Sadam Joselín
Forero del todo a cien
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- 9 Feb 2007
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Sólo suelo entrar a los bares a por tabaco. Y cuando ocasionalmente salgo de casa a hacer algún papeleo por el centro y me canso, a tomar un agua con gas bien fría.
En tiempos tenía fichados un par de bares por sus patatas bravas, uno en El Tubo, otro en una calle que da al Coso. Ambos cerraron.
En mi querida Margen Izquierda los amarillos se han apropiado de casi todos los bares. El otro día llegó la gota que colmó el vaso. Me quedaban pocos cigarros y mucha noche por delante. Pasaba por el Picarral, y vi el bar El Litri (El Litri padre) abierto. Bar emblemático en el barrio, urinario de los conductores de la línea 36 de toda la vida, nido de taxistas a media mañana, de dimensiones similares a las de la cocina de una casa, poseedor del último cagadero de a pulso del que tengo noticia, situado en el todavía Grupo Francisco Franco. Entré ensimismado en mis cosas, levanté la vista para pedir cambio y unos ojos rasgados me observaban del otro lado de la barra.
¡Eso era demasiado, El Litri en manos orientales!. Salí maldiciendo a la globalización y al copón bendito y jurándome no volver a entrar a un bar en mi puta vida, a no ser alguna tarde a Las Palomas, a jalarme un par de trozos de bacalao rebozado, que eso es sagrao.
En tiempos tenía fichados un par de bares por sus patatas bravas, uno en El Tubo, otro en una calle que da al Coso. Ambos cerraron.
En mi querida Margen Izquierda los amarillos se han apropiado de casi todos los bares. El otro día llegó la gota que colmó el vaso. Me quedaban pocos cigarros y mucha noche por delante. Pasaba por el Picarral, y vi el bar El Litri (El Litri padre) abierto. Bar emblemático en el barrio, urinario de los conductores de la línea 36 de toda la vida, nido de taxistas a media mañana, de dimensiones similares a las de la cocina de una casa, poseedor del último cagadero de a pulso del que tengo noticia, situado en el todavía Grupo Francisco Franco. Entré ensimismado en mis cosas, levanté la vista para pedir cambio y unos ojos rasgados me observaban del otro lado de la barra.
¡Eso era demasiado, El Litri en manos orientales!. Salí maldiciendo a la globalización y al copón bendito y jurándome no volver a entrar a un bar en mi puta vida, a no ser alguna tarde a Las Palomas, a jalarme un par de trozos de bacalao rebozado, que eso es sagrao.