stavroguin 11
Clásico
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- 14 Oct 2010
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Los suecos son rubios, los tréboles tienen tres hojas, los mirlos son negros y las mujeres un rebaño de putas que solo calientan el alma que no tienen con la combustión de billetes de 100 euros de la cartera de un cretino.
Hasta aquí todos de acuerdo, supongo. La norma es la norma y los mirlos blancos no la invalidan, aunque veamos uno cada 15 años.
Y, sin embargo, hoy me apetece escribir acerca de esos contados casos femeninos que se salen del molde, y que, lejos de aminorar nuestra misoginia, la tornan más rabiosa por la comparación con la masa lerda y maligna que son la mayoría.
De vez en cuando la vida pone en nuestro camino una de esas mujeres. Uno no tarda mucho en reconocerlas: de repente la mujer individual que tenemos delante se convierte en un arquetipo general que nos resulta conocido, pues a lo largo de los años hemos contactado con escasas individuas del mismo patrón. Sabemos, de repente, que es "ella", aunque hayan pasado varios años desde que vimos un ejemplar por última vez. Son tan escasas que nunca conoceremos a dos simultáneamente.
Cuando hablan no exhiben ese soniquete cansino, prepotente, chirriante e irritante de la mayoría de las comepollas. Se expresan con claridad, con modestia, con seguridad, sin muletillas estúpidas, sin que lo que digan suene a hueco. Siempre tienen pareja (lo contrario sería demasiado bonito para ser cierto), a la que respetan, aunque frecuentemente son menos atractivos que ellas. No son caprichosas, ni cansinas, ni consumistas compulsivas, ni carruseleras de retrete de discoteca. Serias, fieles y familiares, también suelen tener mente abierta y sentido del humor. Y saben que son diferentes a la masa, aunque no lo reconozcan nunca.
Un amigo está casado con una de ellas. Hace años compartimos noches de frustración, puticlub y alcohol, antes de que la conociera y nuestros caminos se separaran: él se convirtió en padre de familia, yo seguí con la soledad y las putas. Ella era más joven, más guapa, de nivel socioeconómico superior. Y de manera implícita y explícita, siempre daba a entender que su novio estaba por encima de todo. Hasta su madre se ponía celosa.
Después de varios años de no vernos, el otro día acepté su invitación en el Facebook. Miro la foto familiar de su portada: sentados en un muro con el mar al fondo, los separan sus dos hijas ya crecidas. El conserva un residuo de su antiguo hastío vital en la mirada, muy atenuado por su feliz vida familiar, ella mira a la cámara sonriente e irónica, y, a pesar de la distancia que los separa, su brazo izquierdo cruza por delante de sus dos hijas sin tocarlas y consigue apoyarse en la rodilla de su marido.
Hasta aquí todos de acuerdo, supongo. La norma es la norma y los mirlos blancos no la invalidan, aunque veamos uno cada 15 años.
Y, sin embargo, hoy me apetece escribir acerca de esos contados casos femeninos que se salen del molde, y que, lejos de aminorar nuestra misoginia, la tornan más rabiosa por la comparación con la masa lerda y maligna que son la mayoría.
De vez en cuando la vida pone en nuestro camino una de esas mujeres. Uno no tarda mucho en reconocerlas: de repente la mujer individual que tenemos delante se convierte en un arquetipo general que nos resulta conocido, pues a lo largo de los años hemos contactado con escasas individuas del mismo patrón. Sabemos, de repente, que es "ella", aunque hayan pasado varios años desde que vimos un ejemplar por última vez. Son tan escasas que nunca conoceremos a dos simultáneamente.
Cuando hablan no exhiben ese soniquete cansino, prepotente, chirriante e irritante de la mayoría de las comepollas. Se expresan con claridad, con modestia, con seguridad, sin muletillas estúpidas, sin que lo que digan suene a hueco. Siempre tienen pareja (lo contrario sería demasiado bonito para ser cierto), a la que respetan, aunque frecuentemente son menos atractivos que ellas. No son caprichosas, ni cansinas, ni consumistas compulsivas, ni carruseleras de retrete de discoteca. Serias, fieles y familiares, también suelen tener mente abierta y sentido del humor. Y saben que son diferentes a la masa, aunque no lo reconozcan nunca.
Un amigo está casado con una de ellas. Hace años compartimos noches de frustración, puticlub y alcohol, antes de que la conociera y nuestros caminos se separaran: él se convirtió en padre de familia, yo seguí con la soledad y las putas. Ella era más joven, más guapa, de nivel socioeconómico superior. Y de manera implícita y explícita, siempre daba a entender que su novio estaba por encima de todo. Hasta su madre se ponía celosa.
Después de varios años de no vernos, el otro día acepté su invitación en el Facebook. Miro la foto familiar de su portada: sentados en un muro con el mar al fondo, los separan sus dos hijas ya crecidas. El conserva un residuo de su antiguo hastío vital en la mirada, muy atenuado por su feliz vida familiar, ella mira a la cámara sonriente e irónica, y, a pesar de la distancia que los separa, su brazo izquierdo cruza por delante de sus dos hijas sin tocarlas y consigue apoyarse en la rodilla de su marido.