Como soy grecolatino y micénico perdido, no me ofendéis a la patria, pero me duele ver bajo el yugo de la infamia el tesoro de la cultura española. Haced con las banderas lo que queráis, que bailen las fronteras, que se sucedan los monarcas y los títulos, pero mis ojos almendrados no pueden ver degradado con argumentos bastardos una de las atalayas de la historia y el arte universal. En estos días leo a Marco Valerio Marcial, hispano de Bilbitis, me solazo con sus epigramas y constato una vez que prácticamente imposible encontrar una obra maestra donde España no tenga acogida, donde no se hable de sus virtudes, donde no se loe su belleza y a sus aguerridas gentes.
En La Montaña Mágica o en Viaje al Fin de la Noche, en La Peste o en Rojo y Negro, en los poemas de Byron o los relatos de Woodehouse, aparece nuestra querida e imprescindible España. España, Hispania, Iberia, Gades y Tartessos, el corazón del mundo se alimenta con nuestras arterias. Buscad los hechos más sobresalientes de la Historia de la Humanidad y siempre encontraréis referencias que os traigan hasta nuestra Tierra. Si sólo fuera el castellano el pendón que ondea a favor de nuestra Gloria, oh, pero también es el Prado y encabezar la lista del Patrimonio de la Humanidad, quienes hablan al mundo de nuestro talento. Si sólo fuera el Quijote, pero ¿quien puede pasar de largo sin arrodillarse ante las Meninas o quitarse el sombrero para honrar al sordo de Fuendetodos?
Los libros de Historia no podrían escribirse sin nosotros. Y no es ningún desdoro que en Utah o Chester, en Kinshasa o Montreal no sepan quien es Blas de Lezo o Sánchez de Tovar, es la consecuencia lógica de una sociedad idiotizada, televisiva, saturada de información inmediata y prescindible. También ignoran a Séneca o los mejores emperadores que ha tenido Roma, Trabajo, Andriano y el gran Teodosio. ¿Es esto una cultura marginal, acaso una cultura de extrarradio colocó varios emperadores en el trono germánico?
El pueblo ignora, pero la Historia habla