Conocí una vez a un simpático joven burgalés llamado *****, al que todos llamaban "Salchicha". Este buen hombre, padecía algún tipo de trastorno de esos que chanantes tipo bipolaridad, neurosis compulsiva o macramé esquizoide. El caso es que me contaron que los síntomas aparecieron cuando tenía unos 13 ó 14 añitos, llevando al sujeto a destrozar todo lo que había en una habitación, o todo lo que tenía alrededor si estaba en la calle. Los papás, preocupados por este comportamiento, le llevaron al psiquiatra de turno, que le recetó unas ensaladas de pastillitas y capsulitas de colorines muy vivos y alegres. El caso es que después de años de tratamiento, el "Salchicha" decidió un buen día (cuando ya era un adorable joven de 25 añitos) dejar las sabrosas ensaladas de supresores de personalidad. Una vez pasados los efectos del último cocktail químico, y estando cómodamente sentado en el salón de su casa viendo la televisión, de pronto se levantó y decidió que los muebles y enseres familiares estarían mejor en la calle quen en la casa, así que ni corto ni perezoso se dedicó a lanzar por el balcón todo lo que pudo, hasta que los vecinos, alertados por la repentina lluvia de lámparas, televisor, sillas, sofá y módulos del mueble bar de la familia de 4ºE, llamaron a la policía y a los padres, que por aquel entonces regentaban una panadería a un par de calles del domicilio familiar. Tras esta loable puesta en escena de sus verdaderos sentimientos, el pobre "Salchicha" acabó recluso durante varios mesesnen el psiquiátrico de la zona, tras lo cual volvió a casa más manso que nunca, gracias a la triplicación del aliño de su ensalada privada y particular que le recetaron los médicos encargados de su caso.
Moraleja: Los gatos son unos hijos de puta. No compréis gatos, ni siquiera para comer.