No creo es que nos deba sorprender tanto este tipo de cosas.
Pasé los veranos de mi infancia en un pueblecito. Mi tio tenía un perro enorme, la madre era pastor alemán y el padre uno de esos perros libertarios sin dueño ni pedigrí. En cuanto llegábamos al pueblo íbamos corriendo a verlo, era uno de los alicientes del viaje porque el perro era la hostia de listo y juguetón. Un año, mi tio cogió una soga y lo colgó de un olivo. Cargos que se le imputaban: se estaba haciendo viejo y ya no servía para cuidar la huerta.
Otro año mi hermano y yo adoptamos 2 patitos super fashions, venían tintados de divertidos colorines (chifladuras de algún estilista zoofílico). El caso es que los compramos un verano, se hicieron enormes. Al verano siguiente estábamos ansiosos por ver cómo estaban los patos, y cómo habían progresado en su metrosexualidad. Mi abuela nos dijo sin el menor reparo que un buen día llegó mi tio y se dijo: coño, vaya dos patos más hermosos, y se los comió (allá se indigestara...)
Mi abuela pegaba tremendas palizas a los gatos y al perro que tenía.
También ejecutaba a los conejos con un sistema algo peculiar para una anciana: les asestaba un golpe de kárate en la nuca, Yiahhhhhh!! justo en el bulbo raquídio, y los conejos se quedaban pajaritos.
Mis hermanos y yo asistíamos a aquellos espectáculos atónitos y compungidos, aquel tipo de cosas rompían el cascarón de inocencia que con tanto empeño habían contribuido a proteger Walt Disney y la algodonosa cultura occidental en general.
Las personas que viven en un entorno cerrado, rural, provinciano, consideran a los animales simples instrumentos de supervivencia. Los animales se utilizan, no se quieren. Para mi tio querer al perro era algo así como ponerle un lazito a un osito de peluche: una mariconada.
Pero los tiempos cambian, y en las ciudades los animales dejan el duro trabajo de campo para convertirse en asalariados del cariño y la compañía. Nuestra sensibilidad se prepara para humanizar a los demás mamíferos, hasta el punto de pretender otorgarles unos derechos naturales. Un compromiso difícil para el animalico puesto que los derechos otorgados son la moneda de cambio de unos deberes que hay que cumplir. Por tanto, los que promulgan los derechos de los animales no hacen otra cosa que instituir otro derecho humano: el derecho a no ser herido por el sufrimiento de un ser vivo. De igual forma que la ecología y la protección natural es una forma de proteger la naturaleza para nuestro propio disfrute.
Ese hombre que apaleaba al perro era una mala bestia, porque hasta en la misma atmósfera ruda y brutal nacen diferentes grados de salvajismo, pero es algo que pertenece a nuestra historia, residuos de la españa negra que todavía sobreviven en algunos lugares, y sirven de vez en cuando para escandalizar nuestra sensibilidad moderna y cool.