El Hilo de la Literatura del Rapiñas

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Hoy,

La insoportable levedad del ser, Milan Kundera


Estaba revisando mails antiguos y encontré uno de 2003 de mi actual pareja en el que analizaba nuestra relación a partir de la obra de Kundera. No habíamos pasado por una buena época y el tema de las infidelidades estaba presente.
Me ha sorprendido volverlo a leer 10 años después porqué viendo cómo ha ido evolucionando nuestra relación, hay bastantes paralelismos entre el amor de Tomás y Teresa.

En el mail, incluía el fragmento que cito a continuación:

"La carga más pesada nos destroza, somos derribados por ella, nos aplasta contra la tierra. Pero en la poesía amatoria de todas las épocas la mujer desea cargar con el peso del cuerpo del hombre. La carga más pesada es por lo tanto, a la vez, la imagen de la más intensa plenitud de la vida. Cuanto más pesada sea la carga, más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será.
Por el contrario, la ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra, de su ser terreno, que sea real sólo a medias y sus movimientos sean tan libres como insignificantes.

Entonces, ¿qué hemos de elegir? ¿El peso o la levedad?

Este fue el interrogante que se planteó Parménides en el siglo sexto antes de Cristo. A su juicio todo el mundo estaba dividido en principios contradictorios: luz-oscuridad; sutil-tosco; calor-frío; ser-no ser. Uno de los polos de la contradicción era, según él, positivo (la luz, el calor, lo fino, el ser), el otro negativo. Semejante división entre polos positivos y negativos puede parecernos puerilmente simple. Con una excepción: ¿qué es lo positivo, el peso o la levedad?

Parménides respondió: la levedad es positiva, el peso es negativo.

¿Tenía razón o no? Es una incógnita. Sólo una cosa es segura: la contradicción entre peso y levedad es la más misteriosa y equívoca de todas las contradicciones."
 
Vasilio rebuznó:


Vasilio, no es por nada, pero yo te iría recomendando que para postear en este subforo te pusieras avatar.

Los moderadores suelen ser estrictos respecto a este tema.
 
LOLansky rebuznó:
Vasilio, no es por nada, pero yo te iría recomendando que para postear en este subforo te pusieras avatar.

Los moderadores suelen ser estrictos respecto a este tema.

Gracias por el aviso, apañero ;).

Qué casualidad que mi avatar haya desaparecido justo en este momento.
 
Me penetraron por turnos, a intervalos regulares, uno tras otro, de forma sistemática y ordenada. Después, el que no era Pablo, me levantó por las axilas y me obligó a ponerme de pie. Le pedí que me sujetara, porque las piernas me temblaban, y lo hizo, me ayudó a caminar unos pasos y entonces escuché la voz de Pablo, instándome a que me detuviera. El era el único que había hablado, todo el tiempo, el otro aún no había despegado los labios, y yo seguía sin verle, no podía ver nada, el pañuelo que me sobre mis sienes, presentía que si el placer no hubiera sido tan intenso ya me habría estallado la cabeza de dolor.

Pablo se colocó detrás de mí y me desató las manos.

-Súbete encima de él.

Sus brazos me guiaron, me arrodillé primero encima de lo que supuse era una especie de chaiselongue corta y muy vieja, tapizada de cuero oscuro, procedente del mobiliario del viejo taller-atelier de mi suegra. El desconocido me cogió por la cintura, entonces, y me situó encima de sí, una de sus manos sostuvo su sexo mientras con la otra me ayudaba a introducirme en él. Luego, ambas recorrieron mi cuerpo durante un breve, brevísimo período, tras el cual hicieron presa en mi trasero, amasando ligeramente la carne antes de estirarla completamente para franquear un segundo acceso a mi interior. Vaya, esta noche vamos a tener un fin de fiesta de gala, pensé, mientras volvía a admirarme de la tranquila naturalidad con la que ambos, Pablo y el otro, se repartían mi cuerpo equitativamente, como si estuvieran acostumbrados a compartirlo todo.

Fui penetrada por segunda vez casi inmediatamente. El cuerpo del desconocido se tensó debajo de mí, sus manos modificaron mi postura, me obligó a tumbarme encima de él al tiempo que levantaba mis brazos para que apoyara las manos en el respaldo. Luego se quedó quieto. Solamente entonces Pablo comenzó a moverse, muy despacio pero de forma muy intensa a la vez, sus acometidas me impulsaban contra el cuerpo de otro hombre, que me alejaba después de sí, las manos firmes en mi cintura, para facilitar un nuevo comienzo, y mientras el ritmo de la penetración se hacía progresivamente regular, más fácil y fluido, advertí que mi anónimo visitante se disponía a abandonar su inicial actitud de pasividad elevando todo su cuerpo hacia mí, imperceptiblemente al principio, más nítidamente después, aunque siempre con suavidad, acoplándose de forma casi perfecta a la frecuencia que Pablo marcaba desde atrás, sus sexos se movían a la vez, dentro de mí, podía percibir con claridad la presencia de ambos, sus puntas se tocaban, se rozaban a través de lo que yo sentía como una débil membrana, un leve tabique de piel cuya precaria integridad parecía resentirse con cada contacto, y se hacía más delgado, cada vez más delgado. Me van a romper, pensaba yo, van a romperme y entonces se encontrarán de verdad, el uno con el otro, me lo repetía a mí misma, me gustaba escuchármelo, van a romperme, qué idea tan deliciosa, la enfermiza membrana deshecha para siempre, y su estupor cuando adviertan la catástrofe, sus extremos unidos, mi cuerpo un único recinto, uno solo, para siempre, me van a romper, seguía pensándolo cuando les avisé que me corría, no solía hacerlo, generalmente no lo hacía, pero aquella vez la advertencia brotó espontáneamente de mis labios, me voy a correr, y sus movimientos se intensificaron, me fulminaron, no fui capaz de darme cuentita de nada al principio, luego noté que debajo de mí el cuerpo del desconocido temblaba y se retorcía, sus labios gemían, sus espasmos prolongaban mis propios espasmos, entonces, desde atrás, una mano arrancó el pañuelo que me tapaba los ojos, pero no los abrí, no podía hacerlo todavía; no hasta que Pablo terminara de agitarse encima de mí, no hasta que su presión se disolviera del todo.

Después permanecimos inmóviles un momento, los tres, en silencio.

Quizás, pensé, lo mejor sea no abrir los ojos, salir de él a ciegas, a ciegas dar la vuelta y meterme en la cama, acurrucarme en una esquina y esperar. Seguramente, eso hubiera sido lo mejor, pero no fui capaz de resistir la curiosidad, y levanté trabajosamente la cabeza, hundida hasta entonces en su hombro, esperé un par de segundos y le miré a la cara.

Mi hermano, sus rasgos aún distorsionados por las huellas del placer, me sonreía. Luego se inclinó hacia mí y me besó levemente en los labios, el signo que reservaba para las ocasiones importantes.

Cerré nuevamente los ojos.

Pablo se ocupó entonces de mí, siempre lo hacía. Me metió en la cama, me tapó, me besó, cogió a Marcelo y salieron de la habitación, se quedó con él hasta que se marchó, le llevó un vaso de agua a Inés, que se había despertado, volvió junto a mí, me abrazó, me meció, me consoló, y me hizo compañía hasta que me quedé dormida. Pablo tenía muy clara la frontera entre la luz y las sombras, y jamás mezclaba una cosa con la otra, solamente una dosis de cada cosa, la serena placidez de nuestra vida cotidiana. Con él era muy fácil atravesar la raya y regresar sana y salva al otro lado, caminar por la cuerda floja era fácil, mientras él estaba allí, sosteniéndome.

Luego, lo único que tenía que hacer era cerrar los ojos.

Él se encargaba de todo lo demás.
 
Si, bien seleccionado, se pueden extraer varias lecturas, desde lo que se puede llegar a hacer por amor, aunque más bien podríamos llamarlo obsesión, a cómo se establecen los roles dentro de la pareja donde una de las partes puede adoptar una actitud tan pasiva y dejarse llevar hasta ese punto, o a hablar de juegos y fantasías sexuales.

Sin olvidar el tema del incesto, que ya salió el otro día gracias a Darkiano. En el texto apenas habla de las sensaciones de ella al enterarse que acaba de follar con su hermano, pero creo recordar que en la película, muestra bastante bien su primer momento de sorpresa. Toca revisionarlo.
 
LOLansky rebuznó:
En el texto apenas habla de las sensaciones de ella al enterarse que acaba de follar con su hermano, pero creo recordar que en la película, muestra bastante bien su primer momento de sorpresa. Toca revisionarlo.

Un diálogo que tuve con un amigo después de ver la película:

—Además, leí el libro como mínimo un par de veces, y me imaginaba las situaciones de otra manera. Por ejemplo, la escena con el hermano: ¿cómo la hubiera filmado? Muchas manos tocando el cuerpo de Lulú suavemente (sólo se ve eso) de las rodillas hasta la cara sedienta de placer. Luego hubiera puesto a Lulú encima de su hermano en la chaise longue para que le cabalgara con fuerza (por cierto, Lulú es morena). Y una vez que ambos se hubieran corrido, alguien (quizás su propio hermano) le hubiera quitado la venda, y entonces enfocaría al hermano primero, sonriéndole tímidamente a la par que con satisfacción; luego, a Lulú un rato relativamente largo, enfocando su estupor... Siempre me imaginé así la escena, y no es así para nada.

—Lo peor es que no terminan de follar.

—La iluminación me la imaginaba más intensa. De hecho, la luz tenía que ser tan fuerte que se les notara el sudor en la piel. Tiene que ser noche cerrada en la casa, con las luces a tope... bueno, al menos han puesto a Lulú encima del hermano. Eso sí lo cumplieron. Ah, y la venda y lo de sacársela para que viera que era su hermano.

—No sé si lo intuyes por la escena o porque sale en el libro, pero en un momento dado, Pablo se la mete por detrás. Es cuando grita.
 
No he leído el libro para poder comparar, pero creo que lo haré este verano y la película la vi hace años, veo que tú la tienes bastante más presente. Normalmente conocer la obra antes de ver su adaptación cinematográfica nos deja la sensación de que había muchas otras posibilidades de rodarla, y es que la imaginación en el momento de leer un libro y más si tiene momentos tan intensos nos hace tener unas impresiones y unas imágenes muy personales, de la misma manera que el director la acaba adaptando desde su percepción.





Esta tarde he visto Lunas de Hiel, de Polanski, y veo que es una adaptación de la novela de Pascal Bruckner. Tiene formato casi teatral, sería fácil adaptarla ya que hay sólo 4 personajes sobre los que recae la acción, y con dos escenarios diferentes, pero desconozco si se ha hecho. Copio un fragmento.




...Las estaciones pasaban. El rostro de Mimí aún encerraba mil misterios, su cuerpo, mil promesas. Pero se insinuaba en mí el temor de haber alcanzado la cumbre de nuestra relación. Ahora empezaría el declive. Entonces sucedió algo que nos situó en un plano distinto. Habíamos ido a esquiar y alquilado un chalet. Era una de esas tardes: dentro, un ambiente acogedor, fuera, caían grandes copos tras los cristales escarchados. La única luz era la de la tele. Mimí vestía tan solo una camiseta. Veía una antigua telenovela doblada al alemán. Yo la miraba aletargado, tumbado en el sofá. De pronto se levantó, fue hasta la televisión, se abrió de piernas, y meó la pantalla como para borrarla. El tiempo se paró. Me tiré del sofá, me arrastré como un loco, me tumbé boca arriba entre sus piernas. Fui engullido por una cálida cascada dorada que me salpicaba la cara, las fosas nasales y los ojos. Algo estalló en mi cerebro como una bomba de muchos megatones, un relámpago cegador desgarró mis órbitas. Fue el orgasmo más sublime de mi vida. Sentí un cuchillo de fuego. Fue mi Nilo, mi Ganges, mi fuente de juventud, mi segundo bautismo...
 
Coño, que no se pierda:

Robert Canta rebuznó:
En el fondo era un juego de ambos, mítico y perverso, pero por lo mismo reconfortante: uno de los tantos placeres peligrosos del amor domesticado. Pero fue por uno de esos juegos triviales que los primeros treinta años de vida en común estuvieron a punto de acabarse porque un día cualquiera no hubo jabón en el baño.
Empezó con la simplicidad de rutina. El doctor Juvenal Urbino había regresado al dormitorio, en los tiempos en que todavía se bañaba sin ayuda, y empezó a vestirse sin encender la luz. Ella estaba como siempre a esa hora en su tibio estado fetal, los ojos cerrados, la respiración tenue, y ese brazo de danza sagrada sobre la cabeza. Pero estaba a medio sueño, como siempre, y él lo sabía. Al cabo de un largo rumor de almidones de linos en la oscuridad, el doctor Urbino habló consigo mismo:
- Hace como una semana que me estoy bañando sin jabón -dijo.
Entonces ella acabó de despertar, recordó, y se revolvió de rabia contra el mundo, porque en efecto había olvidado reponer el jabón en el baño. Había notado la falta tres días antes, cuando ya estaba debajo de la regadera y pensó reponerlo después, pero después lo olvidó hasta el día siguiente. Al tercer día le había ocurrido lo mismo. En realidad no había transcurrido una semana, pero sí tres días imperdonables, y la furia de sentirse sorprendida en falta acabó de sacarla de quicio. Como siempre, se defendió atacando.
- Pues yo me he bañado todos estos días -gritó fuera de sí- y siempre ha habido jabón.
Aunque él conocía de sobra sus métodos de guerra, esa vez no pudo soportarlos. Se fue a vivir con cualquier pretexto profesional en los cuartos de internos del Hospital de la Misericordia, y sólo aparecía en la casa para cambiarse de ropa al atardecer antes de las consultas a domicilio. Ella se iba para la cocina cuando lo oía llegar, fingiendo hacer cualquier cosa, y allí permanecía hasta sentir en la calle los pasos de los caballos del coche. Cada vez que trataron de resolver la discordia en los tres meses siguientes, lo único que lograron fue atizarla. Él no estaba dispuesto a volver mientras ella no admitiera que no había jabón en el baño, y ella no estaba dispuesta a recibirlo mientras él no reconociera haber mentido a conciencia para atormentarla.
El incidente, por supuesto, les dio oportunidad de evocar otros, muchos otros pleitos minúsculos de otros tantos amaneceres turbios. Unos resentimientos revolvieron los otros, reabrieron cicatrices antiguas, las volvieron heridas nuevas, y ambos se asustaron con la comprobación desoladora de que en tantos años de lidia conyugal no habían hecho mucho más que pastorear rencores. Él llegó a proponer que se sometieran juntos a una confesión abierta, con el señor arzobispo si era preciso, para que fuera Dios quien decidiera como árbitro final si había o no jabón en la jabonera del baño. Entonces ella, que tan buenos estribos tenía, los perdió con un grito histórico:
- ¡A la mierda el señor arzobispo!
El improperio estremeció los cimientos de la ciudad, dio origen a consejas que no fue fácil desmentir, y quedó incorporado al habla popular con aires de zarzuela: "¡A la mierda el señor arzobispo!". Consciente de que había rebasado la línea, ella se anticipó a la reacción que esperaba del esposo, y lo amenazó con mudarse sola a la antigua casa de su padre, que todavía era suya, aunque estaba alquilada para oficinas públicas. No era una bravata: quería irse de veras, sin importarle el escándalo social, y el marido se dio cuenta a tiempo. Él no tuvo valor para desafiar sus prejuicios: cedió. No en el sentido de admitir que había jabón en el baño, pues habría sido un agravio a la verdad, sino en el de seguir viviendo en la misma casa, pero en cuartos separados, y sin dirigirse la palabra. Así comían, sorteando la situación con tanta destreza que se mandaban recados con los hijos de un lado a otro de la mesa, sin que éstos se dieran cuenta de que no se hablaban.
Como en el estudio no había baño, la fórmula resolvió el conflicto de los ruidos matinales, porque él entraba a bañarse después de haber preparado la clase, y tomaba precauciones reales para no despertar a la esposa. Muchas veces coincidían y se turnaban para cepillarse los dientes antes de dormir. Al cabo de cuatro meses, él se acostó a leer en la cama matrimonial mientras ella salía del baño, como ocurría a menudo, y se quedó dormido. Ella se acostó a su lado con bastante descuido para que despertara y se fuera. Él despertó a medias, en efecto, pero en vez de levantarse apagó la veladora y se acomodó a su almohada. Ella lo sacudió por el hombro para recordarle que debía irse al estudio, pero él se sentía tan bien otra vez en la cama de plumas de los bisabuelos que prefirió capitular:
- Déjame aquí -dijo. Sí había jabón.

Gabriel García Márquez - El amor en los tiempos del cólera


Para los que no queráis leer tanto, os he marcado en negrita lo fundamental, amigos.
 
Yo tenía pensado abrir un hilo de este estilo, y estuve planteándome como enfocarlo. Primero pensé en recopilar citas misóginas, pero de eso ya teníamos: https://foropl.com/foro-libros-comics/64599-citas-literarias-sobre-la-mujer.html

Después se me ocurrió dirigirlo hacia un terreno más filosófico, hablando de autores como Ernest Belford Bax -un teórico en la cúspide del socialismo de comienzos del siglo XX, y socio de Carlos Marx- que dio la primera respuesta secular ante el feminismo (Bax escribió El Fraude del Feminismo en 1913) O de otros más actuales, como Warren Farrell, de los primeros que usó el término "masculinista", aunque sus ideas van encaminadas sobre todo a liberar al hombre de los papeles que tradicionalmente le han asignado.

Finalmente descarté esas dos ideas, porque la verdad es que tampoco pintaban demasiado en un "foro de ligue", tiraban más hacia el literario. Así que me decidí por ir poniendo obras clásicas relacionadas con el tema para que se pudiesen ir debatiendo. Además creía -y creo- que podía dar mucho juego, porque hay infinidad de posibilidades: desde La Biblia, pasando por los clásicos griegos, los decadentes franceses, los delirantes alemanes, los enajenados rusos, los elegantes británicos, los resueltos estadounidenses, los kamikazes japos, los fantasiosos sudacas, o nuestros lacónicos compatriotas, etc., etc.

El caso es que mientras me decidía, se me adelantó el nuevo moderata :lol: Pero de todas formas, sigo creyendo que este hilo puede dar mas de si... Vale que pillemos fragmentos y se comenten, pero al menos que sean textos con sustancia y no estas mierdas calientapollistas sin sustancia, que aparte de una falta alarmante de calidad, tampoco conducen a nada.

Así que aprovechando que ya no se pasa Rubén-Vlc, voy a empezar yo mismo con algo de Houellebecq, que el franchute otra cosa no sé, pero discusión asegurada.

Este párrafo resume la idea principal sobre la que siempre gira Houellebecq; los dos motores principales que mantienen en funcionamiento los engranajes de la sociedad actual: el sexo y el dinero.

"Definitivamente, me decía, no hay duda de que en nuestra sociedad el sexo representa un segundo sistema de diferenciación, con completa independencia del dinero; y se comporta como un sistema de diferenciación tan implacable, al menos, como éste. Por otra parte, los efectos de ambos sistemas son estrictamente equivalentes. Igual que el liberalismo económico desenfrenado, y por motivos análogos, el liberalismo sexual produce fenómenos de empobrecimiento absoluto. Algunos hacen el amor todos los días; otros cinco o seis veces en su vida, o nunca. Algunos hacen el amor con docenas de mujeres; otros con ninguna. Es lo que se llama la "ley del mercado". En un sistema económico que prohibe el despido libre, cada cual consigue, más o menos, encontrar su hueco. En un sistema sexual que prohibe el adulterio, cada cual se las arregla, más o menos, para encontrar su compañero de cama. En un sistema económico perfectamente liberal, algunos acumulan considerables fortunas; otros se hunden en el paro y la miseria. En un sistema sexual perfectamente liberal, algunos tienen una vida erótica variada y excitante; otros se ven reducidos a la masturbación y a la soledad. El liberalismo económico es la ampliación del campo de batalla, su extensión a todas las edades de la vida y a todas las clases de la sociedad. A nivel económico, Raphaël Tisserand está en el campo de los vencedores; a nivel sexual, en el de los vencidos. Algunos ganan en ambos tableros; otros pierden en los dos. Las empresas se pelean por algunos jóvenes diplomados; las mujeres se pelean por algunos jóvenes; los hombres se pelean por algunas jóvenes; hay mucha confusión, mucha agitación.
 
Y si os resulta muy pesado :D también tiene citas mas cortas sobre las que se puede debatir.

Está podría ser perfectamente de Bukowski:

"Es uno de los principales inconvenientes de la extrema belleza de las chicas: sólo los ligones experimentados, cínicos y sin escrúpulos se sienten a su altura; así que los seres más viles son los que suelen conseguir el tesoro de su virginidad

Más:

"Las chicas sin belleza son desgraciadas porque pierden cualquier posibilidad de que las amen. A decir verdad, nadie se burla de ellas ni las trata con crueldad; pero parecen transparentes y nadie las mira al pasar. Todo el mundo se siente molesto en su presencia y prefiere ignorarlas."

"Los hombres que envejecen solos son mucho menos dignos de compasión que las mujeres en la misma situación. Ellos beben vino malo, se quedan dormidos, les apesta el aliento; se despiertan y empiezan otra vez; y se mueren bastante deprisa. Las mujeres toman calmantes, hacen yoga, van a ver a un psicólogo; viven muchos años y sufren mucho. Tienen el cuerpo débil y estropeado; lo saben y sufren mucho. Pero siguen adelante, porque no logran renunciar a ser amadas."

Y me adelanto para los que vayan a acusarle de misógino:

Esta mujer había tenido una infancia terrible, trabajando en una granja desde los siete años entre semibrutos alcohólicos. Su adolescencia fue demasiado breve para que pudiera acordarse. Tras la muerte de su marido trabajó en una fábrica para sacar adelante a sus cuatro hijos; en pleno invierno iba a buscar agua al patio para que toda la familia se lavara. Con más de sesenta años, recién jubilada, accedió a ocuparse otra vez de un niño, el hijo de su hijo. A él tampoco le había faltado de nada, ni ropa, ni buenas comidas los domingos, ni amor. Ella le había dado todo eso. Un examen mínimamente exhaustivo de la humanidad debe tener en cuenta necesariamente este tipo de fenómenos. En la historia siempre han existido seres humanos así. Seres humanos que trabajaron toda su vida, y que trabajaron mucho, sólo por amor y entrega; que dieron literalmente su vida a los demás con un espíritu de amor y de entrega; que sin embargo no lo consideraban un sacrificio; que en realidad no concebían otro modo de vida más que el de dar su vida a los demás con un espíritu de entrega y de amor. En la práctica, estos seres humanos casi siempre han sido mujeres

También es cierto que está describiendo a su abuela:lol:
 
cuellopavo hidepú.

Pío Baroja rebuznó:
SÉPTIMA PARTE

LA EXPERIENCIA DEL HIJO

I: El derecho a la prole

Unos días más tarde Andrés se presentaba en casa de su tío. Gradualmente llevó la conversación a tratar de cuestiones matrimoniales, y después dijo:
–Tengo un caso de conciencia.
–¡Hombre!
–Sí. Figúrese usted que un señor a quien visito, todavía joven, pero hombre artrítico, nervioso, tiene una novia, antigua amiga suya, débil y algo histérica. Y este señor me pregunta: ¿Usted cree que me puedo casar? Y yo no sé qué contestarle.
–Yo le diría que no –contestó Iturrioz–. Ahora, que él hiciera después lo que quisiera.
–Pero hay que darle una razón.
–¡Qué más razón! Él es casi un enfermo, ella también, él vacila..., basta; que no se case.
–No, eso no basta.
–Para mí sí; yo pienso en el hijo; yo no creo como Calderón, que el delito mayor del hombre sea el haber nacido. Esto me parece una tontería poética. El delito mayor del hombre es hacer nacer.
–¿Siempre? ¿Sin excepción?
–No. Para mí el criterio es éste: se tienen hijos sanos a quienes se les da un hogar, protección, educación, cuidados... podemos otorgar la absolución a los padres; se tienen hijos enfermos, tuberculosos, sifilíticos, neurasténicos, consideremos criminales a los padres.
–¿Pero eso se puede saber con anterioridad?
–Sí, yo creo que sí.
–No lo veo tan fácil.
–Fácil no es; pero sólo el peligro, sólo la posibilidad de engendrar una prole enfermiza, debía bastar al hombre para no tenerla. El perpetuar el dolor en el mundo me parece un crimen.
–¿Pero puede saber nadie cómo será su descendencia? Ahí tengo yo un amigo enfermo, estropeado, que ha tenido hace poco una niña sana, fortísima.
–Eso es muy posible. Es frecuente que un hombre robusto tenga hijos raquíticos y al contrario; pero no importa. La única garantía de la prole es la robustez de los padres.
–Me choca en un antiintelectualista como usted esa actitud tan de intelectual –dijo Andrés.
–A mí también me choca en un intelectual como tú esa actitud de hombre de mundo. Yo te confieso, para mí nada tan repugnante como esa bestia prolífica, que entre vapores de alcohol va engendrando hijos que hay que llevar al cementerio o que si no van a engrosar los ejércitos del presidio y de la prostitución. Yo tengo verdadero odio a esa gente sin conciencia, que llena de carne enferma y podrida la tierra. Recuerdo una criada de mi casa; se casó con un idiota borracho, que no podía sostenerse a sí mismo porque no sabía trabajar. Ella y él eran cómplices de chiquillos enfermizos y tristes, que vivían entre harapos, y aquel idiota venía a pedirme dinero creyendo que era un mérito ser padre de su abundante y repulsiva prole. La mujer, sin dientes, con el vientre constantemente abultado, tenía una indiferencia animal para los embarazos, los partos y las muertes de los niños. ¿Se ha muerto uno? Pues se hace otro, decía cínicamente. No, no debe ser lícito engendrar seres que vivan en el dolor.
–Yo creo lo mismo.
–La fecundidad no puede ser un ideal social. No se necesita cantidad, sino calidad. Que los patriotas y los revolucionarios canten al bruto prolífico, para mí siempre será un animal odioso.
–Todo eso está bien –murmuró Andrés–; pero no resuelve mi problema. ¿Qué le digo yo a ese hombre?
–Yo le diría: Cásese usted si quiere, pero no tenga usted hijos. Esterilice usted su matrimonio.
–Es decir, que nuestra moral acaba por ser inmoral. Si Tolstoi le oyera, le diría: Es usted un canalla de la facultad.
–¡Bah! Tolstoi es un apóstol y los apóstoles dicen las verdades suyas, que generalmente son tonterías para los demás. Yo a ese amigo tuyo le hablaría claramente; le diría: ¿Es usted un hombre egoísta, un poco cruel, fuerte, sano, resistente para el dolor propio e incomprensivo para los padecimientos ajenos? ¿Sí? Pues cásese usted, tenga usted hijos, será usted un buen padre de familia... Pero si es usted un hombre impresionable, nervioso, que siente demasiado el dolor, entonces no se case usted, y si se casa no tenga hijos.
(...)​
 
Houellebecq

cuellopavo rebuznó:
"Los hombres que envejecen solos son mucho menos dignos de compasión que las mujeres en la misma situación. Ellos beben vino malo, se quedan dormidos, les apesta el aliento; se despiertan y empiezan otra vez; y se mueren bastante deprisa. Las mujeres toman calmantes, hacen yoga, van a ver a un psicólogo; viven muchos años y sufren mucho. Tienen el cuerpo débil y estropeado; lo saben y sufren mucho. Pero siguen adelante, porque no logran renunciar a ser amadas."



Éste es el que más me ha gustado, en que libro sale ?

Tiene un punto realista y se aleja de usar cultismos que a la mayoría de nosotros nos sobran. No es un tipo de escritor al que siga. Por lo que se va comentando en el Libros es un autor que provoca tanto admiración como rechazo a partes iguales, incluso dentro de su obra, libros redondos y otros que son soporíferos.

El fragmento en que habla del sexo y el dinero, no se, entiendo bien el mensaje, pero no me gusta cómo lo transmite. Y esa última frase, casi que me sobraría.

Pero aún así textos así son los que me gustaría ver y leer por aquí, gracias por el aporte.
 
Os dejo algunas mierdas. Me suena que alguna ya se ha visto por aquí:



"Dame a entender de qué modo es buena, y considera ahora este animal soberbio con nuestra flaqueza, a quien hacen poderoso nuestras necesidades, más provechosas sufridas o castigadas que satisfechas, y verás tus disparates claros."
Francisco de Quevedo, Sueños y discursos de verdades descubridoras de abusos, vicios y engaños en todos los oficios y estados del mundo, 1627.




"La mujer es un vulgar animal del que el hombre se ha formado un ideal demasiado bello."
Gustave Flaubert




"Habrá siempre un hombre tal que, aunque su casa se derrumbe, estará preocupado por el Universo. Habrá siempre una mujer tal que, aunque el Universo se derrumbe, estará preocupada por su hogar"
Sabato Ernesto “Uno y el universo”




Una reflexión que me gusto en un analisis de la pelicula Eyes Wide Shut:
“Y ese es el mensaje real de Eyes Wide Shut. La institución social por antonomasia, aquella que cohesiona la sociedad, no es la familia sino la prostitución. En todas sus modalidades, incluida la del matrimonio. No existe ninguna otra relación posible entre hombres y mujeres que no pase por la compraventa de sexo de uno u otro tipo. La fuerza que nos mueve como seres humanos no es el amor sino la que se deriva de la pugna entre dos poderes opuestos: el sexual femenino y el económico masculino. Y el punto de equilibro entre esos dos poderes es la prostitución.
Por supuesto, la pregunta es qué ocurre cuando las mujeres acceden al poder económico… pero siguen acaparando el poder sexual. Porque los poderes sociales (como el de la riqueza) se pueden compartir o conquistar por medio de la política. Pero los que surgen de la propia naturaleza humana (como el sexual) son intransferibles. Y ese desequilibrio es una fuente potencial de conflicto y de hipocresías como aquellas de las que habla Eyes Wide Shut.”




Por ultimo os dejo un pequeño articulo, que os recomiendo leer por varias ideas interesantes que nombra y que en este foro están muy presentes, que habla sobre el libro "El primer sexo" de Éric Zemmour.

Eric Zemmour: "El primer sexo"

Un extracto:
Según ese esquema, las mujeres no destruyen, sino que protegen; no crean, sino que mantienen; no inventan, sino que conservan; no fuerzan, sino que preservan; no infringen, sino que civilizan. Por ello, la feminización de los hombres ha traído consigo una descompensación del tradicional equilibrio entre ambas pulsiones. "Al feminizarse –dice Zemmour-, los hombres se esterilizan, se prohíben toda audacia, toda innovación, toda trasgresión; se contentan con conservar". Entre otras cosas, la feminización de la sociedad y el consiguiente debilitamiento de las pulsiones masculinas explicarían el estancamiento intelectual y económico de Europa."
 
El Mundo Perdido rebuznó:
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¡Por fin estaba a solas con Gladys, y había llegado la hora que decidiría mi suerte! Durante toda la velada me había sentido como el soldado que espera la señal que le ha de lanzar a una empresa desesperada, alternándose en su ánimo la esperanza de la victoria y el temor al fracaso. Ella estaba sentada, y su perfil orgulloso y delicado se recortaba sobre el fondo rojo de la cortina que había detrás de ella. ¡Qué bella era! Y, sin embargo, ¡qué distante! Éramos amigos, muy buenos amigos, pero nunca había podido pasar con ella de una camaradería similar a la que podía unirme a cualquiera de mis colegas periodistas de la Gazette: una camaradería perfectamente franca, afectuosa y asexual.

Todos mis instintos rechazan a la mujer que se muestra demasiado franca y desenvuelta conmigo. Esto no es ningún cumplido para el hombre. Allí donde surgen los verdaderos sentimientos sexuales, la timidez y el recelo son sus compañeros, como herencia de aquellos viejos y crueles días en los que el amor y la violencia iban con frecuencia de la mano. La cabeza inclinada, los ojos bajos, la voz trémula, el estremecido retroceso ante la proximidad de los cuerpos; éstas, y no la mirada atrevida y la respuesta franca, son las auténticas señales de la pasión. Me había alcanzado la corta experiencia de mi vida para aprender todo eso..., o lo había heredado de esa memoria de la raza humana que llamamos instinto.

Gladys poseía todas las cualidades de la feminidad. Algunos la juzgaban fría y dura, pero semejante pensamiento era una traición. Esa piel delicadamente bronceada, casi oriental en su pigmentación, esos cabellos negros como ala de cuervo, los grandes ojos húmedos, los labios gruesos pero exquisitos..., todos los estigmas de la pasión estaban presentes en ella. Pero yo era dolorosamente consciente de que hasta ahora no había descubierto el secreto que haría surgir esa pasión a la superficie. Sin embargo, fuera como fuese, estaba decidido a terminar con la duda y hacer que las cosas se aclarasen definitivamente aquella noche. Lo más que ella podía hacer era rechazarme, y era mejor ser rechazado como amante que aceptado como hermano.

Hasta ahí me habían llevado mis pensamientos y estaba ya a punto de romper aquel largo y molesto silencio cuando dos ojos negros se posaron en mí con expresión de censura, mientras la orgullosa cabeza se sacudía en un gesto de sonriente reproche.

–Tengo el presentimiento de que te vas a declarar, Ned. Preferiría que no lo hicieses, porque las cosas
son mucho más agradables tal y como están.

Acerqué un poco más mi silla.

–Pero, ¿cómo has sabido que iba a declararme? –le pregunté verdaderamente asombrado.

–¿Acaso no lo saben siempre las mujeres? ¿Supones que hubo alguna vez en el mundo mujer a la que una declaración haya cogido de sorpresa? ¡Oh, Ned, nuestra amistad era tan buena y tan placentera! ¡Sería una lástima echarla a perder! ¿No comprendes cuán espléndido resulta que un joven y una muchacha sean capaces de hablar cara a cara, como nosotros lo hacíamos?

–No lo sé, Gladys... Verás, yo puedo hablar cara a cara con... con el jefe de estación.

No puedo imaginar cómo se introdujo este funcionario en la conversación, pero el caso es que apareció, haciéndonos reír a ambos.

–No. Eso no me satisface lo más mínimo. Quiero rodearte con mis brazos, apoyar tu cabeza en mi pecho, y, oh, Gladys, quiero...

Al ver que yo me proponía poner en práctica algunos de mis deseos, ella saltó de su silla.

–Lo has echado todo a perder, Ned –dijo–. Todo es tan bello y natural hasta que estas cosas ocurren... ¡Qué pena! ¿Por qué no puedes dominarte?

–No he sido yo quien lo ha inventado –me defendí–. Es la naturaleza. ¡Es el amor!

–Bien, quizá sería diferente si amásemos los dos. Pero yo nunca he sentido amor.

–Pero tú tienes que sentirlo... ¡Tú, con tu belleza, con tu alma! ¡Oh, Gladys, tú has sido hecha para amar! ¡Debes amar!

–Hay que esperar a que el amor llegue.

–¿Y por qué no puedes amarme a mí, Gladys? ¿Es por mi aspecto, o qué?

Ella pareció ablandarse un poco. Extendió la mano –¡con qué gracia y condescendencia!– y empujó mi cabeza hacia atrás. Luego contempló mi rostro levantado hacia ella y sonrió pensativamente.

–No, no es eso –dijo al fin–. Como no eres uno de esos muchachos engreídos por naturaleza, puedo decirte confiadamente que no es por eso. Es por algo más profundo.

–¿Mi carácter?

Asintió severamente.

–¿Qué puedo hacer para enmendarme? Siéntate y discutámoslo. ¡No, no haré nada si te sientas, de verdad!

Me miró con recelo e incertidumbre, algo que me impresionó mucho más en su favor que su habitual y confiada franqueza. ¡Qué bestial y primitivo parece todo esto cuando uno lo pone por escrito! Y quizá, después de todo, sea tan sólo un sentimiento propio de mi naturaleza. De todos modos, ella volvió a sentarse.

–Y ahora, dime que hay de malo en mí.

–Es que estoy enamorada de otro –dijo ella. Esta vez me tocó a mí saltar de la silla.

–No se trata de nadie en particular –explicó riéndose ante la expresión de mi rostro–. Sólo es un ideal.

Nunca he hallado la clase de hombre a que me refiero.

–Háblame de ese hombre. ¿Cómo es? ¿A quién se parece?

–Oh, podría parecerse mucho a ti.

–¡Bendita seas por decir eso! Bueno. ¿Qué es lo que él hace y yo no pueda hacer? Di una sola palabra: que es abstemio, vegetariano, aeronauta, teósofo, superhombre..., y trataré de serlo yo también. Gladys, si sólo me dieras alguna idea de lo que te agradaría que fuese...

Ella rompió a reír ante la flexibilidad de mi carácter.

–Bien –dijo–. Ante todo no creo que mi hombre ideal hablase de este modo. Él sería más duro, más severo y no estaría dispuesto a adaptarse tan fácilmente a los caprichos de una muchacha tonta. Pero, por encima de todo, tendría que ser un hombre capaz de hacer cosas, de actuar, de mirar a la muerte cara a cara sin temerla... Un hombre capaz de grandes hazañas y extraordinarias experiencias. No sería al hombre al que yo amaría, sino a las glorias por él ganadas, que se reflejarían en mí. ¡Piensa en Richard Burton! Cuando leo el libro que su esposa escribió acerca de su vida, comprendo el amor que sentía por él. ¡Y el de lady Stanley! ¿Has leído alguna vez ese maravilloso capítulo final del libro que escribió acerca de su marido? Ésa es la clase de hombres que una mujer sería capaz de adorar con toda su alma, engrandeciéndose, en lugar de sentirse más pequeña a causa de su amor, porque todo el mundo la honraría como la inspiradora de nobles hazañas.

Estaba tan bella, exaltada por el entusiasmo, que mis sentidos estuvieron a punto de quebrar el elevado nivel que hasta entonces había mantenido la conversación. Me reprimí con un gran esfuerzo y continué con mis argumentaciones.

–No todos podemos ser Stanleys o Burtons –dije–. Además, tampoco se nos presentan tales oportunidades; por lo menos, yo nunca las tuve. Si se me presentasen, trataría de aprovecharlas.

–Las ocasiones están a nuestro alrededor, sin embargo. El rasgo característico de esa clase de hombre aque me refiero es que son ellos quienes forjan sus propias oportunidades. No es posible retenerlos. Nunca me encontré con uno de ellos, y, sin embargo, me parece que los conozco perfectamente. Estamos rodeados de heroísmos que esperan que nosotros los concretemos. Son los hombres quienes deben hacerlo y a las mujeres les está reservado darles su amor como recompensa. Fíjate en ese joven francés que ascendió en globo la semana pasada. Soplaba un viento fortísimo, pero, como estaba anunciada su partida, insistió en remontarse. El viento lo arrastró a mil quinientas millas de distancia en veinticuatro horas y cayó en el centro de Rusia. Ésta es la clase de hombre a que me refiero. ¡Piensa en la mujer amada por él, en cómo la
habrán envidiado las otras mujeres! Esto es lo que me gustaría: que me envidiasen por mi hombre.

–Yo habría hecho lo mismo para complacerte.

–Pero no deberías hacerlo simplemente para agradarme. Deberías hacerlo porque no puedes evitarlo, porque surge de un impulso interior, inherente a ti mismo; porque el hombre que llevas dentro clama por expresarse de una manera heroica. Por ejemplo, tú me describiste, el mes pasado, la explosión en la mina de carbón de Wigan. ¿Por qué no descendiste para ayudar a esa gente, a pesar de la atmósfera deletérea?

–Lo hice.

–Nunca me lo dijiste.

–No valía la pena alardear de ello.

–No lo sabía.

Ella me miró con mayor interés.

–Fue valeroso de tu parte.

–Tuve que hacerlo. Si uno quiere escribir un buen reportaje, tiene que estar donde las cosas suceden.

–¡Qué móvil tan prosaico! Eso parece quitarle todo romanticismo. Sin embargo, cualquiera que fuese el motivo, me alegro de que bajases a la mina.

Gladys me tendió la mano, pero con tanta gentileza y dignidad que no pude menos de inclinarme y besársela. Luego me dijo:

–Me atrevo a decir que no soy más que una mujer tonta con caprichos de muchacha. Pero es algo tan real para mí, algo que forma parte de mi ser de manera tan completa, que no tengo más remedio que seguir este impulso y obrar así. Si me caso, me casaré con un hombre famoso.

–¿Por qué no? –exclamé–. Son las mujeres como tú las que impulsan a los hombres. ¡Dame una oportunidad y verás si la aprovecho! Además, como tú has dicho, son los hombres quienes deben crear sus propias oportunidades sin esperar a que les sean dadas. Fíjate en Clive, que no era más que un amanuense y conquistó la India. ¡Por Dios! ¡Aún tengo algo que hacer en el mundo!

Ella rió ante mi súbita efervescencia irlandesa.

–¿Por qué no? –dijo–. Posees todo lo que un hombre pueda desear: juventud, salud, vigor físico, instrucción, energía. Al principio sentí que hablases de ese modo. Pero ahora me alegro, me alegro mucho, de que con ello hayan despertado en ti esos sentimientos.

–¿Y si llego a...?

Su mano se posó como tibio terciopelo sobre mis labios.

–Ni una palabra más, señor. Ya hace media hora que deberías haber llegado a la redacción para tus tareas de la noche; pero no tuve valor para recordártelo. Algún día, quizá, cuando hayas ganado tu lugar en el mundo, hablaremos de todo esto otra vez.

Y así fue como aquella brumosa noche de noviembre me encontré persiguiendo el tranvía de Camberwell, con el corazón que parecía estallar en mi pecho y con la vehemente determinación de no dejar pasarni un día más sin procurar alguna hazaña que fuese digna de mi dama. Pero nadie en este ancho mundo habría sido capaz de imaginar la envergadura increíble que iba a adquirir esta hazaña, ni los extraños pasos que habrían de llevarme a su concreción.

Después de todo, el lector podría pensar que este capítulo inicial no tiene nada que ver con mi narración; pero ésta no habría existido sin aquél, porque únicamente cuando el hombre se arroja al mundo pensando que el heroísmo lo rodea por todas partes, y con el deseo siempre vivo en su corazón de salir a conquistar el primero que pueda avizorar, es cuando rompe, como yo lo hice, con la vida acostumbrada y se aventura en el crepúsculo místico de la maravillosa tierra que encierra las grandes aventuras y las grandes recompensas.

¡Heme aquí, pues, en la redacción de la Daily Gazette, de cuyo personal era yo un insignificante número, con la firme determinación de hallar aquella misma noche, si era posible, una empresa digna de mi Gladys! ¿Era crueldad rigurosa de su parte, era egoísmo que ella me pidiese que arriesgara mi vida para su propia glorificación? Tales pensamientos pueden asaltar a un hombre de edad madura, pero nunca a un ardoroso joven de veintitrés años en la fiebre de su primer amor.



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Y Gladys... ¡oh, Gladys mía!... Gladys, la del místico lago, que ahora será rebautizado como Lago Central, de ningún modo alcanzará la inmortalidad por mi intermedio. ¿Acaso no había advertido yo nunca que en su naturaleza había alguna fibra inflexible? ¿Acaso no percibía, incluso en los tiempos en que estaba orgulloso de obedecer sus mandatos, que era seguramente un amor muy pobre el que era capaz de enviar a su amado a la muerte o al peligro que conduce a la aniquilación? ¿Acaso, en mis pensamientos más verdaderos, que siempre se repetían y siempre echaba a un lado, no divisaba, más allá de la belleza del rostro, e inclinándome dentro del alma, las sombras gemelas del egoísmo y de la inconstancia destacándose oscuramente allá en el fondo? ¿Amaba ella lo heroico y lo espectacular por su misma nobleza o iba detrás de la gloria que pudiera reflejarse sobre ella misma sin esfuerzo ni sacrificio? ¿O bien estos pensamientos son el resultado de la vana sabiduría que sucede a los hechos? Fue el mayor golpe de mi vida.

Por un momento esa conmoción me convirtió en un cínico. Pero ha pasado ya, mientras escribo, una semana. Hemos celebrado nuestra trascendental entrevista con lord John y... bueno, quizá las cosas podrían haber sido peores.

Dejádmelo contar en pocas palabras. En Southampton no había carta ni telegramas para mí, de modo que llegué a la pequeña villa de Streatham hacia las diez de la noche, invadido por una alarma febril. ¿Estaría viva o muerta? ¿Dónde habían quedado todos mis sueños nocturnos de brazos abiertos, el rostro sonriente, las palabras de alabanza para su hombre, el que había arriesgado su vida para complacer un antojo suyo?

Yo había caído ya de las altas cimas y estaba con los pies bien asentados sobre la tierra. Sin embargo, algunas buenas razones me habrían hecho volar de nuevo hacia las nubes. Atravesé presuroso el sendero del jardín, llamé a la puerta, oí dentro la voz de Gladys, hice a un lado a la atónita doncella e irrumpí en la sala.

Ella estaba sentada en un taburete bajo la luz de una lámpara de pie con pantalla que estaba junto al piano. Crucé la habitación en tres pasos y cogí sus dos manos entre las mías.

–¡Gladys! –exclamé–. ¡Gladys!

Ella levantó la vista para mirarme con asombro. Algo había cambiado en ella de una manera sutil. La expresión de sus ojos, la mirada dura y levantada, los labios rígidos, todo era nuevo para mí. Retiró las manos.

–¿Qué significa esto? –dijo.

–¡Gladys! –exclamé–. ¿Qué sucede? Tú eres mi Gladys, ¿no eres... la pequeña Gladys Hungerton?

–No –dijo–. Yo soy Gladys Potts. Permíteme que te presente a mi marido.

¡Qué absurda es la vida! Me hallé inclinándome y estrechando la mano de un hombrecillo de cabellos color de jengibre que estaba repantigado en el hondo sillón que en otro tiempo había estado consagrado a mi propio uso. Ambos intercambiamos inclinaciones de cabeza y sonrisas forzadas, puestos de pie uno frente al otro.

–Papá ha permitido que nos quedásemos a vivir aquí. Estamos terminando de arreglar nuestra casa –dijo Gladys.

–¿Ah, sí? –dije yo.

–Entonces, no recibiste mi carta en Pará, ¿verdad?

–No, no recibí ninguna carta.

–¡Oh, qué lástima! Ella te lo hubiera aclarado todo.

–Todo está bastante claro –dije.

–Le he contado todo a William acerca de ti –repuso ella–. No tenemos secretos. Siento tanto lo ocurrido... Sin embargo, la cosa no sería tan profunda si te permitió marcharte al otro lado del mundo dejándome sola. No eres rencoroso, ¿verdad?

–No, en absoluto. Bien, creo que me voy.

–Tome usted algún refresco –dijo el hombrecito, y añadió en tono confidencial–: Siempre sucede así, ¿no es cierto? Y debe ser así a menos que exista la poligamia, sólo que al revés. Usted me comprende.

Se rió como un idiota mientras yo me encaminaba hacia la puerta. Ya iba a atravesarla cuando un impulso súbito y fantástico me hizo volver atrás para ir al encuentro de mi rival triunfante, que miró nerviosamente hacia el timbre eléctrico.

–¿Querría usted contestarme una pregunta? –pregunté.

–Bueno, si es razonable –dijo.

–¿Cómo lo consiguió? ¿Buscó un tesoro escondido, descubrió uno de los polos, superó a algún pirata, cruzó a nado el Canal de la Mancha, o qué? ¿Dónde está la fascinación romántica? ¿Cómo la conquistó?

Me miró fijamente con una expresión desesperanzada en su rostro vacío, bonachón, insignificante.

–¿No cree usted que todo esto es algo demasiado personal? –dijo.

–Bueno, una sola pregunta más –exclamé–. ¿Qué es usted? ¿Cuál es su profesión?

–Soy escribiente de un procurador –dijo–. El segundo en las oficinas de Johnson and Merrivale's, 41, Chancery Lane.

–¡Buenas noches! –dije, y desaparecí entre las sombras, como todos los héroes desconsolados y con el corazón deshecho; con la pena, la ira y la risa hirviendo dentro de mí como en una olla puesta al fuego.


Otra pequeña escena y habré terminado. Anoche hemos cenado todos en las habitaciones de lord John Roxton, y de sobremesa nos sentamos a fumar en buena camaradería y hablamos otra vez de nuestras aventuras. Resultaba extraño ver en este entorno distinto las caras y figuras tan conocidas y habituales. Estaba Challenger, con su sonrisa condescendiente, sus párpados entrecerrados, sus ojos intolerantes, la barba agresiva y su enorme torso, engreído y satisfecho mientras propinaba teorías a Summerlee. Y también estaba allí Summerlee, con su corta pipa de escaramujo entre el delgado bigote y su gris barba de chivo, adelantando su rostro consumido para debatir vehementemente todas las afirmaciones de Challenger. Y por último allí estaba nuestro anfitrión, con su rostro ceñudo y aguileño y sus fríos y azules ojos de glaciar en cuyas profundidades siempre resplandecía una llamita de humor y malicia. Ésta es la última imagen de ellos que me llevo conmigo. Era después de la cena, en su propio sanctum –la habitación de luminosidades rosáceas y los innumerables trofeos–, donde lord John Roxton se proponía decirnos algo. Sacó de un aparador una vieja caja de cigarros y la depositó encima de la mesa.

–Hay una cosa –dijo– que quizá debí haberles dicho antes de ahora, pero quería saber algo más claramente qué cosa tenía entre manos. No tiene sentido despertar esperanzas que luego se disipan. Pero son hechos, no esperanzas, lo que ahora tenemos con nosotros. Recordarán ustedes aquel día en que hallamos el nidal de los pterodáctilos en la ciénaga... ¿no? Bueno, algo en la situación del terreno me llamó la atención. Quizá ustedes no lo advirtieron, por eso lo refiero ahora. Era una tronera volcánica llena de arcilla azul.

Los profesores asintieron con movimientos de cabeza.

–Y bien: de todos los lugares del mundo que he visitado, sólo en otro hallé una boca volcánica de arcilla azul. Fue en la gran mina de diamantes De Beers, en Kimberley... ¿eh? Como ustedes ven, los diamantes se me metieron en la cabeza. Aparejé una armadura para mantener a distancia a aquellas hediondas bestias y pasé allí un día feliz empuñando una escarda. Esto es lo que saqué.

Abrió su caja de cigarros y dándole vuelta dejó caer unas veinte o treinta piedras toscas, cuyo tamaño variaba entre el de un guisante y el de una castaña.

–Tal vez pensarán ustedes que debí haberlo contado antes. Bueno, así lo habría hecho, sólo que sé que hay montones de trampas para el incauto y que muchas piedras de cualquier tamaño pueden resultar de poco valor una vez que se aclara su color y consistencia. Por eso las traje, y el primer día de nuestro arribo a casa llevé una al joyero Spink y le pedí que la tallase toscamente y que la tasase.

Sacó de su bolsillo una caja de píldoras y cogió un hermoso diamante que resplandecía, una de las piedras preciosas más bellas que había visto en mi vida.

–Ahí está el resultado –dijo–. El joyero tasó el lote en un precio mínino de doscientas mil libras. Por supuesto lo repartiremos entre nosotros cuatro. No quiero oír nada en contrario. Y bien, Challenger, ¿qué hará con sus cincuenta mil?

–Si realmente insiste usted en su generoso parecer –dijo el profesor–, fundaré un museo privado, algo que ha sido uno de mis sueños desde hace mucho tiempo.

–¿Y usted, Summerlee?

––Me retiraré de la enseñanza, y así hallaré tiempo para proseguir mi clasificación definitiva de los fósiles calcáreos.

–Y yo usaré mi parte –dijo lord John Roxton– para equipar una expedición bien organizada y echar otro vistazo a nuestra vieja y querida meseta. En lo que se refiere a usted, compañerito, por supuesto gastará la suya en casarse.

–Pues no pienso hacerlo, todavía –dije con una sonrisa apesadumbrada–. Creo que más bien me gustaría ir con usted, si me acepta.


Lord Roxton no dijo nada, pero una mano morena se extendió hacia mí a través de la mesa.


/thread.
 
Hostias, vaya tela con el nombre Gladys, creo q he creado un meme. Y eso q el nombre me parece precioso. Como Liselotte.
 
E. M. Cioran, Sobre el amor

El equívoco del amor viene de que uno es feliz e infeliz al mismo tiempo; el sufrimiento iguala la voluptuosidad en un torbellino unitario. Es por eso que la desgracia en el amor crece a medida que la mujer comprende, y, por ende, ama mucho más. Una pasión sin límites hace lamentar que los mares tengan fondo, y es en la inmensidad del azul donde uno sacia el deseo de inmersión en lo infinito. Al menos, el cielo no tiene fronteras y parece estar a la medida del suicidio.

El amor es una necesidad de ahogarse, una tentación de profundidad. Es en esto que se parece a la muerte. Así se explica que sólo las naturalezas eróticas posean el sentido de lo finito. Amando, se desciende hasta las raíces de la vida, hasta la frialdad fatal de la muerte. En el abrazo no hay rayo que pueda traspasar, y las ventanas se abren hacia el espacio infinito, a fin de que uno pueda precipitarse. Hay mucho de felicidad e infelicidad en los altibajos del amor, y el corazón es muy estrecho para esas dimensiones.

El erotismo emana más allá del hombre; lo colma, y lo destruye. Es por ello que, agobiado por esas oleadas, deja pasar los días sin percatarse de que los objetos existen, las criaturas se agitan y la vida se gasta, pues, atrapado en el sueño voluptuoso del Eros, con mucho de vida y de amor, ha olvidado lo uno y lo otro, de manera que al despertar del amor, a los desgarramientos innegables, sigue un derrumbe lúcido y sin consuelo.

El sentido más profundo del amor no se encuentra en el “genio de la especie”, ni tampoco en el rebasamiento de la individuación. ¿Tendría el amor esas intensidades tempestuosas, esa gravedad inhumana, si fuéramos simples instrumentos donde personalmente nos perderíamos? ¿Cómo admitir que nos comprometeríamos con sufrimientos tan grandes, únicamente para ser víctimas?

Los sexos no son capaces de tanto renunciamiento ni de tanto engaño. En el fondo amamos para defendernos del vacío de la existencia, y en reacción a ello. La dimensión erótica de nuestro ser es una plenitud dolorosa, propia para llenar el vacío que está dentro y fuera de nosotros. Sin la invasión del vacío esencial que corroe el nudo del ser y destruye la ilusión necesaria a la existencia, el amor sería un ejercicio fácil, un pretexto agradable, y no, por cierto, una reacción misteriosa o una agitación crepuscular. La nada que nos rodea sufre la presencia de Eros, que también es engañoso y atenta contra la existencia. De todo lo ofrecido a la sensibilidad, lo menos hueco es el amor, al cual no se puede renunciar sin abrir los brazos al vacío natural, común, eterno. Habiendo así un máximo de vida y muerte, el amor constituye una irrupción de intensidad en el vacío.

Toda esa intensidad es un ataque al vacío.

¿Soportaríamos el sufrimiento del amor si éste no fuera un arma contra el aburrimiento cósmico, contra la podredumbre inmanente?

¿Acaso nos deslizaríamos hacia la muerte, en el encantamiento y los suspiros, si no encontráramos en ello un medio del ser hacia el no ser?
 
Para que no decaiga el hilo, resubo aconsejando una vez más leer esa deliciosa novelita incrustada en El Quijote, "El curioso impertinente".

Resumiré muy resumidamente la novela dentro de la novela de Cervantes: Esto son dos amigos uña y carne, Anselmo y Lotario. Anselmo se enamora y se casa con una chica hermosa y virtuosa, Camila. Pero no está seguro de su joven esposa, de modo que decide ponerla a prueba... con su amigo del alma Lotario. Éste trata de disuadirlo, incluso lo engaña disimulando que corteja a Camila sin hacerlo, pero Anselmo erre que erre. Finalmente, Lotario se enamora de la joven Camila... y ella de él. La historia acaba como el rosario de la aurora. Moraleja: por poner pruebas tan duras, Anselmo convirtió a su mujer en adúltera y a su mejor amigo en traidor.

Pero los que lo hayáis leído, os pregunto:

¿Creéis que vuestra pareja debería demostrar que su amor por vosotras o por vosotros es a prueba de bombas, o bien consideráis que, aun cuando se trate del más brillante de los amores, la carne sigue siendo débil, y conviene no dejarle o dejarla que se meta en berenjenales peligrosos, o sea circunstancias y ambientes de tentación y perdición?

Yo creo que no deberían hacerse esa clase de pruebas de fidelidad. Y no porque piense que la carne es débil y puede ceder a la tentación, sino porque creo que muestran que algo no va bien.
 
cuellopavo rebuznó:
¿Creéis que vuestra pareja debería demostrar que su amor por vosotras o por vosotros es a prueba de bombas, o bien consideráis que, aun cuando se trate del más brillante de los amores, la carne sigue siendo débil, y conviene no dejarle o dejarla que se meta en berenjenales peligrosos, o sea circunstancias y ambientes de tentación y perdición?

Così fan tutte.
 
DickDiver rebuznó:
Così fan tutte.

De esto también habíamos debatido anteriormente.
Por si no la conocéis, la ópera "Cosi fan tutte", es una manera poética y culta de darle título a eso que tanto nos gusta decir a todos de vez en cuando: TODAS PUTAS.

Pero cuando lo dice Mozart y lo plasma en un drama cantado, será por algo...

Para el que no sepa de que va: Ferrando y Guglielmo, dos oficiales, manifiestan que sus novias (Dorabella y Fiordiligi, respectivamente) les serán eternamente fieles. Don Alfonso se une a ellos y hace una apuesta de cien cequíes con los dos oficiales, diciendo que él puede probar en un solo día que estas dos mujeres (como todas las mujeres) son volubles. Aceptan la apuesta: los dos oficiales fingirán que les llaman a la guerra; luego volverán disfrazados y cada uno intentará enamorar a la amada del otro.

Como veis, esto es cosa muy antigua. ¿Son las mujeres unas zorras? ¿O es más bien cosa de la especie? ¿O la primera expresión es una forma bruta y desconsiderada de decir lo segundo?

¿Quién dijo que la relación hombre-mujer, que los intereses de ellas y ellos y los respectivos impulsos de sexo iban a encajar siempre natural y perfectamente? Natura es sabia, pero no perfecta. O al menos, no siempre ofrece el tipo de perfección que nosotros desearíamos...
 
cuellopavo rebuznó:
De esto también habíamos debatido anteriormente.
Por si no la conocéis, la ópera "Cosi fan tutte", es una manera poética y culta de darle título a eso que tanto nos gusta decir a todos de vez en cuando: TODAS PUTAS.

Pero cuando lo dice Mozart y lo plasma en un drama cantado, será por algo...

Capullo, Mozart no "dice" nada, se limita a poner la música, el que lo "dice" es Lorenzo da Ponte.
 
DickDiver rebuznó:
Capullo, Mozart no "dice" nada, se limita a poner la música, el que lo "dice" es Lorezo da Ponte.

Joder, te aburres sin Nueces y me estás persiguiendo o qué? :D No me seas tocahuevos, supongo que se sobreentiende que Mozart es el compositor, en todo caso al otro capullo no lo nombré porque ni recordaba como se llamaba. Y volviendo al tema, que siempre te quedas en la paja y no vas al grano... para mi esta clase de pruebas de fidelidad presuponen una notable falta de confianza en la persona amada, e indican que ese amor que tenemos no es del todo bueno. Esas ideas son fruto de la parte enfermiza, de la parte oscura del amor: los celos, la inseguridad, el ansia de dominación y de control

Dice una frase de una canción: LA VERDAD NO ES NECESARIA CUANDO SE TRATA DE VIVIR...
 
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