La felicidad comienza cuando en un momento de narcisismo te encuentras una mancha sospechosa en el cuerpo. A los pocos días tu dermatólogo te confirma que, evidentemente, tienes cráter de piel. Ahí comienza la felicidad, hamijos. Esas ganas de superación y de vivir que entran de manera repentina.
Sé que a pesar de tener tus dos lustrosas patas prefieres quedarte en el caserón foreando en ese halo de misterio que proporciona el azul de la pantalla en la oscuridad de tu habitación. Pero hamijo, pierde esas dos patas y serás feliz. Comenzarás a buscar amiguitos de tronco y brazos por la internet para contar con apoyo, comentar experiencias, superarse. Al poco tiempo estarás en una peña no motera pero sí de silla de ruedas, quedando los fines de semana para hacer actividades recreativas. Comenzará a interesarte la naturaleza. Piensas que el aire que respiras es más puro que el que se encontraba en tu habitación sin ventilar día tras día. Probablemente termines dedicando la mayor parte de tu tiempo a algún deporte para personas de cuerpo poco complejo. Puede llegar incluso la ocasión de ganar relucientes medallas.
La vida es de color de rosa ahora. Te preguntas para qué querías esas dos patas si al fin y al cabo te movías por casa sentado en una silla de estudio con ruedas. Te reirás de esas dos piernas que nunca te hicieron falta. Te gustaría tenerlas cerca para bromear con ellas. Colgar fotos de perfil haciendo airguitar con una de tus patas. Tocando un increíble solo de guitarra con una de tus ex-extremidades mientras una de tus medallas golpea tu pecho de ganador al ritmo de la imaginaria música. Tendrás miles de 'Me Gusta' en esas fotos, y lo sabes. Antes no tenías ni facebook porque eliminaste la cuenta, y también lo sabes.
La felicidad se encuentra en un cráter, sidra o silla de ruedas. Pero no os engañéis, las muletas siempre seguirá siendo zona de confort.