Juvenal
Clásico
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- 23 Ago 2004
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La venus de la calle A.
Tiempo llevan unos extraños mimbres agitándose en mi cabeza, esperando que haga un cesto de papel con ellos y nunca lo he logrado. Muchas veces he intentado escribir alguna historia coherente al respecto y siempre la he dejado abandonada.
Hará cosa de un par de años, por estas mismas fechas primaverales en que las mujeres se despojan poco a poco de su ropa y exhiben más y más sus encantos, caminaba hacia el trabajo y siempre me topaba con la venus.
Nuestro encuentro se producía invariablemente a eso de las ocho de la mañana en la calle A., nada más abandonar el paseo de G. Era alta y guapa, rubia y de ojos azules, joven y atlética.
Una chica así siempre capta mi atención, había algo que me fascinaba en esa desconocida de pelo corto. La benigna primavera, preludio del estío, dejaba a la vista sus brazos esbeltos y en los escasos segundos que duraba nuestro diario cruce mis ojos inevitablemente se fijaban en su antebrazo izquierdo: acababa en un redondeado muñón.
Semejaba una de esas bellas estatuas antiguas, de clásica perfección, pero mutiladas.
Podría utilizar mi afilado sarcasmo y decir que era una rara avis, pues una mujer nunca carece de mano izquierda. Siempre me preguntaba qué se ocultaría tras aquel muñón, qué historia había tras él.
Llegué todos los días al trabajo caviloso y entristecido aquella primavera.
Soy curioso por naturaleza y sigo estúpidamente sin hacer caso de la sabia advertencia del Eclesiastés...
Hará cosa de un año el traqueteo del tren me llevaba a la gran ciudad y el rostro de una atractiva morena con gafas hizo levantar mi vista del libro.
Ella está conversando de pie con otra chica, en un lenguaje que no entiendo. Sus manos dibujan rápidos signos en el aire y de su boca no salen más que balbuceos.
Por un momento no estoy en un vagón atestado, sino de nuevo en la calle A. y me viene a la mente aquel refrán que dice que la ventura de fea la guapa la desea.
Hará cosa de unos meses subía por la calle B. y volví a toparme con otra belleza vestida con ropa deportiva y que llevaba colgada una mochila de los DiR. Apenas duró la epifanía unos instantes, los suficientes para fijarme, antes que se desvaneciera entre la afanosa multitud, en su ostensible cojera.
No hace falta que les diga que aquel día también pasé por la calle A.
Hará cosa de unas semanas, la fotografía de una mujer de mediana edad me miraba con ojos amables. Tenía algo sugerente en la expresión pero yo no lograba adivinarlo, hasta que su marido me dijo que era ciega.
Hará cosa de unos días, volví a contemplar otro rostro fotografiado. Una joven nacida en 1985, rubia y de sonrisa dulce. Poco a poco fui averiguando datos sobre ella.
Mentiría si dijera que el humbert agazapado en mi interior no se relamía observando la fotografía de aquella nínfula llena de vida, pero no daba crédito a lo que leía sobre ella.
Me resultaba imposible creer que la chica fuera parapléjica y que las feas garras de la depresión le hubieran asestado un zarpazo.
La curiosidad me pudo una vez más y pregunté..
"¿Qué fue lo que le pasó? ¿Un accidente de tráfico?"
No, me dijeron. Se había arrojado al metro. Había intentado suicidarse siete veces.
Tenía diecisete años cuando se tiró a la vía.
No es santo de mi devoción pero Muñoz Molina acertó de pleno al decir que la ventaja de la ficción era que no toleraba finales tan innobles.
...........................................................................................................
Súmenle a las fechas anteriores un año más, es el tiempo transcurrido desde las líneas precedentes y en las que omití un par de detalles, no quería recargar las tintas contando el ligero estupor que me produjo leer en su momento que la hermosa adolescente tenía un porcentaje de minusvalía de noventa y pico o que Love is the answer eran las palabras que llevaba estampadas en su camiseta la muda.
Hará menos de un día, concretamente ayer, como cada mañana, me hallaba tejiendo en mi telaraña y lo que menos deseaba era ser molestado por el zumbido de alguna mosca incauta. A falta de opio, las notas de The captain of her heart (único pelotazo de los suizos Double, que llegó al undécimo puesto en las listas de noviembre de 1985) me proporcionaban una agradable y narcótica modorra.
Di un respingo, algo había caído en la tela y se debatía, distrayéndome de las elevadas tareas que desempeñaba en aquel preciso instante: leer el periódico y hurgarme la nariz. Salí raudo de mi cubil y me acerqué para comprobar si era digerible el bulto que se agitaba: en este caso, una mujer que parecía el vivo retrato de la confusión se había adentrado en mis dominios portando un grueso fajo de papeles.
Como digo, me aproximaba con cara de fastidio y con el piloto automático activado, dispuesto a despachar al intruso con la mayor celeridad, a ser posible soltando alguna palabra que lo zahiriera y esbozando esa sonrisilla burlona que suele sacar de quicio a la clientela y de la que tanto me enorgullezco. En definitiva, lograr lo más pronto posible que la tiparraca se fuera por donde había venido.
Muchos papeles llevaba la señora, y no perdía la ocasión de endiñármelos; les eché un somero vistazo y así tener una excusa para escaquearme: partes médicos y demás zarandajas que dejaban entrever un nutrido historial de crisis de ansiedad y un rosario de depresiones varias.
El Edificio donde anidamos es tan seguro como un queso de Gruyère (cualquier día un moro Muza empotrará un camión bomba en el vestíbulo y nos hará saltar por los aires para pasmo y alborozo de chicos y grandes), así que fuera porque vislumbré la posibilidad de que la perturbada llevase un cuchillo jamonero encima y acabara cosido a puñaladas al intentar emular a Fernán Gómez o por alguna oculta e ignorada razón, lo cierto es que mi inicial malasombra se desinfló por completo, la grosería se desvaneció como por ensalmo y dejé que la señora farfullase todo lo que quisiera sin escatimarle el tiempo. Una vez que se hubo desahogado, incluso, y esto ya es el colmo, le indiqué lo que debía hacer, algo que el sentido arácnido desaconseja totalmente por lo que implica de trabajo extra.
Ayer volví a pasear por la calle A. y como buen e impertinente chafardero todavía sigo preguntándome por el muñón.
Catón el Viejo rebuznó:Rem tene, verba sequentur
Tiempo llevan unos extraños mimbres agitándose en mi cabeza, esperando que haga un cesto de papel con ellos y nunca lo he logrado. Muchas veces he intentado escribir alguna historia coherente al respecto y siempre la he dejado abandonada.
Hará cosa de un par de años, por estas mismas fechas primaverales en que las mujeres se despojan poco a poco de su ropa y exhiben más y más sus encantos, caminaba hacia el trabajo y siempre me topaba con la venus.
Nuestro encuentro se producía invariablemente a eso de las ocho de la mañana en la calle A., nada más abandonar el paseo de G. Era alta y guapa, rubia y de ojos azules, joven y atlética.
Una chica así siempre capta mi atención, había algo que me fascinaba en esa desconocida de pelo corto. La benigna primavera, preludio del estío, dejaba a la vista sus brazos esbeltos y en los escasos segundos que duraba nuestro diario cruce mis ojos inevitablemente se fijaban en su antebrazo izquierdo: acababa en un redondeado muñón.
Semejaba una de esas bellas estatuas antiguas, de clásica perfección, pero mutiladas.
Podría utilizar mi afilado sarcasmo y decir que era una rara avis, pues una mujer nunca carece de mano izquierda. Siempre me preguntaba qué se ocultaría tras aquel muñón, qué historia había tras él.
Llegué todos los días al trabajo caviloso y entristecido aquella primavera.
Soy curioso por naturaleza y sigo estúpidamente sin hacer caso de la sabia advertencia del Eclesiastés...
Hará cosa de un año el traqueteo del tren me llevaba a la gran ciudad y el rostro de una atractiva morena con gafas hizo levantar mi vista del libro.
Ella está conversando de pie con otra chica, en un lenguaje que no entiendo. Sus manos dibujan rápidos signos en el aire y de su boca no salen más que balbuceos.
Por un momento no estoy en un vagón atestado, sino de nuevo en la calle A. y me viene a la mente aquel refrán que dice que la ventura de fea la guapa la desea.
Hará cosa de unos meses subía por la calle B. y volví a toparme con otra belleza vestida con ropa deportiva y que llevaba colgada una mochila de los DiR. Apenas duró la epifanía unos instantes, los suficientes para fijarme, antes que se desvaneciera entre la afanosa multitud, en su ostensible cojera.
No hace falta que les diga que aquel día también pasé por la calle A.
Hará cosa de unas semanas, la fotografía de una mujer de mediana edad me miraba con ojos amables. Tenía algo sugerente en la expresión pero yo no lograba adivinarlo, hasta que su marido me dijo que era ciega.
Hará cosa de unos días, volví a contemplar otro rostro fotografiado. Una joven nacida en 1985, rubia y de sonrisa dulce. Poco a poco fui averiguando datos sobre ella.
Mentiría si dijera que el humbert agazapado en mi interior no se relamía observando la fotografía de aquella nínfula llena de vida, pero no daba crédito a lo que leía sobre ella.
Me resultaba imposible creer que la chica fuera parapléjica y que las feas garras de la depresión le hubieran asestado un zarpazo.
La curiosidad me pudo una vez más y pregunté..
"¿Qué fue lo que le pasó? ¿Un accidente de tráfico?"
No, me dijeron. Se había arrojado al metro. Había intentado suicidarse siete veces.
Tenía diecisete años cuando se tiró a la vía.
No es santo de mi devoción pero Muñoz Molina acertó de pleno al decir que la ventaja de la ficción era que no toleraba finales tan innobles.
...........................................................................................................
Súmenle a las fechas anteriores un año más, es el tiempo transcurrido desde las líneas precedentes y en las que omití un par de detalles, no quería recargar las tintas contando el ligero estupor que me produjo leer en su momento que la hermosa adolescente tenía un porcentaje de minusvalía de noventa y pico o que Love is the answer eran las palabras que llevaba estampadas en su camiseta la muda.
Hará menos de un día, concretamente ayer, como cada mañana, me hallaba tejiendo en mi telaraña y lo que menos deseaba era ser molestado por el zumbido de alguna mosca incauta. A falta de opio, las notas de The captain of her heart (único pelotazo de los suizos Double, que llegó al undécimo puesto en las listas de noviembre de 1985) me proporcionaban una agradable y narcótica modorra.
Di un respingo, algo había caído en la tela y se debatía, distrayéndome de las elevadas tareas que desempeñaba en aquel preciso instante: leer el periódico y hurgarme la nariz. Salí raudo de mi cubil y me acerqué para comprobar si era digerible el bulto que se agitaba: en este caso, una mujer que parecía el vivo retrato de la confusión se había adentrado en mis dominios portando un grueso fajo de papeles.
Como digo, me aproximaba con cara de fastidio y con el piloto automático activado, dispuesto a despachar al intruso con la mayor celeridad, a ser posible soltando alguna palabra que lo zahiriera y esbozando esa sonrisilla burlona que suele sacar de quicio a la clientela y de la que tanto me enorgullezco. En definitiva, lograr lo más pronto posible que la tiparraca se fuera por donde había venido.
Muchos papeles llevaba la señora, y no perdía la ocasión de endiñármelos; les eché un somero vistazo y así tener una excusa para escaquearme: partes médicos y demás zarandajas que dejaban entrever un nutrido historial de crisis de ansiedad y un rosario de depresiones varias.
El Edificio donde anidamos es tan seguro como un queso de Gruyère (cualquier día un moro Muza empotrará un camión bomba en el vestíbulo y nos hará saltar por los aires para pasmo y alborozo de chicos y grandes), así que fuera porque vislumbré la posibilidad de que la perturbada llevase un cuchillo jamonero encima y acabara cosido a puñaladas al intentar emular a Fernán Gómez o por alguna oculta e ignorada razón, lo cierto es que mi inicial malasombra se desinfló por completo, la grosería se desvaneció como por ensalmo y dejé que la señora farfullase todo lo que quisiera sin escatimarle el tiempo. Una vez que se hubo desahogado, incluso, y esto ya es el colmo, le indiqué lo que debía hacer, algo que el sentido arácnido desaconseja totalmente por lo que implica de trabajo extra.
Ayer volví a pasear por la calle A. y como buen e impertinente chafardero todavía sigo preguntándome por el muñón.