El especímen.
Os comento la situación. Tenemos una sala y un pasillo y al final dos lavabos dónde cualquiera puede pasar. Al final tenemos otra sala para parejas en donde ellas como hombre solo te deben autorizar para pasar.
Pero entre el lavabo y una parte de la sala hay un pequeño cuarto que comunica con una cama de la sala de parejas en la que hay un cristal y unos agujeros para meter la polla y que la mujer de un cornudo te la coma.
Una persona normal permanece bebiendo en el pasillo.
Pero el especímen no. El especímen no se mueve de ese pequeño cuarto de los agujeros.
Está ahí dentro, okupando.
Tiene entre 45 y 50, físicamente da vergu, no se quita la mascarilla ni patras.
Las dos parejas que han llegado desde un principio cómo es natural lo han ignorado. El otro especímen lo ha entendido y se ha largado. Pero este no. No lo entiende. Este persiste y persistirá toda la noche.
Su modus operandi es básicamente permanecer en ese diminuto cuarto, y atención, cuando el escucha cualquier ruido, sea que cualquiera entra al bar este o sea que la argentina o la choni entran al lavabo a empolvarse, el tío sale escopeteado. Con un hambre de tigre.
Mira hacia la puerta. Absolutamente esperanzado de que quien entre sea una chica bella acompañada de algún maromo que en un corto futuro le tocará la polla.
Es algo que nunca ocurrirá, lo segundo, digo, porque lo primero ha ocurrido.
La choni lo tiene loco. La choni en escasos minutos ha ido tres veces al baño. La primera se ha presentado a la camarera para quejarse de él.
Cuando la choni entra al baño nuestro amigo depredador sale de la cueva más rápido que Walcott, el negro aquel del Arsenal.
Y se postra frente a la puerta del lavabo, absolutamente obsesionado, como si un caballero templario hubiera descubierto el escondite en dónde se halla en Santo Grial. No puede contenerse, o sí, apenas, quiere derrumbar la puerta, pero todos sabemos que no puede. Y él también.
Una vez la choni sale y ve que ni mucho menos le ha guiñado el ojo, él vuelve directo a su escondite.
Siempre, y digo siempre, que el ruido advierta la más mínima novedad, sea alguien nuevo que entra, cualquier pareja que sale, o yo que vengo de fumar de la calle, él sale absolutamente inmediato, ansioso, incondicional. Le bastan unos segundos para ver que es una falsa alarma y retroceder de nuevo en su ya casa.
Este hombre es la fe hecha cuerpo humano. No abandonará jamás su batalla. O sí. A las 4 de la noche. Hora de cierre.