Tengo pendiente la paja mañanera que tanto apacigua mi carácter y me afilia a la templanza y la placidez. Es posible en mis palabras advirtáis destellos de una agresividad impropia de alguien tan entrañable, conciliador y levítico como yo. Pero no puedo detenerme ahora henchido como estoy de indignación, sollozando, incrédulo una vez ante injusticias que sobrepasan lo que un hombre debe soportar. Hablo desde la rabia y el amor, os pido perdón si voy más allá de los límites que el respeto y las buenas formas imponen.
Una vez más se confirma mi teoría. Cuando Raul funciona, como ha hecho los últimos tres años siendo el máximo goleador del equipo, el Madrid tiene que hacer hueco en su abigarrada sala de trofeos. Cuando Raul desaparece, bien del equipo, bien de sus registros habituales, no hay nadie que sepa o pueda o quiera dar un paso al frente y recoger el testigo. Tenemos la mejor plantilla de los últimos años y penamos en los mismos naufragios. Para perder en Bilbao y empatar en el Sadar nos bastaba Petkovic, Onienovic o Fredy Rincón, no hay que traer a ningún héroe manga, nos sobra con las medianías de siempre y los restos de Calderón.
Un jugador que en los últimos tres años ha marcado más de 20 goles por temporada no puede estar acabado, no puede apartarse en un rincón por complacer a un populacho siempre insatisfecho y olvidadizo. No es razonable conceder una condescendencia infinita a los recién llegados y ser inflexibles con los que han dado irrebatibles muestras de su madridismo y su talento.