Libros Gabriel García Márquez y el Realismo Mágico

Undertaker

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15 Nov 2005
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Colombia, además de café y cocaína, da a luz escritores.
O debe darlos, porque yo sólo conozco a García Márquez, pero es suficiente.

Gabo, como le conocemos los que nos vamos de cervezas con él, tiene un par de obras que yo situaría entre las cinco mejores de la Literatura Universal. Dato que, teniendo en cuenta que no habré leído ni un 1% de la Literatura Universal, no vale una mierda. Pero sirve para que veais que tengo al colombiano en alta estima.

Estas dos obras son Cien Años de Soledad y El Amor en los Tiempos del Cólera, libros en los que García Márquez toca con las manos el cielo del realismo mágico, ese concepto literario acuñado a mediados del siglo XX en latinoamérica consistente, básicamente, en hacer pasar hechos mágicos como naturales, reforzando de tal forma los dos pilares sobre los que se sustenta la literatura (lo dulce y lo utile que pregonaba Horacio, lo bello y lo didáctico) que nunca un premio nobel de literatura estuvo mejor adjudicado que el que este señor tendrá cogiendo polvo en la estantería de su casa.

Tras esta breve tarjeta de presentación del sujeto en cuestión, paso a hablar de sus obras.


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Cien Años de Soledad narra, a través de las desventuras de la familia Buendía Iguarán a lo largo de un siglo, las desventuras de la civilización latina en Sudamérica. Con una prosa impecable, unas imágenes sobrecogedoras y una belleza conceptual sólo al alcance de un escritor que no sólo sabe cómo decirlo sino que tiene algo que decir (me tomo la licencia poética de escribir así la frase para que la crítica al 95% de los escritores tenga más fuerza)

Adorad este libro por fragmentos mágicos como éste:

Habían contraído, en efecto, la enfermedad del insomnio. Úrsula, que había aprendido de su madre el valor medicinal de las plantas, preparó e hizo beber a todos un brebaje de acónito, pero no consiguieron dormir, sino que estuvieron todo el día soñando despiertos. En ese estado de alucinada lucidez no sólo veían las imágenes de sus propios sueños, sino que los unos veían las imágenes soñadas por los otros.

O por saber describir la esencia del desamor de esta manera:

Una noche cantó. Macondo despertó en una especie de estupor, angelizado por una cítara que no merecía ser de este mundo y una voz como no podía concebirse que hubiera otra en la tierra con tanto amor. Pietro Crespi vio entonces la luz en todas las ventanas del pueblo, menos en la de Amaranta.

O por sintetizar las azañas del coronel Aureliano Buendía en un párrafo para la Historia:

El coronel Aureliano Buendía promovió treinta y dos levantamientos armados y los perdió todos. Tuvo diecisiete hijos varones de diecisiete mujeres distintas, que fueron exterminados uno tras otro en una sola noche, antes de que el mayor cumpliera treinta y cinco años. Escapó a catorce atentados, a setenta y tres emboscadas y a un pelotón de fusilamiento. Sobrevivió a una carga de estrictina en el café que habría bastado para matar a un caballo. Rechazó la Orden del Mérito que le otorgó el presidente de la república. Llegó a ser comandante general de las fuerzas revolucionarias, con jurisdicción y mando de una frontera a la otra, y el hombre más temido por el gobierno, pero nunca permitió que le tomaran una fotografía. Declinó la pensión vitalicia que le ofrecieron después de la guerra y vivió hasta la vejez de los pescaditos de oro que fabricaba en su taller de Macondo. Aunque peleó siempre al frente de sus hombres, la única herida que recibió se la produjo él mismo después de firmar la capitulación de Neerlandia que puso término a casi veinte años de guerras civiles. Se disparó un tiro de pistola en el pecho y el proyectil le salió por la espalda sin lastimar ningún centro vital. Lo único que quedó de todo eso fue una calle con su nombre en Macondo. Sin embargo, según declaró pocos años antes de morir de viejo, ni siquiera eso esperaba la madrugada en que se fue con sus ventiún hombres a reunirse con las fuerzas del general Victorio Medina.

O por expresar lo absurdo de los ideales bajo los que se cobijan las guerras:

Pedían, en primer término, renunciar a la revisión de los títulos de propiedad de la tierra para recuperar el apoyo de los terratenientes liberales. Pedían, en segundo término, renunciar a la lucha contra la influencia crerical para obtener el respaldo del pueblo católico. Pedían, por último, renunciar a las aspiraciones de igualdad de derechos entre los hijos naturales y los legítimos para preservar la integridad de los hogares.
- Quiere decir - sonrió el coronel Aureliano Buendía cuando terminó la lectura - que sólo estamos luchando por el poder.


O por establecer una analogía tan acertada con lo que sentimos los veteranos de PL cada vez que algún subnormal ningunea la existencia de los buenos tiempos en el foro:

Aureliano y Gabriel estaban vinculados por una especie de complicidad, fundada en hechos reales en los que nadie creía, y que habían afectado sus vidas hasta el punto de que ambos se encontraban a la deriva en la resaca de un mundo acabado, del cual sólo quedaba la nostalgia.


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El Amor en los Tiempos del Cólera es otra obra maestra, si bien ni el realismo mágico está en ella tan arraigado ni conceptualmente alcanza las cotas de Cien Años de Soledad.
En cuanto al argumento, no me gusta que trate de una historia de amor; en cuanto a la historia de amor, no me gusta que acabe bien.
Me parece lamentable que Florentino se conforme con las migajas que le ofrece una viuda mustia que ha entregado sus mejores años a otro.

Pero que eso, que es otra obra maestra, pese a no poder compararse con la que le hace sombra.
Impagable, además, el descojone del episodio del loro manglero.

Y me consuelo pensando que quizá el lance final del libro no sea más que una ironía.
Me consuelo pensando que Florentino sabe que en realidad lo que tiene es una mierda, pese a que Hollywood haya puesto a un sonriente Bardem a pronunciar la frase final.

- ¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo? -le preguntó.
Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches.
- Toda la vida -dijo.


Deleitaos con el todas putas:

Era de las que pensaban que la prostitución no era acostarse por dinero, sino acostarse con desconocidos.

Deleitaos con la manera de decir que, total...

Meses después, al bajarse del tranvía de mulas, una niñita que iba con su padre le pidió una bolita de chocolate de la caja que él llevaba en la mano. El padre la regañó y le pidió excusas a Florentino Ariza. Pero él le dio la caja completa a la niña pensando que aquel gesto lo redimía de toda amargura, y calmó al papá con una palmadita en el hombro.
- Eran para un amor que se lo llevó el carajo -le dijo.



En cuanto a las demás obras de García Márquez, las veo a años luz de estas dos.
Comentaré algunas así por encima.

El Coronel no Tiene Quien le Escriba
Desarrolla una idea que Gabo ya había esbozado años antes en unas pocas páginas de Cien Años de Soledad.
No creo que esta idea sea como para dedicarle un libro entero, pero bueno, ahí está.

Fragmento escogido:

- Y mientras tanto qué comemos -preguntó la mujer.
- No sé -dijo el coronel-. Pero si nos fuéramos a morir de hambre ya nos hubiéramos muerto.


La reflexión vale tanto para el hambre como para el amor.


Memoria de mis Putas Tristes
Me temo que el tiempo volvió a Gabo demasiado condescendiente con el amor.
El amor se parece más al fragmento de Pietro Crespi que, perteneciente a Cien Años de Soledad, he posteado, y no a lo que viene a contar en esta obra.

Fragmento escogido:

Le llevé después unos pendientes más adecuados para el color de su piel. Le expliqué: Los primeros que te traje no te quedaban bien por tu tipo y el corte del cabello. Éstos te irán mejor. No llevó ninguno en las dos citas siguientes, pero a la tercera se puso los que le había indicado. Así empecé a entender que no obedecía a mis órdenes, pero aguardaba la ocasión para complacerme.


Doce Cuentos Peregrinos
Tampoco me parece nada espectacular, pero sólo por esto vale la pena:

Le pregunté si creía en los amores a primera vista. "Claro que sí", me dijo. "Los imposibles son los otros".


Del Amor y Otros Demonios
No me gusta la historia, pero la indudable belleza conceptual de Gabo se le ve a kilómetros.

Fragmento escogido:

Fue entonces cuando Dominga de Adviento prometió a sus santos que si le concedían la gracia de vivir, la niña no se cortaría el cabello hasta noche de bodas. No bien lo había prometido cuando la niña rompió a llorar. Dominga de Adviento, jubilosa, cantó: «Será santa!». El marqués que la conoció ya lavada y vestida, fue menos clarividente.
«Será puta», dijo. «Si Dios le da vida y salud».


Y otro de puro realismo mágico:

Un 9 de noviembre estaban tocando a dúo bajo los naranjos, porque el aire era puro y el cielo alto y sin nubes, cuando un relámpago los cegó, un estampido sísmico los sacó de quicio, y doña Olalla cayó fulminada por la centella.
La ciudad sobrecogida interpretó la tragedia como una deflagración de la cólera divina por una culpa inconfesable. El marqués ordenó funerales de reina, en los cuales se mostró por primera vez con los tafetanes negros y la color macilenta que había de llevar hasta siempre. Al regreso del cementerio lo sorprendió una nevada de palomitas de papel sobre los naranjos del huerto. Atrapó una al azar, la deshizo, y leyó: Ese rayo era mío.



De Relato de un Náufrago no digo nada porque se supone que no es más que las declaraciones (adecentadas por la pluma de un escritor) de un entrevistado.
Le tengo tirria porque es el típico libro que te hacen leer en el instituto para luego ir con la cantinela de "hago leer a mis alumnos libros de García Márquez", cosa que siempre da prestigio a un profesor de literatura.


Y no he leído más de Gabo.
Pero que eso, que considero el resto de su obra a muchísima distancia de sus dos libros más laureados.
Igual a vosotros os gusta tanto como los primeros, así que siempre podemos darnos de hostias en este hilo.

Darnos nosotros o darle a él.

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Yo tt rebuznó:
Pues Noticia de un secuestro lo leí hace ya mucho tiempo y lo quiero volver a leer. Es un libro no ficticio bastante interesante.

Hicieron la peli y todo.

La historia es que no tiene nada que ver con el resto de la obra de Márquez, más que nada porque es un reportaje de prensa pero en largo.

Magnífico hilo, hijo del sepulturero, cuando tenga hueco me pongo con Cien años de soledad, que es lo mejor con diferencia de este hombre.
 
Becerro de oro rebuznó:
El mejor fragmento de Cien años es el de las teticas de perra :115

La niña de las teticas de perra es Eréndira, que sale también como personaje en la historia de la cándida Eréndira.....
En Cien años de soledad aparece aquí

Entra tú también -le dijo-. Sólo cuesta veinte centavos. Aureliano echó una moneda en la alcancía que la matrona tenía en las piernas y entró en el cuarto sin saber para qué. La mulata adolescente, con sus teticas de perra, estaba desnuda en la cama. Antes de Aureliano, esa noche, sesenta y tres hombres habían pasado por el cuarto. De tanto ser usado, y amasado en sudores y suspiros, el aire de la habitación empezaba a convertirse en lodo. La muchacha quitó la sábana empapada y le pidió a Aureliano que la tuviera de un lado. Pesaba como un lienzo. La exprimieron, torciéndola por los extremos, hasta que recobró su peso natural. Voltearan la estera, y el sudor salía del otro lado. Aureliano ansiaba que aquella operación no terminara nunca. Conocía la mecánica teórica del amar, pero no podía tenerse en pie a causa del desaliento de sus rodillas, y aunque tenía la piel erizada y ardiente no podía resistir a la urgencia de expulsar el peso de las tripas. Cuando la muchacha acabó de arreglar la cama y le ordenó que se desvistiera, él le hizo una explicación atolondrada: «Me hicieron entrar. Me dijeron que echara veinte centavos en la alcancía y que no me demorara.» La muchacha comprendió su ofuscación.
«Si echas otros veinte centavos a la salida, puedes demorarte un poca más», dijo suavemente.
Aureliano se desvistió, atormentado por el pudor, sin poder quitarse la idea de que su desnudez no resistía la comparación can su hermano. A pesar de los esfuerzas de la muchacha, él se sintió cada vez más indiferente, y terriblemente sola. «Echaré otros veinte centavos», dijo con voz de-solada.
La muchacha se lo agradeció en silencio. Tenía la espalda en carne viva. Tenía el pellejo pegado a las costillas y la respiración alterada por un agotamiento insondable. Dos años antes, muy lejos de allí, se había quedado dormida sin apagar la vela y había despertado cercada por el fuego. La casa donde vivía can la abuela que la había criada quedó reducida a cenizas. Desde entonces la abuela la llevaba de pueblo en pueblo, acostándola por veinte centavos, para pagarse el valor de la casa incendiada. Según los cálculos de la muchacha, todavía la faltaban unos diez años de setenta hombres por noche, porque tenía que pagar además los gastos de viaje y alimentación de ambas y el sueldo de los indios que cargaban el mecedor. Cuando la matrona tocó la puerta por segunda vez, Aureliano salió del cuarto sin haber hecho nada, aturdido por el deseo de llorar. Esa noche no pudo dormir pensando en la muchacha, con una mezcla de deseo y conmiseración. Sentía una necesidad irresistible de amarla y protegerla. Al amanecer, extenuado por el insomnio y la fiebre, tomó la serena decisión de casarse con ella para liberarla del des-potismo de la abuela y disfrutar todas las noches de la satisfacción que ella le daba a setenta hombres. Pera a las diez de la mañana, cuando llegó a la tienda de Catarino, la muchacha se había ido del pueblo.
El tiempo aplacó su propósito atolondrado, pero agravó su sentimiento de frustración. Se refugió en el trabajo. Se resignó a ser un hombre sin mujer toda la vida para ocultar la vergüenza de su inutilidad. Mientras tanto, Melquíades terminó de plasmar en sus placas todo lo que era plasmable en Macondo, y abandonó el laboratorio de daguerrotipia a los delirios de José Arcadio Buendía, quien había resuelto utilizarlo para obtener la prueba científica de la existencia de Dios.
Mediante un complicada proceso de exposiciones superpuestas tomadas en distintos...
 
El realismo mágico o de cómo unos sexagenarios suecos descubrieron que las fantasiosas historias del coronel Buendía, sus incontables guerras y sus innumerables hijos no eran invenciones del escritor sino en buena parte recuerdos de familia.

Los que hemos dado en caer en este agujero del Foro habremos dilapidado ya tiempo con Gabo como para que yo no os haga perder mucho más. No tengo más que felicitar a Ruben y Undertaker por la iniciativa.

Sólo añadir apuntes más allá de sus obras tan conocidas.

Uno, su conocida animadversión a los corsés, en este caso gramaticales, que a más de uno aquí pondrán de los nervios, su conocida “Botella al mar”:

En ese sentido, me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen todavía para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los ques endémicos, el dequeísmo parasitario, y devolvamos al subjuntivo presente el esplendor de sus esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemos en vez de cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos. Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revolver con revólver. Y que de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?

Dos, sus talleres de guiones (¿Para cuando un taller en PL, Rubén?). Si no soy escritor después de haber leído “Como se cuenta un cuento” es que ya no lo seré nunca.

Tres, la “Crónica de una muerte anunciada” uno de los libros mejor escritos en donde ni sobra ni falta una palabra para explicar la historia.

Y cuatro, Gabo me prestara el título para cuando escriba mis memorias con su “Cuando era feliz e indocumentado”
 
Crónica de una muerte anunciada es una de las historias más redondas de la Literatura, seguro. No pierde el nivel en ningún momento y el final es, sencillamente, perfecto.

Si queréis nos podemos animar a releerlo o leerlo por primera vez e ir comentando cosas, me parece una obra ideal para hacerlo ya que es breve pero bastante densa.



Un hilo sobre escritores amateurs tenía pensado abrir, para ir recopilando consejos e ideas de todo aquel que pierda el tiempo escribiendo de vez en cuando. Aquí tenemos a dos muy prolíficos:

Creaciones Propias - Foro Putalocura - Año VII. Por la integración retarded y la reinserción trisómica
 
Dueña por primera vez de su destino, Ángela Vicario descubrió entonces que el odio y el amor son pasiones recíprocas. Cuantas más cartas mandaba, más encendía las brasas de su fiebre, pero más calentaba también el rencor feliz que sentía contra su madre. << Se me revolvían las tripas de sólo verla -me dijo-, pero no podía verla sin acordarme de él.>> Su vida de casada devuela seguía siendo tan simple como la de soltera, siempre bordando a máquina con sus amigas como antes hizo tulipanes de trapo y pájaros de papel, pero cuando su madre se acostaba permanecía en el cuarto escribiendo cartas sin porvenir hasta la madrugada. Se volvió lúcida, imperiosa, maestra de su albedrío, y volvió a ser virgen sólo para él, y no reconoció otra autoridad que la suya ni más servidumbre que la de su obsesión.

"Crónica de una muerte anunciada" G. García Márquez.

A este libro le doy balance positivo, y me divierte la forma de narrar avanzando y retrocediento en el tiempo.
 
Cien años de soledad seguramente sea el libro que más me ha impresionado de cuantos he leído. Es una de esas obras que traspasan los límites de su género e incluso su arte para establecerse como mitos de la creación humana. Me recuerda a unas meninas de Velázquez, a una Capilla Sixtina de Miguel Ángel, Sacrificio de Tarkovski donde toda la belleza ahí recogida es perfecta y abrumadora, y las ramificaciones son infinitamente alegóricas, como si toda la obra transcendiera las dimensiones habituales en la que se encuentra para que la idea, esa idea que es imposible de explicar sin el arte, permanezca viva en su dimensión desconocida que lo ocupa todo. En definitiva, que es muy grande :lol:
 
El propio García Márquez ya alertó contra la tentación de encontrar alegorías o de formular interpretaciones a un libro como este, aunque sí es verdad que marca la cima comercial de su carrera. Eso sí, vendió unidades como churros.

Supongo que si consigue pasar a la historia será gracias a El otoño del patriarca,

Durante el fin de semana los gallinazos se metieron por los balcones de la casa
presidencial, destrozaron a picotazos las mallas de alambre de las ventanas y removieron
con sus alas el tiempo estancado en el interior, y en la madrugada del lunes la ciudad
despertó de su letargo de siglos con una tibia y tierna brisa de muerto grande y de
podrida grandeza. Sólo entonces nos atrevimos a entrar sin embestir los carcomidos
muros de piedra fortificada, como querían los más resueltos, ni desquiciar con yuntas de
bueyes la entrada principal, como otros proponían, pues bastó con que alguien los
empujara para que cedieran en sus goznes los portones blindados que en los tiempos
heroicos de la casa habían resistido a las lombardas de William Dampier. Fue como
penetrar en el ámbito de otra época, porque el aire era más tenue en los pozos de
escombros de la vasta guarida del poder, y el silencio era más antiguo, y las cosas eran
arduamente visibles en la luz decrépita. A lo largo del primer patio, cuyas baldosas
habían cedido a la presión subterránea de la maleza, vimos el retén en desorden de la
guardia fugitiva, las armas abandonadas en los armarios, el largo mesón de tablones
bastos con los platos de sobras del almuerzo dominical interrumpido por el pánico, vimos
el galpón en penumbra donde estuvieron las oficinas civiles, los hongos de colores y los
lirios pálidos entre los memoriales sin resolver cuyo curso ordinario había sido más lento
que las vidas más áridas, vimos en el centro del patio la alberca bautismal donde fueron
cristianizadas con sacramentos marciales más de cinco generaciones, vimos en el fondo
la antigua caballeriza de los virreyes transformada en cochera, y vimos entre las
camelias y las mariposas la berlina de los tiempos del ruido, el furgón de la peste, la
carroza del año del cometa, el coche fúnebre del progreso dentro del orden, la limusina
sonámbula del primer siglo de paz, todos en buen estado bajo la telaraña polvorienta y
todos pintados con los colores de la bandera. En el patio siguiente, detrás de una verja
de hierro, estaban los rosales nevados de polvo lunar a cuya sombra dormían los
leprosos en los tiempos grandes de la casa, y habían proliferado tanto en el abandono
que apenas si quedaba un resquicio sin olor en aquel aire de rosas revuelto con la
pestilencia que nos llegaba del fondo del jardín y el tufo de gallinero y la hedentina de
boñigas y fermentos de orines de vacas y soldados de la basílica colonial convertida en
establo de ordeño
 
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