"Estaba hasta los cojones de vivir. Agarré una silla y una soga y me encaminé hacia el monte. Una vez allí, vislumbré un buen árbol; me subí a la silla, até a las ramas más altas del árbol la soga y dispuse ésta sobre mi cuello. Ya estaba a punto de dar la patada fatídica, cuando, de repente, oí una extraña vocecilla:
- ¡Por favor, por favor!
- ¿???
- ¡Por favor! ¡Ayúdeme!
Consternado, bajé de la silla para comprobar de dónde procedía aquel lamento. Parecía provenir de unos matojos situados a mi derecha.
- ¡Sí, usted!... ¡Por favor, tiene que ayudarme!
- No es posible... ¿Una rana?... ¡Una rana que habla!...
- No soy una rana exactamente. Soy un príncipe encantado por una mala puta bruja. Tiene usted que ayudarme, por favor.
- Bueno, verá... Yo es que estaba dispuesto a suicidarme y...
- ¿Y no querría hacer una última buena acción?... Por favor, se lo suplico, tiene que ayudarme...
- ¿Y qué puedo hacer yo?...
- Pues verá... Para quitarme este encantamiento,... tendría usted que darme... por detrás; ya sabe.
- ¿¿¿Cómo???...
- Sí; es la única forma de acabar con el encantamiento... Pero, bueno, como está usted a punto de suicidarse,... pues como que ya le dará todo lo mismo, ¿no?...
- Hombre, pues no sé...
- Sí, verá que fácil...
Nada, que me dispuse a contentarlo -la verdad es que aquella ranita tenía razón: ya me daba todo igual- y, qué coño, nunca estaría de más una buena acción para cuando tuviese que ser juzgado por el Altísimo. Fue entonces cuando, justo en mitad del acto, hizo acto de presencia ante mis ojos una nube como de vapor espeso... De repente, apareció ante mí un chavalito precioso; tendría como unos 14 años; lucía una maravillosa melenita rubia; era realmente encantador..."
Y entonces interrumpe el abogado:
"Señoría, así fueron los hechos: tal y como acaba de relatérselos mi cliente".