Una 'bona nena' que quería independizarse | El Periódico de Catalunya | Sociedad
Una 'bona nena' que quería independizarse
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• Unas 200 catalanas concentran la demanda de prostitución de lujo
• La forma de saldar las deudas del exmarido
• Una mileurista a la que la burbuja inmobiliaria atrapó con dos hipotecas
ANTONIO BAQUERO
No necesitaba prostituirse. Gisela, una joven que durante siete años ha alternado sus estudios con la prostitución, no entró en este mundo por problemas económicos. Esta atractiva catalana de buena familia que se autodefine como "una bona nena" vio en el sexo de pago una manera de garantizarse una vida independiente: "Siempre me ha gustado el sexo y vi que con la prostitución podía tener ingresos regulares".
Comenzó en un conocido piso en Barcelona donde solo trabajan catalanas hasta que, hace dos años, se estableció por su cuenta. "No dependo de ningún chulo y elijo a mis clientes. Si uno no me cae bien, me invento una excusa y no tengo sexo con él", añade. Y asegura: "No tolero que se me falte al respeto. Por pagar, nadie tiene derecho a tratarme mal".
De todos modos, los clientes suelen ser educados. "De cada 30 clientes, solo uno es un capullo", cuenta. Y asegura que con su trabajo ha conocido lo mejor y lo peor de los hombres: "Lo mejor, que pueden ser muy amables. Lo peor, que todos son infieles. A mí me explicaron lo del príncipe azul y lo del amor para toda la vida y he visto que no es cierto".
Solo 11 minutos
Esta joven rubia y de ojos claros tiene una media de tres clientes diarios. "Tú misma, con tu anuncio, seleccionas el tipo de cliente que tienes. Si tu anuncio es burdo, tus clientes también lo serán", señala. También dice que "en la mayoría de los casos, aunque se paga una hora, el acto sexual en sí no suele pasar de los 11 minutos".
Cuenta que lo máximo que ha ganado fueron12.000 euros en un mes, aunque decidió bajar el ritmo de servicios. Ahora, ha conseguido un empleo muy cualificado y dejará la prostitución cuando acabe el verano.
La forma de saldar las deudas del exmarido
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"Estaba tan nerviosa que, con mi primer cliente, me olvidé de llevar preservativo". Así recuerda Paula su inicio en la prostitución. Días antes, esta contable barcelonesa había visto cómo su vida se derrumbaba en unos minutos. Los que tardó en descubrir que debía cubrir las enormes deudas de su exmarido, un autónomo al que ella avalaba. "Cuando me di cuenta, había un embargo del piso en marcha", relata.
Un reportaje en televisión sobre la prostitución de lujo la decidió. "Necesitaba dinero rápido y probé", explica. Ahora, dos años después, tiene su web (
www.paulavip.
com) y el balance no es malo. "He parado el embargo".
Paula destaca que trabaja "de lunes a jueves". "Mis clientes son hombres de mediana edad, de clase media alta y que el fin de semana están con sus familias".
Una leyenda cierta
Educada y elegante, sentencia: "Yo no vendo mi cuerpo"Yo no vendo mi cuerpo. Vendo mi tiempo y mis servicios, pero mi cuerpo es mío". Paula asegura que la mayoría de los clientes "son hombres educados que quieren pasar un rato agradable; la leyenda de que algunos pagan solo porque alguien les escuche es cierta".
"Que haya gente que se coja un avión desde Bilbao para pasar dos horas contigo te alimenta el ego", afirma. No obstante, no recomienda el trabajo. "Psicológicamente es agotador. No solo se trata del sexo, debes crear un ambiente festivo para el cliente, hacerle sentir bien, darle conversación. Y no siempre es fácil", relata.
Lleva dos móviles: el personal y el profesional. Símbolo de su doble vida. "Soy contable por la mañana y prostituta por la tarde. Lo peor es ocultarlo: mientes a tu familia, tus amigos, tus compañeros de trabajo. Te sientes atada".
Una mileurista a la que la burbuja inmobiliaria atrapó con dos hipotecas
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• ANTONIO BAQUERO
BARCELONA
• "Yo esto no lo hago ni por vicio ni por capricho. Estoy pagando una deuda enorme. Lo que gano prosituyéndome va al banco". Silvia, una enfermera catalana, se vio atrapada de lleno en la crisis inmobiliaria. Se embarcó en la compra de un piso en lo más alto de la burbuja del ladrillo pensando que podía pagarlo con la venta de su anterior apartamento. Pero la burbuja estalló y ella se vio en las zarpas de dos hipotecas.
"Una prostituta argentina me dijo que, por ser catalana, podía cobrar el doble que una extranjera", recuerda. Así que esta joven, que dice tener "una mentalidad sexual abierta", contactó con un fotógrafo que le hizo un book. "Lo colgué en internet y tuvo un éxito increíble", explica. En seguida empezó a tener clientes. "Me acuerdo del primero. Estuvimos cuatro horas y me pagó 1.400 euros".
Un año después, su clientela es amplísima. "De empresarios a los que acompaño en viajes a Escocia o Ibiza a jóvenes que ahorran para estar una hora conmigo", dice. Pero Silvia lo tiene claro: "La prostitución es un intercambio de necesidades. Yo tengo una necesidad económica, y ellos, sexual o afectiva".
Pasar página
A la pregunta de cómo se siente tras cada relación, responde: "No me siento sucia. Al acabar el día, paso página". Dice que puede salir cuando quiera. "Durante un periodo, lo dejé. Apagué el teléfono móvil. Volví a mi vida de mileurista. Comprobé que podía salirme y eso me dio cierta tranquilidad", explica. Y avanza: "En cuanto salde la deuda lo dejaré".
Insiste en que para hacer un trabajo como este hay que ser muy madura y capaz de "llevar dos vidas en paralelo". Por eso ha mantenido una existencia al margen. "He estudiado y me he sacado un título", cuenta.
Tiene claro cuál es la clave: "Mantener mi dignidad. Tú puedes pagar, pero yo voy a ser siempre yo. Por pagar, ni me vas a cambiar ni me puedes faltar al respeto, aquí las reglas las pongo yo".
Dice haber desarrollado la intuición. "Las prostitutas --explica-- tenemos que ser unas grandes psicólogas. Nunca sabes qué tipo de hombre te encontrarás cuando abras la puerta. Acabas desarrollando una capacidad para, en dos minutos, saber qué tipo de hombre es".
Lo que no tiene precio
Porque, como ella misma señala, hay tantos tipos de hombres como clientes: "Están los que te llaman para calentarse, los que solo quieren sexo, los que quieren ser escuchados y los que buscan cariño", detalla Silvia, a la que agota que "algunos hombres lo que busquen es que te enamores de ellos". "No entienden que eso es justo lo único que no tiene precio", afirma.
También lamenta la vida de las extranjeras que trabajan en clubs y carreteras: "Es triste pero los hombres que menos pagan son los que tratan peor a las chicas".
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