Undertaker
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Colombia, además de café y cocaína, da a luz escritores.
O debe darlos, porque yo sólo conozco a García Márquez, pero es suficiente.
Gabo, como le conocemos los que nos vamos de cervezas con él, tiene un par de obras que yo situaría entre las cinco mejores de la Literatura Universal. Dato que, teniendo en cuenta que no habré leído ni un 1% de la Literatura Universal, no vale una mierda. Pero sirve para que veais que tengo al colombiano en alta estima.
Estas dos obras son Cien Años de Soledad y El Amor en los Tiempos del Cólera, libros en los que García Márquez toca con las manos el cielo del realismo mágico, ese concepto literario acuñado a mediados del siglo XX en latinoamérica consistente, básicamente, en hacer pasar hechos mágicos como naturales, reforzando de tal forma los dos pilares sobre los que se sustenta la literatura (lo dulce y lo utile que pregonaba Horacio, lo bello y lo didáctico) que nunca un premio nobel de literatura estuvo mejor adjudicado que el que este señor tendrá cogiendo polvo en la estantería de su casa.
Tras esta breve tarjeta de presentación del sujeto en cuestión, paso a hablar de sus obras.
Cien Años de Soledad narra, a través de las desventuras de la familia Buendía Iguarán a lo largo de un siglo, las desventuras de la civilización latina en Sudamérica. Con una prosa impecable, unas imágenes sobrecogedoras y una belleza conceptual sólo al alcance de un escritor que no sólo sabe cómo decirlo sino que tiene algo que decir (me tomo la licencia poética de escribir así la frase para que la crítica al 95% de los escritores tenga más fuerza)
Adorad este libro por fragmentos mágicos como éste:
Habían contraído, en efecto, la enfermedad del insomnio. Úrsula, que había aprendido de su madre el valor medicinal de las plantas, preparó e hizo beber a todos un brebaje de acónito, pero no consiguieron dormir, sino que estuvieron todo el día soñando despiertos. En ese estado de alucinada lucidez no sólo veían las imágenes de sus propios sueños, sino que los unos veían las imágenes soñadas por los otros.
O por saber describir la esencia del desamor de esta manera:
Una noche cantó. Macondo despertó en una especie de estupor, angelizado por una cítara que no merecía ser de este mundo y una voz como no podía concebirse que hubiera otra en la tierra con tanto amor. Pietro Crespi vio entonces la luz en todas las ventanas del pueblo, menos en la de Amaranta.
O por sintetizar las azañas del coronel Aureliano Buendía en un párrafo para la Historia:
El coronel Aureliano Buendía promovió treinta y dos levantamientos armados y los perdió todos. Tuvo diecisiete hijos varones de diecisiete mujeres distintas, que fueron exterminados uno tras otro en una sola noche, antes de que el mayor cumpliera treinta y cinco años. Escapó a catorce atentados, a setenta y tres emboscadas y a un pelotón de fusilamiento. Sobrevivió a una carga de estrictina en el café que habría bastado para matar a un caballo. Rechazó la Orden del Mérito que le otorgó el presidente de la república. Llegó a ser comandante general de las fuerzas revolucionarias, con jurisdicción y mando de una frontera a la otra, y el hombre más temido por el gobierno, pero nunca permitió que le tomaran una fotografía. Declinó la pensión vitalicia que le ofrecieron después de la guerra y vivió hasta la vejez de los pescaditos de oro que fabricaba en su taller de Macondo. Aunque peleó siempre al frente de sus hombres, la única herida que recibió se la produjo él mismo después de firmar la capitulación de Neerlandia que puso término a casi veinte años de guerras civiles. Se disparó un tiro de pistola en el pecho y el proyectil le salió por la espalda sin lastimar ningún centro vital. Lo único que quedó de todo eso fue una calle con su nombre en Macondo. Sin embargo, según declaró pocos años antes de morir de viejo, ni siquiera eso esperaba la madrugada en que se fue con sus ventiún hombres a reunirse con las fuerzas del general Victorio Medina.
O por expresar lo absurdo de los ideales bajo los que se cobijan las guerras:
Pedían, en primer término, renunciar a la revisión de los títulos de propiedad de la tierra para recuperar el apoyo de los terratenientes liberales. Pedían, en segundo término, renunciar a la lucha contra la influencia crerical para obtener el respaldo del pueblo católico. Pedían, por último, renunciar a las aspiraciones de igualdad de derechos entre los hijos naturales y los legítimos para preservar la integridad de los hogares.
- Quiere decir - sonrió el coronel Aureliano Buendía cuando terminó la lectura - que sólo estamos luchando por el poder.
O por establecer una analogía tan acertada con lo que sentimos los veteranos de PL cada vez que algún subnormal ningunea la existencia de los buenos tiempos en el foro:
Aureliano y Gabriel estaban vinculados por una especie de complicidad, fundada en hechos reales en los que nadie creía, y que habían afectado sus vidas hasta el punto de que ambos se encontraban a la deriva en la resaca de un mundo acabado, del cual sólo quedaba la nostalgia.
El Amor en los Tiempos del Cólera es otra obra maestra, si bien ni el realismo mágico está en ella tan arraigado ni conceptualmente alcanza las cotas de Cien Años de Soledad.
En cuanto al argumento, no me gusta que trate de una historia de amor; en cuanto a la historia de amor, no me gusta que acabe bien.
Me parece lamentable que Florentino se conforme con las migajas que le ofrece una viuda mustia que ha entregado sus mejores años a otro.
Pero que eso, que es otra obra maestra, pese a no poder compararse con la que le hace sombra.
Impagable, además, el descojone del episodio del loro manglero.
Y me consuelo pensando que quizá el lance final del libro no sea más que una ironía.
Me consuelo pensando que Florentino sabe que en realidad lo que tiene es una mierda, pese a que Hollywood haya puesto a un sonriente Bardem a pronunciar la frase final.
- ¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo? -le preguntó.
Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches.
- Toda la vida -dijo.
Deleitaos con el todas putas:
Era de las que pensaban que la prostitución no era acostarse por dinero, sino acostarse con desconocidos.
Deleitaos con la manera de decir que, total...
Meses después, al bajarse del tranvía de mulas, una niñita que iba con su padre le pidió una bolita de chocolate de la caja que él llevaba en la mano. El padre la regañó y le pidió excusas a Florentino Ariza. Pero él le dio la caja completa a la niña pensando que aquel gesto lo redimía de toda amargura, y calmó al papá con una palmadita en el hombro.
- Eran para un amor que se lo llevó el carajo -le dijo.
En cuanto a las demás obras de García Márquez, las veo a años luz de estas dos.
Comentaré algunas así por encima.
El Coronel no Tiene Quien le Escriba
Desarrolla una idea que Gabo ya había esbozado años antes en unas pocas páginas de Cien Años de Soledad.
No creo que esta idea sea como para dedicarle un libro entero, pero bueno, ahí está.
Fragmento escogido:
- Y mientras tanto qué comemos -preguntó la mujer.
- No sé -dijo el coronel-. Pero si nos fuéramos a morir de hambre ya nos hubiéramos muerto.
La reflexión vale tanto para el hambre como para el amor.
Memoria de mis Putas Tristes
Me temo que el tiempo volvió a Gabo demasiado condescendiente con el amor.
El amor se parece más al fragmento de Pietro Crespi que, perteneciente a Cien Años de Soledad, he posteado, y no a lo que viene a contar en esta obra.
Fragmento escogido:
Le llevé después unos pendientes más adecuados para el color de su piel. Le expliqué: Los primeros que te traje no te quedaban bien por tu tipo y el corte del cabello. Éstos te irán mejor. No llevó ninguno en las dos citas siguientes, pero a la tercera se puso los que le había indicado. Así empecé a entender que no obedecía a mis órdenes, pero aguardaba la ocasión para complacerme.
Doce Cuentos Peregrinos
Tampoco me parece nada espectacular, pero sólo por esto vale la pena:
Le pregunté si creía en los amores a primera vista. "Claro que sí", me dijo. "Los imposibles son los otros".
Del Amor y Otros Demonios
No me gusta la historia, pero la indudable belleza conceptual de Gabo se le ve a kilómetros.
Fragmento escogido:
Fue entonces cuando Dominga de Adviento prometió a sus santos que si le concedían la gracia de vivir, la niña no se cortaría el cabello hasta noche de bodas. No bien lo había prometido cuando la niña rompió a llorar. Dominga de Adviento, jubilosa, cantó: «Será santa!». El marqués que la conoció ya lavada y vestida, fue menos clarividente.
«Será puta», dijo. «Si Dios le da vida y salud».
Y otro de puro realismo mágico:
Un 9 de noviembre estaban tocando a dúo bajo los naranjos, porque el aire era puro y el cielo alto y sin nubes, cuando un relámpago los cegó, un estampido sísmico los sacó de quicio, y doña Olalla cayó fulminada por la centella.
La ciudad sobrecogida interpretó la tragedia como una deflagración de la cólera divina por una culpa inconfesable. El marqués ordenó funerales de reina, en los cuales se mostró por primera vez con los tafetanes negros y la color macilenta que había de llevar hasta siempre. Al regreso del cementerio lo sorprendió una nevada de palomitas de papel sobre los naranjos del huerto. Atrapó una al azar, la deshizo, y leyó: Ese rayo era mío.
De Relato de un Náufrago no digo nada porque se supone que no es más que las declaraciones (adecentadas por la pluma de un escritor) de un entrevistado.
Le tengo tirria porque es el típico libro que te hacen leer en el instituto para luego ir con la cantinela de "hago leer a mis alumnos libros de García Márquez", cosa que siempre da prestigio a un profesor de literatura.
Y no he leído más de Gabo.
Pero que eso, que considero el resto de su obra a muchísima distancia de sus dos libros más laureados.
Igual a vosotros os gusta tanto como los primeros, así que siempre podemos darnos de hostias en este hilo.
Darnos nosotros o darle a él.