Entonces, en nuestro entorno hemos aprendido (y este aprendizaje es importante para la sociedad), que un período bien amplio del más amplio período de expectativa de vida que disfrutamos, ha de estar libre de las interferencias de orden coital. Porque el concepto carnal o sexual se diferencian bien de lo coital; aunque determinados abusos no tienen por qué ser de penetración sino que se circunscriben a tocamientos genitales o meros sobeteos por el cuerpecillo del menor.
Decía una paidopsiquiatra en una conferencia que la diferencia en las ratios de abusos de los años 50 y 60 con respecto a las de los inicios de los 2000, no difieren más que en la publicitación de los mismos. Gran parte de los abusos se concentran en progenitores, tíos y allegados o vecinos, que se aprovechan de la oportunidad de echar un tiempo con los niños a solas y a los que luego aleccionan o intimidan para que no cuenten nada.
Nada mejor que entregarle un folio y unas pinturas a un niño y pedirle que dibuje a su familia o al sujeto del que se sospeche abusador.
Caras monstruosas del individuo, con un niño autorrepresentado como un ser ínfimo, o el adulto con lesiones en los genitales (como muestra del deseo subyacente del niño por lastimar lo que le lastima), suelen ser más que suficientes para señalar culpables.
Mas, si bien el común de la gente está educada para reprimir cualquier tipo de inclinación a no respetar la integridad de los niños, sólo cuando los signos de crecimiento y maduración sexual se hacen notorios, es en esas circunstancias cuando se puede, confundido por lo que se aprecia como indicios de maduración, percibir una cierta posición de atracción sexual. Como le sucedió a Benito, que vió un pibón que hizo palpitar furibundamente su penis contra el slip abanderado, y que fue abortado en su excitación por las palabras de la otra chiquilla indicándole la edad de la zagala.
A mayores, la actitud y conversación de las niñas, afianzaron a Benito en la autorrepresión sexual sobre la naturaleza "menor" del pibón.
En cierta ocasión asistí a una fiesta de no sé que coño en casa de un kolenji que tenía piscina. Supongo que era un cumpleaños porque había mamás, papás, vecinas omaítas y niñería. Pues bien, nos metimos en la pircina y empezamos a hacer el mongolo, que de natural me sale chipén. Heme aquí, prueba irrefutable.
Bueno, pues decía que entre chapuzón y chapuzón (la piscina era grandota), se nos decía que jugáramos a algo colectivo para que los más canijos no porculearan. Y empezamos a jugar una especie de water-polo.
Bueno, una de las niñas -en esa fase de significación de maduración sexual, o sea, con incipientes buenas tetas y culito interesante-, empezó a abrazarse y colgarse de mi colega de una manera abiertamente, aunque infantil, protolasciva. Él, no demasiado mayor, pero ya over 18, se deshacía como podía de la chavala, pero ella persistía.
Ni que disir tiene que al final se cansó la chiquilla del jugueteo y ahí acabó la cosa; sin más, aunque mi colega, molesto por las indirectas no podía obviar que se había empezado a envarillar.
Hola soy Leighton Meester y soy menor de edad.
Y yo Angie Varona, ¿ya has empezado a toquetearte?
Entonces, cuando se ha dejado atrás la edad prepúber (algunos recordaréis cómo se habló en su día de películas pre-teen), y cuando es el acercamiento del niño o niña a las primeras interferencias con el mundo sexual que será adulto (autocomplacencia, disfrute de la visión y deseo de otras personas), es cuando el adulto tiene que saber encauzar esas primeras dudas del menor hacia los derroteros que no supongan un daño por cuestión de falta de madurez.
Cualquiera de nosotros, incluso desde muy tempranas edades, hemos sentido deseos carnales hacia referentes adultos (esencialmente profesorado), que mitificábamos y, de una manera torpe, dibujaba nuestras primeras experiencias bajo las sábanas -gracias que aún no había producción lechera-.
Y hoy podemos ver a doceañeras babeando, aún como un juego, pero abiertamente verbalizando deseos sexuales sobre ídolos que casi pueden triplicar su edad (actores y cantantes básicamente), pero la realidad de las cosas hace que sea imposible el contacto entre las "fans" y sus idolatrados.
En otras ocasiones, (no sé si os acordáis de éste pibón):
que se zumbó a un -muchos diremos que afortunadísmo- mozalbete entre los 14 y los 17 años.
Y aquí se entra en el
quid de la cuestión. ¿Cuando marcamos el límite entre el consentimiento para mantener relaciones coitales con menores?
Hasta ahora, los 13 añitos eran la edad indicada. Si alguno recuerda la web primejailbait, podía ver un elenco de rapazas de los 12 años en adelante que, en determinados casos, podrían ser confundidas a la vista con muchachas over 18. Pensemos en las 14añeras y 15 añeras.
Y debemos recordar que el consentimiento para boda se fijaba en los 14 años hasta hace nada (supongo que para recoger la biodiversidad gitaneril de esta nuestra querida España)
Hasta dónde se baje el listón depende de los procesos educativos que hubiese recibido para fijar una autorrepresión que permita evitar abusos hacia personas -los niños- que son ajenos por completo a las referencias de los adultos.