stavroguin 11
Clásico
- Registro
- 14 Oct 2010
- Mensajes
- 3.780
- Reacciones
- 2.830
A pesar de que mi vía habitual de alivio sexual pasa por el pago en efectivo, llevaba más de cuatro años sin pisar un puticlub.
Prefiero la prostitución solitaria en pisos o a domicilio: en primer lugar, no tienes que encontrate con otros clientes, en segundo, es un ambiente más cotidiano, y si la chica viene a tu casa y es maja, es casi como ligar.
Pero hoy he cometido un error. Tras una opípara comida con un representante farmaceútico de los que nos sobornan habitualmente, me dejé arrastrar a un club de carretera.
Aclaro que el sitio podía incluso ser considerado lujoso en su contexo, y las chicas no estaban nada mal, pero...
Es jodidamente deprimente.
En primer lugar, tienes que codearte con los (otros) puteros, lo cual es una precisa imagen especular del lugar en el cual te ha colocado la vida. Es un cementerio de elefantes, un patético desguace, el reino de los michelines, la alopecia, la vulgaridad indumentaria, la indiferencia afectiva; un lamentable vertedero de perdedores en el que te das cuenta de que no desentonas, de que si alguien entrase no te vería diferente a los demás. Un lugar que no permite engaños acerca de tu futuro, porque ves con claridad meridiana que fuera de allí no volverás a encamarte con un pibón veinteañero: tiene que ser allí, en esos putos lugares siniestros de lentejuelas, licras y música hortera.
En mi caso, además, existe un reflejo condicionado de mis años de emigrante, porque a esos tugurios acudía cuando ya no podía más, cuando la soledad y la alienación se me hacían insoportables. Y hoy he vuelto a recordar crudamente todo eso: mi paso por una ciudad fea y siniestra, donde sobrevivía sin amigos ni nadie con quien hablar.
Por otra parte, esos lugares tienen capacidad de evocación de las mujeres que realmente te gustan, que te parecen (falsamente) especiales. Una voz interior te habla de una utópica vida paralela, en la que en vez de estar rodeado de brasileñas y rumanas gritonas estarías compartiendo sexo y aficiones con una empática mujer, rodeado de confortable cariño. Pero esas mujeres te han apartado, te han arrojado fríamente a las tinieblas exteriores, a una noche ártica sin fin que cíclicamente te coloca en esos lugares de pesadilla, mientras ellas chupan pollas a un gañán cualquiera o esperan utópicos príncipes azules que no se parecen a tí. No les importas, pisarían tu cadáver de forma indiferente si con ello obtuviesen una caricia de un alfa cualquiera. Pero una parte de tí las idealiza, y duele...
Evidentemente mi visita de hoy ha sido un error. No creo que vuelva en mucho tiempo. Sin llegar a día de la lona, me ha dejado jodido.
Son los únicos lugares que me resultan más tristes que los cementerios.
Prefiero la prostitución solitaria en pisos o a domicilio: en primer lugar, no tienes que encontrate con otros clientes, en segundo, es un ambiente más cotidiano, y si la chica viene a tu casa y es maja, es casi como ligar.
Pero hoy he cometido un error. Tras una opípara comida con un representante farmaceútico de los que nos sobornan habitualmente, me dejé arrastrar a un club de carretera.
Aclaro que el sitio podía incluso ser considerado lujoso en su contexo, y las chicas no estaban nada mal, pero...
Es jodidamente deprimente.
En primer lugar, tienes que codearte con los (otros) puteros, lo cual es una precisa imagen especular del lugar en el cual te ha colocado la vida. Es un cementerio de elefantes, un patético desguace, el reino de los michelines, la alopecia, la vulgaridad indumentaria, la indiferencia afectiva; un lamentable vertedero de perdedores en el que te das cuenta de que no desentonas, de que si alguien entrase no te vería diferente a los demás. Un lugar que no permite engaños acerca de tu futuro, porque ves con claridad meridiana que fuera de allí no volverás a encamarte con un pibón veinteañero: tiene que ser allí, en esos putos lugares siniestros de lentejuelas, licras y música hortera.
En mi caso, además, existe un reflejo condicionado de mis años de emigrante, porque a esos tugurios acudía cuando ya no podía más, cuando la soledad y la alienación se me hacían insoportables. Y hoy he vuelto a recordar crudamente todo eso: mi paso por una ciudad fea y siniestra, donde sobrevivía sin amigos ni nadie con quien hablar.
Por otra parte, esos lugares tienen capacidad de evocación de las mujeres que realmente te gustan, que te parecen (falsamente) especiales. Una voz interior te habla de una utópica vida paralela, en la que en vez de estar rodeado de brasileñas y rumanas gritonas estarías compartiendo sexo y aficiones con una empática mujer, rodeado de confortable cariño. Pero esas mujeres te han apartado, te han arrojado fríamente a las tinieblas exteriores, a una noche ártica sin fin que cíclicamente te coloca en esos lugares de pesadilla, mientras ellas chupan pollas a un gañán cualquiera o esperan utópicos príncipes azules que no se parecen a tí. No les importas, pisarían tu cadáver de forma indiferente si con ello obtuviesen una caricia de un alfa cualquiera. Pero una parte de tí las idealiza, y duele...
Evidentemente mi visita de hoy ha sido un error. No creo que vuelva en mucho tiempo. Sin llegar a día de la lona, me ha dejado jodido.
Son los únicos lugares que me resultan más tristes que los cementerios.