LOS INICIOS
¿Por qué empezamos a sumergirnos? ¿Qué se nos pierde en ese mundo ignoto, a veces frío y oscuro, siempre amenazante, en el que no podemos procesar directamente el oxígeno para alimentar nuestras miserables neuronas de pringado?
Todo empezó hace unos 4000 millones de años. En el océano primordial de nuestro planeta comienzan a formarse los primeros compuestos orgánicos. Estos aminóacidos elementales pronto se aíslan del ambiente, creando una membrana y formando los coacerbados precursores de las primeras células. De ahí un larguísimo camino a los seres pluricelulares desde las bacterias y protozoos hasta los peces, los anfibios que por primera vez pisaron tierra, los reptiles y finalmente los pequeños mamíferos de los que venimos todos. Cuando buceamos, de alguna manera volvemos a casa, al hogar remoto y primigenio del que probablemente persista algún rudimento en las capas más profundas de nuestro paleocerebro.
Ahora demos un insignificante salto de unos miles de millones de años y plantémonos delante del televisor en el hogar de un pueblo lucense a principios de la década de 1970. Una vez a la semana, en la plantalla del enorme armatoste Philips en blanco y negro, aparecía lo siguiente:
Primus, la serie protagonizada por Robert Brown que supongo que casi nadie recuerda ya. Las aventuras y desventuras de un aguerrido buzo gringo que plantaron la primera semilla de la fascinación submarina, a pesar de que el protagonista siempre estaba a punto de palmarla. Entonces empecé a decir a quien quisiera escucharme que de mayor sería buceador, lo cual me valió muchas palmadas en la cabeza y sonrisas condescendientes de los adultos. Algún amigo de esa remota época aun me llama con el nombre del protagonista.
Un pequeño salto ahora. Hasta finales de la década y principios de la siguiente. Entonces, sin conectabas la tele no aparecía Belén Esteban ni Frank de la jungla, sino gente que utilizaba registros cultos y oraciones subordinadas, como Félix, Balbín, y, los miércoles a la noche...
No necesita presentación, y su programa tampoco. Si "El hombre y la tierra" me despertaba la fascinación por la aventura y la vida en mi entorno próximo, "Mundo submarino" mostraba un universo inimaginable para un chaval de la Transición. Poco podía imaginar entonces que muchos años después acabaría buceando en algunas de las localizaciones del programa, mientras los adultos seguían sonrirendo y dándome palmaditas. Lógico, por otra parte, en una época en la que no viajaba casi nadie y el universo se reducía a unos pocos kilómetros alrededor de tu casa.
Además, a Cousteau y a su socio Gagnan (bastante listo a pesar del nombre ) les debemos el aparato que permitió popularizar la inmersión a seres del montón como un servidor: el Aqualung, germen del regulador moderno:
La penúltima etapa llega a finales de los 90, cuando uno de mis compañeros de piso compartido compostelano llenaba la nevera de sargos, pulpos, chocos y pintos todos los domingos a la noche al volver de su casa tras practicar pescasub en las Rías Baixas. Gracias a él, conocí el mundo de la gente de mar gallega: marineros, mariscadores, buzos, y probé por primera vez las sensaciones del buceo con tubo en una recóndita cala que poco después fue destrozada por el chapapote del Prestige.
Y al año siguiente, durante unas vacaciones en Cuba con este compañero y otro amigo, en un hotel del Escambray nos surgió la oportunidad de un bautizo de buceo con botellas. A veces miro con cariño la ya vieja foto en la que poso con sonrisa nerviosa durante el trayecto en barco al lado del equipo, convencido en mi ser más profundo de que me ahogaría nada más tirarme al agua por el peso de esos armatostes. Pues no: flotaba en la superficie sin esfuerzo. Solo quedaba un obstáculo: mis oidos se negaban a abrirse para compensar la presión del agua. Tras cuatro intentos fallidos, el instructor acompañante (Guillermo, ojalá sigas follándote yumas francesas con ansias de aventura) me dio la última oportunidad antes de volver al barco. Puse el regulador en la boca, apreté la nariz con la mano izquierda, soplé para hacer el Valsalva...y mis oidos se abrieron con un maravilloso click. El resto es historia, lo mejor de mi historia.