las vacaciones de verano, de niño, las recuerdo en el patio interior de casa, con mi yaya sentada en una silla haciendo molde mientras me vigilaba, me llenaban una piscina de plástico con agua de lluvia que tenía sabor a la fibra de poliéster del depósito. cuando tendían la ropa sobre mi cabeza parecía que acampaba con los indios.
me pasaba los días tirado en el suelo de baldosas de terracota leyendo libros y cómics, con los playmobil que simulaba rescatarlos cuando se
ahogaban en la piscina, con un cubito de peretas, o ciruelas, o jínjoles...; mi yaya me ataba un pañuelo mojado en agua fría alrededor de la cabeza. Pasaban las horas y los días, las semanas sucedían una tras otra entre mil historietas y juegos de niño solitario. A mi abuela la escuchaba por las noches rezar por mi, le pedía ayuda a Dios para que no fuera tan raro y que no me hicieran daño por la calle. Señora, su nieto no es raro, es el Joel Schumacher de los juegos de verano.
La verdad es que era la pura gloria, ahí en paz y soledad bajo la sombrilla de camy, si hubiera podido, mi viejo me hubiera cobrado los 4000 napos que vale un apartamento en la playa.
las vacaciones son para eso exactamente.
yo odiaba ir a la playa o salir de viaje, el camino a mazarrón con mi padre bebido al volante te dejaba seco, los nervios te aplastaban los órganos, no podías respirar, hasta las uñas dejaban de crecerme... ojalá nos hubiéramos estrellado una de las 1000 veces que pudo pasar y no pasó.