En mi trabajo en numerosísimas ocasiones he estado más allá de mi hora; he trabajado fuera de horas, desde casa, porque había algo urgente que solventar. He trabajado también a deshoras porque tenía que tener una llamada con alguien en Argentina. En mis vacaciones he tenido que conectarme para apagar un fuego, incluso un día hube de volverme estando de vacaciones a Madrid en el día de Navidad porque había una reunión puesta a traición el día 26. Pero de mi trabajo no depende la vida de doscientas personas. Si lo hago mal, o no lo hago, puedo causar la pérdida de un dinero, mío o de mi cliente, enfados y cabreos, pero no la muerte de nadie. Son las reglas del juego en mi profesión. Una campaña que no sale a última hora, un material que se retrasa, un cliente tocahuevos, un desfase horario, una reunión a deshoras. Va en el juego, como va en el juego que te lleves una patada si eres futbolista.
En este caso, sin embargo, no. No va en el juego que si eres maquinista la empresa te haga conducir dos horas de propina por la patilla o mala planificación o por no contratar a otro más o no tener previsto un relevo. Nada de eso es consustancial a la profesión, sino imputable a la mala gestión. La culpa no es del maquinista, sino de quien hace los cuadrantes de horarios de tal manera que a un maquinista le pilla el fin de su jornada laboral a mitad de camino. ¿Ha de estarse el maquinista más allá de su hora de salida conduciendo el tren, a sabiendas de que le han caído dos horas de propina por la cara (y que probablemente no vaya a cobrar como extras) probablemente cansado, falto de atención y cabreado, con doscientas personas a bordo? ¿Cuántos cuadrantes como este habrá habido en Renfe en el día de hoy? ¿Y en el de ayer? ¿Y a lo largo de la historia?
No me parecería mal que todos lo hicieran. Así los verdaderos culpables, que son los que han elaborado ese cuadrante, pagarían. Y sería a ellos, no al maquinista, a quienes habría que investigar, abrir expediente y su puta madre, que el maquinista si ha cumplido con su horario y ha avisado de que el horario estaba mal, ha hecho su parte. Los doscientos pasajeros son las víctimas de la incompetencia de quien planifique los cuadrantes, son a los que les toca bailar con la más fea sin comerlo ni beberlo. De la buena voluntad del maquinista depende que lleguen a su hora al destino o no, y mucho me temo que este es un caso de uno al que otra vez le han hecho quedarse más allá de la hora por la cara muchas veces, porque dudo mucho que esta haya sido la primera. Uno, a poco normal que sea, la primera vez se queda. Y la segunda. Y la tercera. Pero ya a la cuarta a uno se le hinchan las pelotas y se baja del tren en Palencia, en Tembleque, en Espeluy, en Linares-Baeza o donde le pille.