Pérez Reverte y 300(cuanta verdad y mala baba:más articulos)

Pongo aqui el video de Reverte y Quintero....


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vincenzolaguardia rebuznó:
Bueno, ella tuvo una hija con el líder de Siniestro Total : Julián Hernández....

Por el feminista hecho de ser madre... no por otra cosa.
 
Eso demuestra que los excesos de pagan. El cerebro de gruyere de julian hernández ha perdido el norte.

Yo tp me la follaba ni con vuestros pitos. Lo siento. Entiendo que su exuberancia y pilosidad pueda ejercer algún atractivo sobre un niño de la postguerra. A mi me gustan las hembras con las extremidades diferenciadas y a ser posible sin bigote ni patillas ni exceso de secrección sudoripara (basta verla para olerla)

Ni siquiera su personalidad me incitaría a follarme su cerebro. Esa tía es un compendio de quiero y no puedo para parecer lo que no es. Va de moderna, alternativa, multicultural, de chica moderna cosmovogue del barrio de lavapiés. Y eso no me mola porque no lo es. Es boba, gorda, presuntuosa, hortera, estúpida y con defecits expresivos. Haría mejor en tener ocho churumbeles y dedicarse a amamantarlos a ellos y a un marido quinqui proxeneta que es para lo que la naturaleza la ha equipado.

Intentaré subir la reseña a la wiki.
 
La Etxebarria también era amiga de los escritos ajenos, por cierto. Y ya que todo el mundo está poniendo chupi artículos, creo que voy a poner yo también uno, anti-Reverte.
 
vincenzolaguardia rebuznó:
Coño, parece que has descrito a la Pantoja

No creo que la pantoja vaya de moderna.
Tampoco de daría.

Voy a poner un artículo antireverte

salicor.jpg
 
Napoleon rebuznó:
A todos aquellos que dicen se follarian a la vacaburra de E.Etxebarria vaya el mas profundo de mis desprecios.
Grandes son sus tetas si, como grande es su culo tripa y papada, ascazo me dais vosotros y ello, hijos de putas.

Yo no hablo de percutirla simplemente me refiero al echo en si de correrme en sus tremebundas tetas...
 
Taito rebuznó:
Napoleon rebuznó:
A todos aquellos que dicen se follarian a la vacaburra de E.Etxebarria vaya el mas profundo de mis desprecios.
Grandes son sus tetas si, como grande es su culo tripa y papada, ascazo me dais vosotros y ello, hijos de putas.

Yo no hablo de percutirla simplemente me refiero al echo en si de correrme en sus tremebundas tetas...

Entonces porque te das por aludido, hijo de la paja.
 
APR dice...dedicado al puto brujo. chinasky y demás

María José, la telefonista del hotel Colón, me va a echar una bronca, como suele, en plan: esta vez se ha pasado varios pueblos, don Arturo, de Dos Hermanas a Lebrija, o más lejos, a ver quién le manda a usted meterse con la Sevilla de mi alma. Pero uno debe ser consecuente; y la semana pasada, al socaire de Matanza cofrade y la parafernalia blasfemo-judicial que arrastra cual bata de cola, se me calentó la tecla y prometí hablar hoy de cultura sevillana. De manera que cumplo, arriesgándome a que me quiten los premios que en esa ciudad me dieron por la cara, a que el director de ABC –allí y en Madrid El Semanal sale con ese diario– se acuerde de mis muertos, a que los amigos dejen de mandarme aceite, y a que Enrique Becerra diga que el cordero con miel o la carrillada de ibérico me los va a poner la madre que me parió. Pero uno tiene derecho a hablar de lo que ama. Y el caso, como dije que diría, es que con la palabra cultura ocurre algo extraño. Cuando la pronuncian, cinco de cada diez sevillanos piensan en la Semana Santa o la Feria de Abril. A lo más que llegan algunos es al barroco de las iglesias. Mi compadre Juan Eslava cuenta lo del turista que va en carruaje por la Alameda, y cuando pasa ante una estatua y pregunta si se trata de un pintor, un escritor, un músico o un poeta, el orgulloso cochero responde: «Qué va, hombre. Es Manolo Caracol».

Pese a los esfuerzos, casi suicidas, de heroicos paladines locales por romper la burbuja en que esa ciudad vive ensimismada, el grueso de los esfuerzos culturales sevillanos pasa por el embudo de las cofradías locales, estructura social en torno a la que se ordena la vida pública. El resto es secundario, no interesa. Los museos languidecen, las exposiciones llegan con cuentagotas –y sólo si está Sevilla de por medio–, las librerías cierran, las bibliotecas no existen o se ignoran. Si se tratara de una ciudad donde imperase la modestia, uno creería que ésta se avergüenza de cuanto la hizo hermosa e inmortal. Pero no es modestia sino egoísmo autocomplaciente, indiferencia a cuanto no sea arreglarse el Jueves Santo para salir con la medalla de la cofradía al cuello, a pintarla en la Feria, a tomarse una manzanilla en Las Teresas o en Casa Román, mirando alrededor mientras se piensa, o se dice, que Sevilla es lo más grande del mundo, y qué desgracia la de quienes no nacieron sevillanos.

Siempre que viajo allí me pregunto lo que podría ser esa ciudad si dejara de mirarse en su espejo autista y se abriera al mundo con la cultura como reclamo y bandera. Hablo de la cultura de verdad, no de la caduca soplapollez de diseño que pretenden vendernos políticos y mangantes en busca de la foto y el telediario del día siguiente, o del folklore demagógico y sentimental con el que quienes manejan el cotarro pretenden –y lo consiguen desde hace siglos– llevarse al huerto a la ciudadanía. Hablo de la Sevilla que va más allá de los retablos barrocos en misa de doce, de los bares de tapas, de los pasos de Semana Santa, de la Feria de Abril y los carnets del Betis o del otro, de los apresurados rebaños de chusma guiri que el sevillano necesita tanto como desprecia. ¿Imaginan ustedes parte de la pasta invertida en cofradías y casetas de feria, empleada en hacer de esa ciudad un verdadero polo de atracción, no sólo del turismo, sino de la cultura internacional? ¿Calculan lo que supondría aprovechar el clima, el fascinante escenario, la abrumadora riqueza de palacios, atarazanas, lonjas e iglesias, para proyectar la ciudad hacia el exterior, celebrar conciertos de renombre internacional, organizar ferias y exposiciones que atrajeran a artistas, críticos y público culto de todo el mundo? ¿Imaginan una gestión cosmopolita, lúcida y eficaz, de tanto arte, arquitectura y belleza, con la extraordinaria marca registrada de Sevilla como argumento? Es desolador que una ciudad así no se haya convertido –la ocasión perdida de la Expo se esfumó con los mediocres y los catetos que la gestionaron– en sede anual, bianual, quinquenal o lo que sea, de acontecimientos culturales que pongan su nombre, a la manera de Venecia, Salzburgo, París o Florencia, en la vanguardia de la cultura internacional. En lugar de eso, Sevilla sigue resignada a ser una pequeña ciudad onanista y a veces analfabeta, que no llora por las cenizas perdidas de Murillo, pero sí cuando pasa la Virgen; y que emplea el resto del año en discutir sobre si los arreglos florales de la Esperanza Macarena eran mejores o peores que los de la Esperanza de Triana.
 
Aqui pongo el artículo que le dedicó a otro crack...

Durante las semanas que duró la Eurocopa, José Luis Garci estuvo publicando unos artículos muy amenos y divagatorios, en los que la glosa de los partidos de fútbol se entreveraba con otras pasiones confesas de este gran atleta del entusiasmo: el cine, las mujeres, el dry martini, los amigos, la nostalgia, la bulliciosa y apremiante vida. Aunque se gane el cocido dirigiendo películas, Garci es, antes que nada, escritor; y así lo demuestra cada vez que se toma un respiro en medio de su vida ajetreada y caótica para escribir un artículo, que siempre le sale bordado y en mangas de camisa. Hubo un día, sin embargo, en que Garci faltó a su cita. Al parecer, la víspera había andado de la ceca a la meca, entre salas de montaje, laboratorios de sonorización y despachos de magnates cinematográficos. Allá por donde iba, reclamaba una máquina de escribir para teclear su artículo; infaliblemente, su petición causaba una mezcla de perplejidad e irrisión. ¡Una máquina de escribir! Seguramente si hubiese solicitado una ordeñadora o un ábaco se habría tropezado con menos problemas. ¡Pero una máquina de escribir! En la sala de montaje, en el laboratorio de sonorización, en el despacho del magnate cinematográfico le ofrecieron ordenadores de ultimísima generación, incluso se mostraron dispuestos a explicarle su funcionamiento, para que él sólo tuviera que preocuparse del teclado. Pero Garci, sentado ante aquellos artilugios impracticables, se sentía bloqueado y como extranjero de sí mismo, y a la postre hubo de renunciar a enviar el artículo al periódico.

Garci aprendió a mecanografiar siendo un chaval, imagino que para aprobar las oposiciones de ingreso a un banco, y ya desde entonces el oficio de la escritura quedó prendido en su subconsciente al tecleo de las máquinas de escribir. Cada vez que se le agota una cinta, la repone en una tiendecita de la calle Hortaleza, donde aún suministran recambios a una cofradía menguante y casi extinta en la que también se cuenta nuestro común amigo Manolo Alcántara. «¿Y cuántos años piensas vivir? –le pregunté–. Porque como no te cambies pronto al ordenador, te aseguro que vas a pasar una vejez bastante desdichada.» Garci asintió abstraído, con esa forma de cansina anuencia que emplea para darte la razón, aunque en su fuero interno haya decidido no hacerte ni puñetero caso. Seguirá aporreando una máquina de escribir hasta que se agoten sus días, porque su tecleo es la música que acompasa su respiración y alimenta sus recuerdos. En su película Historia de un beso, se incluye una secuencia que resume su amor proustiano por estos artefactos que el progreso ha dejado obsoletos: Carlos Hipólito entra en la casona que, durante décadas, habitó el escritor interpretado por Alfredo Landa, que acaba de morir: en la soledad sigilosa del lugar, se comienza a oír entonces un tecleo obstinado, acérrimo, febril, y ese sonido imaginado sirve para transportar a Hipólito a una infancia ritmada por una máquina de escribir y el campanilleo del carro que nos advertía de la necesidad de cambiar de línea.

(Querido José Luis Garci: En apenas unos años, esa tiendecita de la calle Hortaleza dejará de aprovisionarte de recambios. Así y todo, admiro tu fidelidad a la música con que aprendiste a cazar palabras al vuelo. Te diré aún más: envidio esa terquedad con la que te aferras al instrumento que te enseñó a moldear el idioma. Yo también aprendí –sin sistema, aporreando las teclas con el dedo índice– a escribir en una Olivetti paterna, pero luego me pasé al ordenador, que es un cacharro sin épica, profiláctico y sabelotodo, que convierte el placer de la escritura en una rutina amortiguada y archisabida, como follar con condón. De joven, cuando aporreaba la Olivetti de mi padre, me sentía como un pianista del idioma, mientras las teclas cedían al ímpetu de mis dedos y sobre el papel, esculpidos en un bajorrelieve de tinta, aparecían como en una metamorfosis milagrosa los signos que descifraban el mundo. Escribir a máquina era como cincelar palabras, como atrapar su melodía exacta sobre la partitura. No sigas mi ejemplo claudicante y persevera en tus manías, aunque te tilden de desfasado. Y a esos magnates cinematográficos con los que tratas, exígeles máquina de escribir en el despacho, aunque tengan que comprarla en un anticuario).
 
Y ponemos aquí la segunda parte para deleite de Puto Brujo y Chinasky...

APR
Insultando que es gerundio II
Les contaba la semana pasada lo difícil que se va poniendo insultar cuando lo pide el cuerpo; incluso aludir despectivamente a algo que detestas o desprecias, y hacerlo sin vulnerar los cada vez más estrechos límites de lo socialmente correcto. Mencionaba los casos reales de lectores gaiteros –todo es compatible en XLSemanal– indignados cuando utilizo de modo peyorativo, que es casi siempre, la eufemística palabra soplagaitas. O la documentada carta que me dirigió hace un par de años una empresa de artesanos vidrieros afeándome el uso de sopladores de vidrio. Y es cierto que así están las cosas. Ya ni hijo de puta puedes decir impunemente, pues se revuelven como gato panza arriba las señoras del oficio, o –una madre es una madre, al fin y al cabo– su muy digna descendencia. Para quienes necesitamos describir, contar o interpretar el mundo por escrito, el problema reside en que, si aplicásemos al pie de la letra tan restrictivas interpretaciones, sería imposible utilizar palabras descalificadoras o peyorativas, pues siempre habrá un sector de población incluido en ese término, aunque el significado de uso concreto, y evidente, lo deje fuera del asunto. Decir que Ignacio de Juana Chaos, verbigracia, es un canalla y un psicópata será discutido por muy poca gente honrada, excepto –y con razón, claro, desde su punto de vista– por aquellos innumerables canallas y psicópatas que no son, como ese mierda de individuo, conspicuo gudari de la patria vasca, miserables asesinos.

Tanta y tan exquisita sensibilidad, tanto sarpullido tiquismiquis por el uso de una de las lenguas más cultas, ricas y complejas del mundo, embota mucho los filos de la eficacia expresiva –y luego quieren algunos que tengamos estilo–. Imagino que a una mala bestia analfabeta que debe farfullar en el Congreso o en el Senado, sin las más elementales nociones de vocabulario imprescindible, gramática u ortografía, por qué aprueba o niega tal o cual presupuesto, o a un concejal que, previo engrase ladrillero, se cambia de partido y vota la recalificación de algo, no les debe de producir esto demasiados quebraderos de cabeza: cuantos más lugares comunes y más política y socialmente correcto sea todo, mejor. Más votos. Pero a quienes vivimos de darle a la tecla y contar cosas a base de perífrasis, retruécanos y cosas así, nos lo están poniendo crudo. Decir que alguien es aburrido, un insufrible coñazo, por ejemplo, puede echarte encima, cual panteras desaforadas, a las feminatas que anden buceando en la etimología del palabro. Hasta el adjetivo histérico, usado de modo peyorativo, terminará siendo mal visto; pues viene de la palabra griega ístera, que significa matriz. Y con el machismo opresor hemos topado. Etcétera.

Sin olvidar, claro, los nacionalismos, localismos, paletismos y otros ismos de lo mismo. Que ésa es otra. No ya porque gallego, verbigracia, tenga una variante de uso despectivo en algunos lugares de la América hispana –deberían ir los de la Junta correspondiente a reclamar allí, en vez de tocarle los huevos y las matrices a la Real Academia Española–, sino porque, tal como anda el patio, uno está expuesto a todo. Si escribo tonto del culo puedo dar pie a protestas, por supuestas alusiones, de algún afectado por la incómoda –y sin duda honorabilísima– dolencia de las hemorroides. Si recurro al viejo insulto de mi tierra, castizo de toda la vida –que tiene incluso variante familiar y cariñosa–, maricón de playa, me expongo a que cuanto maricón frecuenta el litoral hispano en temporada veraniega ponga el grito en el cielo y me llame perra. En cuanto a epítetos de uso diario, cada vez que escribo capullo lo hago temiendo, de un momento a otro, que alguna cooperativa levantina de criadores de gusanos de seda escriba mentándome a los difuntos. Y cuando digo tontos del haba o tontos del ciruelo agacho las orejas en el acto, esperando el ladrillazo de alguna cooperativa hortofrutícola, murciana por ejemplo, donde el haba, o más concretamente las habicas tiernas, son como todo el mundo sabe cuestión de orgullo patrio. Y para qué decirles si se me ocurre calificar, por ejemplo, a alguien de enano: mental, físico, intelectual o lo que sea. No les quepa duda de que, al día siguiente, el buzón rebosará de cartas enviadas por alguna asociación nacional de enanos, incluida la banda del Empastre y el Bombero Torero, llamándome desaprensivo y fascista. Y hablo casi en serio. O sin casi. Hace tiempo comenté en esta página la carta indignada que, tras calificar de payaso a un político, recibí de una oenegé llamada –lo juro por mi santa madre– Payasos sin Fronteras.
 
A mí no me dediques artículos cabronazo, que he dejado constancia muchas veces en este foro que como articulista me gusta cuando no posa. Tengo por casa el Patente de Corso y otro más cuyo nombre no recuerdo. No obstante el segundo que has colgado me parece una mierda :lol:
 
El de hoy es la ostia...hasta me dan ganas de mecanografiarlo ya que hasta mañana no estará en la web....
 
Hay por ahí algunos artículos que son verdades como bofetadas.

Por si a alguno le interesa localizarlos:


Churras, merinas y esvásticas.

Semos feos.

Bona nit Lehendakari.
 
Dedicado al puto brujo
Aqui A.P.R se sale.....

Me seduce lo fino que hila tanto tonto del culo. La última corrección política elevada al cubo nos la endiñaron hace unos días, contando que en Afganistán han trincado a uno de los que ponen minas como otros aquí plantan tomates. Han pillado al que mató a una soldado española, decía el informativo, citando al ministro Alonso. El presunto talibán, matizaba. Yo estaba a medio desayuno, con un vaso de leche en una mano y una magdalena de la Bella Easo en la otra, y casi me ahogo al escucharlo, porque me dio un ataque de risa muy traicionero, glups, y los productos se me fueron por el caminillo viejo. Incluso, muy serios, los periodistas le preguntaban al ministro si iba a personarse en el juicio.

Y es que yo imaginaba al individuo: un afgano de los de toda la vida, con barba, turbante, cuchillo entre los dientes y Kalashnikov en bandolera en plan Alá Ajbar, hijo de los que destripaban rusos en el valle del Panshir, nieto de los que destripaban ingleses en el paso Jyber, y con la legítima arrastrando el burka por esos pedregales. Presunto que te rilas. Lo suponía de tal guisa al chaval, como digo, sensibles como son los afganos a matices y titulares de prensa, querellándose contra los medios informativos españoles y contra el ministro de Defensa, después de leer El País, El Mundo o el Abc por la mañana y verse llamado talibán a secas y no presunto talibán, ya saben, la presunción de inocencia, las garantías jurídicas y todo eso. O semos o no semos. Y al juez Garzón, acto seguido, tomando cartas en el asunto. A ver qué pasa con el hábeas corpus en las montañas de Kandahar. Mucho ojito. Que también los afganos son personas, oyes. Con sus derechos y deberes, y con la democracia export-import marca ACME a punto de cuajar allí de un momento a otro. Todo es sentarse y hablarlo, y para eso llevamos una temporada convenciéndolos de que adopten, como nosotros, el mechero Bic, la guitarra y el borreguito de Norit. Lo de menos es que talibán no sea palabra peyorativa, sino que describa un grupo social afgano, armado y mayoritariamente analfabeto, con su manera propia de entender el Corán y de paso la guerra al infiel, etcétera. Aquí y allí todos debemos ser presuntos, oiga. Talibanes y talibanas presuntos y presuntas. Por cojones. Para hacer esta muralla juntemos todas las manos, los subsaharianos sus manos subsaharianas, los talibanes sus blancas manos. Etcétera.

Así que ya saben. Presunto talibán. Una guindita más para el pavo. Además, como todo cristo sabe, en Afganistán no hay guerra, sino presunta situación humanitaria, aunque incómoda, donde se disparan presuntas balas y se ponen presuntas minas y se tiran presuntas bombas. Allí, cuando a un blindado con la bandera del toro de Osborne le pegan un cebollazo o se cae un helicóptero, no se trata de acción de guerra, sencillamente porque ni hay guerra ni niño muerto que valga. Lo que hay es una coyuntura de pazzzzz presuntamente jodida, donde nuestros voluntarios para poner tiritas las pasan un poco putas, eso sí, porque no todos los afganos se dejan poner vacunas de la polio ni dar biberones de buen talante, y porque nuestra maravillosa democracia occidental a la española, los estatutos de la nación plurinacional, las listas de Batasuna, la memoria histórica y demás parafernalia se gestionan allí por vías más elementales. A un afgano le cuentas lo de De Juana Chaos y su presunta novia, y es que no echa gota.

En el presunto Afganistán tampoco hay guerrilleros, por Dios. Decir guerrillero tiene connotaciones bélicas, reaccionarias, con tufillo a pasado franquista. Lo que hay son presuntos incontrolados que presuntamente dan por el presunto saco. Nada grave. Por eso cuando allí a un presunto soldado de la presunta España una presunta mina le vuela los huevos –o le vuela el chichi, seamos paritarios– nuestro ministro de Defensa no le concede medallas de las que se dan a quienes palman en combate, que eso de combatir es cosa de marines americanos y de nazis, sino medallas para lamentables accidentes propios de misiones humanitarias y entrañables. Que para eso salen en los anuncios de la tele modelos y modelas buenísimos vestidos de camuflaje pero sin escopeta, diciendo: si quieres ser útil a la Humanidad y trabajar por el buen rollito y la felicidad de los pueblos, y dar besos metiendo la lengua hasta dentro, colega, hazte soldado y ven a Afganistán a repartir aspirinas, que te vas a partir el culo de risa.

Presunto talibán, oigan. Hace falta ser gilipollas
.
 
A mi me cae bien Reverte, pero tengo la impresión de que este mismo artículo lo escribe una vez cada dos meses. Con el de miembros y miembras, el de la mala educación de la gente y el de hombre peleado contra la evolución y la tecnología.

Además el improperio como recurso literario queda bien si se modera su uso, si por el contrario no muestras nigún reparo en su utilización al final pierde su fuerza.

Se está convirtiendo en una mala caricatura de lo que fue.
 
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