Gina Gross
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- 4 Mar 2006
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Si en el perfil se describe como amante de los animales y aparece en las fotos con dos o tres perros.
Ojo con esto que conocí a uno así. No es bueno.
Los hombres adultos y solteros a menudo establecen relaciones de sustitución con los canes. Es equivalente a los gatos de las mujeres pero con lazos más enfermizos y dependientes. Yo a ese chico tuve que dejar de verlo, no hay remedio.
Recuerdo que nada más entrar al salón tenía todo plagado de fotos con ellos. Ni fotos con amigos, ni familia.
En una de ellas aparecía uno de los perros en Pisa, haciendo como que sujetaba la torre inclinada. En otra, los tres perros y el dueño en la torre Eiffel y en la última, justo al lado de la tele, dos de los perros sobre la cama de un hotel rodeados de un corazón de pétalos. Ahí debí haber sospechado.
La primera mañana que me levanté en su casa, salía yo de la habitación cruzando el pasillo hacia el baño, cuando escuché su varonil voz decir:
- ¿Nunca te han dicho que eres una preciosidad por las mañanas?
Coqueta, dibujé una tímida sonrisa en mi rostro mientras me apartaba el pelo.
- Muchas grac...-
No hube terminado cuando un mastín de 200 toneladas me apartó vilmente haciéndome caer casi por las escaleras y se lanzó a los brazos del humano. Ambos se fundían en un tórrido abrazo y el dueño le balbuceó al oído:
- Claro que te lo han dicho, cómo no te lo van a decir que eres una preciosidad..
Las muestras de zoofilia delirante eran constantes. Pasamos parte de la mañana en la mesa del patio, él trabajando y yo estudiando.
Cuando el silencio se rompía era para ver a uno de los chuchos olfatear su entrepierna, dedicándose ambos variadas muestras de afecto.
Cuando en algún momento yo me atrevía a mirarle con ojos tiernos buscando su atención y él me respondía con la misma mirada, era porque en realidad el perro más pequeño estaba colocado justo detrás de mí.
Llegamos a la hora de comer, tragándome el orgullo, ya que mi presencia le entusiasmaba tanto como regar las macetas que no tenía.
- Tengo hambre- le dije- QUIERO COMER.
- Tranquila, tengo apaño de unos macarrones.
Unos macarrones, me dice. Sácame también unos mejillones Pay Pay si te parece, y así nos aseguramos de que conservas en el menú tus tres estrellas michelín.
Dieron las 15.00 de la tarde y a mí ya me daba igual, macarrones, pues macarrones.
Cuando ya me había resignado, para mi sorpresa, veo al tipo sacar de un compartimento secreto del frigorífico unos muslos de pollo de corral y un trozo de salmón fresco:
- Esto es para los perros. No comen otra cosa.
Sabe Dios que fue lanzar los muslos y el salmón fresco al aire y todos, los perros y yo, saltar al unísono luchando por las ansiadas viandas.
Agarré un hueso firmemente con los molares, para posteriormente perderlo confundida en la marabunta.
- No te acerques a ellos mientras comen. Les estresas.
Ahí ya exploté.
Le dije tres cosas muy bien dichas y que los perros o yo, ultimátum que sirvió para que después de breves reflexiones me abriera la puerta de su casa y me echara con viento fresco.
Así fue.
Ojo con esto que conocí a uno así. No es bueno.
Los hombres adultos y solteros a menudo establecen relaciones de sustitución con los canes. Es equivalente a los gatos de las mujeres pero con lazos más enfermizos y dependientes. Yo a ese chico tuve que dejar de verlo, no hay remedio.
Recuerdo que nada más entrar al salón tenía todo plagado de fotos con ellos. Ni fotos con amigos, ni familia.
En una de ellas aparecía uno de los perros en Pisa, haciendo como que sujetaba la torre inclinada. En otra, los tres perros y el dueño en la torre Eiffel y en la última, justo al lado de la tele, dos de los perros sobre la cama de un hotel rodeados de un corazón de pétalos. Ahí debí haber sospechado.
La primera mañana que me levanté en su casa, salía yo de la habitación cruzando el pasillo hacia el baño, cuando escuché su varonil voz decir:
- ¿Nunca te han dicho que eres una preciosidad por las mañanas?
Coqueta, dibujé una tímida sonrisa en mi rostro mientras me apartaba el pelo.
- Muchas grac...-
No hube terminado cuando un mastín de 200 toneladas me apartó vilmente haciéndome caer casi por las escaleras y se lanzó a los brazos del humano. Ambos se fundían en un tórrido abrazo y el dueño le balbuceó al oído:
- Claro que te lo han dicho, cómo no te lo van a decir que eres una preciosidad..
Las muestras de zoofilia delirante eran constantes. Pasamos parte de la mañana en la mesa del patio, él trabajando y yo estudiando.
Cuando el silencio se rompía era para ver a uno de los chuchos olfatear su entrepierna, dedicándose ambos variadas muestras de afecto.
Cuando en algún momento yo me atrevía a mirarle con ojos tiernos buscando su atención y él me respondía con la misma mirada, era porque en realidad el perro más pequeño estaba colocado justo detrás de mí.
Llegamos a la hora de comer, tragándome el orgullo, ya que mi presencia le entusiasmaba tanto como regar las macetas que no tenía.
- Tengo hambre- le dije- QUIERO COMER.
- Tranquila, tengo apaño de unos macarrones.
Unos macarrones, me dice. Sácame también unos mejillones Pay Pay si te parece, y así nos aseguramos de que conservas en el menú tus tres estrellas michelín.
Dieron las 15.00 de la tarde y a mí ya me daba igual, macarrones, pues macarrones.
Cuando ya me había resignado, para mi sorpresa, veo al tipo sacar de un compartimento secreto del frigorífico unos muslos de pollo de corral y un trozo de salmón fresco:
- Esto es para los perros. No comen otra cosa.
Sabe Dios que fue lanzar los muslos y el salmón fresco al aire y todos, los perros y yo, saltar al unísono luchando por las ansiadas viandas.
Agarré un hueso firmemente con los molares, para posteriormente perderlo confundida en la marabunta.
- No te acerques a ellos mientras comen. Les estresas.
Ahí ya exploté.
Le dije tres cosas muy bien dichas y que los perros o yo, ultimátum que sirvió para que después de breves reflexiones me abriera la puerta de su casa y me echara con viento fresco.
Así fue.