Como nacido en los setenta, de lo que puedo hablar con más propiedad es de los 80... y ahora que hablabáis de la forma de vestir y tal...
La moda de los 80 era, pues, como muy diferente a todo, creo yo...
Para empezar, se podría dividir en dos etapas. La primera de ellas fue la de la movida madrileña . Por mucho que se empeñen la Alajka o el Mamoncín, la verdad es que muy, lo que se dice muy masiva, no fue; era un estilo medio punki - punki brewster, con pelos pintaos en naranja, de punta, o con coletillas toreras, tipo los acompañantes de Tino Casal, más raros que encontrarte un perro en china que no esté dentro de un rollito de primavera.
Los pantalones bien apretaos, marcando paquete postal, correo certificado y acuse de recibo, tanto que si a uno de estos tíos se le caían cinco duros al suelo, no lo recogían, por miedo a que se le rajasen por el culo al agacharse. Las camisetas eran muy ceñidas, sin mangas y rajadas, con lo que si ibas a la moda acababas caminando como un Clic de Pleinmóvile, todo estirado asín y con movilidad sólo en los brazos. Lo que más me destacaba a mí de estos tíos, eran los abalorios metálicos que lucían sobre el cuerpo: collares y muñequeras con pinchos (como los bulldog, si le metías a uno una colleja en la nuca se te quedaba la mano como un mensaje en Braille, o como a Jesucristo); pendientes de cualquier cosa de hierro; aros, imperdibles, grapas, candados, chapitas de mechero colgando... como un disfraz de Robocop, pero comprado a plazos.
Con respecto a la segunda etapa de la moda de los ochenta, en mi opinión, ésta sí que fue mucho más generalizada. Fue la época de los pijos: los del osssea, totaaaaal, qué cuuuuutre tía.
Había una obsesión total por las marcas, total: sólo se podían llevar pantalones vaqueros de la marca Léwis 501, polos (polos, que no ya nikis) con una lagartija aquí con el rabo pá enriba, de Lakóstes, o como mucho uno de estos con la rama aquí de hojas de laurel, de esas que se echan a las lentejas para darles gustillo, de Fred Perris, y zapatillas esportivas de la marca Nique... ¡amigo, si no llevabas Nique en los pies eras el parias de la clase! Y costaban a diez mil pelas el par, las Nique de los huevos. Nique... Nique fueran de oro, carallo...
Las amistades en el cole se labraban en relación a las marcas que llevabas: “coño, si llevas zapatillas Karju, colega, toma, te invito a un chicle Cheinf”. O echando a pares y nones los equipos de fútbol: “A Pepe Ramón no lo elijas, que lleva pantalones Lebis con b”. Con lo cual, los que llevábamos tejanos Río Grande, niquis de C&A o playeras Paredes nos acabamos pasando a las chapas.
Sin embargo, no bastaba con llevar la ropa de marca tal cual. Tío, si de verdad querías ser un auténtico pijo a la moda más chanchi-molona tenías que hacerle arreglos a tus pantalones. Primero se llevó lo de arremangarlos hasta las canillas, en plan pesquero de mareas bajas. Con lo cual tú veías por la calle a un tío a la moda y podías preguntarle:
“¿Marinero?” “No, pijo” “¡¡Aaaah, coño...!”
Aunque a veces no te lo creías:
“No sé, no sé, pantalones remangados, camiseta a rayas horizontales, garfio, pata de palo, parche en el ojo... a mí no me engañas, chaval, ¡tú no eres pijo!...”.
Luego se llevaron los flecos hasta el suelo, hacían la función escoba y tu madre te solía pedir que te dieses un par de paseos por el parqué del salón.
Y, por último, la moda más estúpida de los últimos tiempos: lo de rajar los vaqueros por las rodillas. Pero vamos a ver, hijo mío: vuelves loca a tu madre para que te compre unos tejanos nuevos, que por supuesto no pueden ser de otra marca que no sea Lévis 501 etiqueta color carmín, comprados en un centro autorizado, que no en el mercadillo de los jueves, lavados a la piedra, planchados al vapor, de tu talla, de tu largo, a siete mil quinientas pelas, dos mil más para que te lo arreglen... ¡¡¿para que luego cojas el cuchillo de sachar y les metas tres viajes por la mitad?!! Te metía un capón con unas ganas... Y lo más curioso es que, precisamente, cuanto más rico y más pijotero se era, más raídos se llevaban los pantalones y más llenos de mierda.
Con lo cual, claro, cada vez que los gitanillos del poblado de al lado del barrio, bajaban a nuestra zona, eran sus madres las que, al vernos, les decían:
“chaaaaacho, ten cuidaaaado con esos payos, que no me tienen buena pinta...”
Qué recuerdos, coño :?
Quepassssa dixit