Tenía un conocido, ya bien entrado en la cuarentena, divorciado y follador profesional de gordas con minusvalía, al que le gustaba irse de lumis de vez en cuando, aunque el subsidio de desempleo no le diera para muchas alegrías.
El tipo decía que cuando iba a un lupanar del que era cliente asiduo, las golfas le elegían a él entre toda la clientela masculina porque atraía a las mujeres, que no siendo guapo tenía algo, una especie de hechizo o aura de alfa, que las hacía entrar en trance cuando se acercaban a él y no tenían más remedio que subir con él a la habitación y tal. Al principio, cuando me lo contaba, pensé que lo decía en broma, que no podía ser cierto, pero con el tiempo vi que sí, que realmente creía que resultaba atractivo a las tipas. Luego, cuando contaba lo acontecido durante el servicio, siempre había triunfado y la lefada había sido imperial, como no, y, claro está, la golfa había gozado como la cerda que era.
En cuanto a mi experiencia personal en los lupanares es escasa, porque hace muchos años que no los piso y he ido pocas veces. Y la verdad es que yo no soy como los puteros románticos que forean aquí, a los que más que su propio placer buscan el de la profesional del folleteo, porque si van a los lupanares es para hacerles un favor a ellas, no para desovar. Yo soy más modesto y egoísta, y la verdad es que no me importa que la puta goce, como si está sufriendo al ser empotrada, mientras no se muera y se quede tiesa en la follaina me doy por satisfecho.