían reír a mandíbula batiente unos segundos, porque inmediatamente te asaltaba la espoleta que estabas allí porque tú progenitor estaba allí, la persona que más te quería y apoyaba ya no estaba contigo.
Pero eso es un hamijo, alguien que te quiere, viene a por ti, a sacarte de ese pozo lo antes posible y no andan con lágrimas, discursos grandilocuentes, cuchicheos, incluso reproches que llegas a oír. Y casi siempre de la familia, de la puta familia, en el velatorio ya puse la cruz a unos cuantos por su comportamiento deplorable y fuera de toda lógica.
Últimamente lo que me dejó tocadisimo fue la muerte de un compañero de trabajo. Entramos casi a la par en la compañía, en puestos diametralmente distintos, y ambos en poco tiempo nos hicimos un hueco gracias a la honestidad y buenhacer en nuestro trabajo.Teníamos una relación de cierto grado de amistad.
Debido a la naturaleza de nuestros puestos siempre teníamos encontronazos que se gestionaban desde el respeto mutuo y profesionalidad. Cómo habíamos conseguido la gestión de otra factoría, el fue de jefe de planta, y yo ya le veía si tenían algún problema de calidad serio o con el objeto de una auditoría.
Un día vino a una formación de Lean Manufacturing, y tosía como un perro, tos seca y dura. Llevaba un mes así, había ido al médico, alergia le decían unos, catarro mal curado otros. Esa tos no era la primera vez que la oía. Le cogí por banda y le dije, te vas a urgencias y que te miren esa puta tos a fondo. Llegué tarde, carcinoma de pulmón. El día que vino a verme con su mujer, y me sacó de mi despacho, y me lo dijo con una entereza increíble, no pude articular palabra, no podía creer que viera la misma historia una segunda vez, y que aunque me dijo que era operable y había muchas posibilidades de superarlo, una certeza fría y precisa me recorría avisando que quedaba poco tiempo para un desenlace fatal.
Soy positivista por naturaleza, pero ese instinto, por llamarlo de alguna manera, sobrepasó mi conciencia. Y desgraciadamente no era la primera vez que lo sentía. Es como un cuchillo frío recorría todo mi ser, irracional, pero que te hacía sentir que su final estaba cerca
Le operaron, estaba con sesiones de quimioterapia, y vino a verme a la fábrica un viernes de Enero, para darme un abrazo y decirme que después de unos meses muy duros, todo estaba yendo muy bien. Desgraciadamente yo no me encontraba en fábrica, estaba en el aeropuerto de Casablanca para volver a Madrid, después de estar en una auditoría en nuestra factoría en el país magrebí. Quedamos en que el viernes siguiente que tenía que volver a llevar los papeles de la baja, nos veríamos para darnos un abrazo y celebrar su recuperación
El martes me llamaron a las 7 de la mañana. Una embolia pulmonar lo había matado en pocos minutos de madrugada en su casa. Tiempo después se supo que los tratamientos habían provocado coágulos en la zona. Tampoco encontraron causa lógica a su enfermedad, ya que no fumaba y no tenía hábitos perniciosos que ayudaran a su desarrollo.
Daba igual. Un tío con 39 años, honesto, leal, profesional y en esencia un tío cojonudo, estaba muerto.
Lloré, lloré como una magdalena durante toda la mañana. Toda la fábrica le lloró. Hasta los tíos más fríos y hieráticos se derrumbaron.
Cuando llegué al tanatorio, no pude reprimirme otra vez, las lágrimas recorrían mejillas pese al vano intento de retenerlas.
Sólo pude abrazar a su mujer, y no pude decir nada, solo llorar. Las palabras en ese grado de sentimiento sobran