TEMERARIO rebuznó:
Tobillos hay te dejo unos cuantos para que vayas cogiendo, gusto pero:
Espeo que vaya de su gusto camarada.
Señor camarada don Temerario, puedo ver con claridad que las piernas de las mujeres no son la parte preferida del cuerpo femenino que usted escogería. No se lo tome a mal, pero posee un pésimo mal gusto seleccionando piernas femeninas, debido, imagino, a que nunca le han atraído especialmente. No se preocupe. En esto, como en cualquier otro asunto, se es un diletante o un avezado especialista con experiencia.
Cuando se es un consumado fetichista de las piernas y pies de las mujeres, como Cachondo mental y un servidor de usted, al margen de afamados personajes (Luis Buñuel o García Berlanga, entre otros), podría distinguir de una simple mirada con breve duración infinitesimal la calidad de la hembra en cuestión, basándose exclusivamente en sus extremidades inferiores. Hay piernas y piernas, y deleitarse en unas no siempre es tarea fácil, dado que una buena parte de la población del sexo
débil no las tiene precisamente bonitas, aunque sirvan como reclamo visual para captar a distancia la auténtica sensualidad de una dama. La ventaja de poder disfrutar de las piernas es que muy pocas mujeres tienen conciencia clara de que mostrarlas sin pudor es de un erotismo casi insuperable y las suelen enseñar sin tapujos ni recato.
Con todo, ser piernadicto no se hace, sino que es algo connatural que se lleva en lo más profundo de los genes y se gesta antes de tener consciencia real de ello. En mí, el vicio de unas buenas patas se desarrolló cuando, siendo niño, me escondía debajo de la mesa camilla en invierno para deleitarme con la contemplación excelsa de las piernas de las amigas que mi hermana traía a casa. Las vecinas de mi madre tampoco se libraban.
Inocente de mí, dejaba caer algún pequeño objeto para poder introducirme debajo de la tarima, y con la excusa de rebuscar, me consumía de placer obnubilándome con lentitud ante semejantes paisajes naturales.
Algo más crecidito, recuerdo que mi primera eyaculación espontánea estando despierto y sin ayuda del manubrio fue cuando, regresando un día de las clases del instituto, me encontré a una señora, que andaría rozando la treintena, sentada en el banco de unos jardines cuidando de su hijo, mientras jugueteaba con su zapato, sosteniéndolo únicamente con la punta de los dedos de los pies. Aquella imagen me produjo un éxtasis tan espontáneo, directo e irreprimible que noté inmediatamente como se me mojaba la bragueta de un líquido denso y caliente sin que pudiera evitarlo. Siendo ya mayor, observé sorprendido que durante toda mi vida lo primero que hacía al fijarme en una mujer era observarla de abajo hacia arriba, aunque fuese en una fracción infinitesimal de segundo para continuar finalmente hacia su cara.
Es curioso, porque la calidad de unas piernas no suelen guardar relación alguna con la belleza del rostro en una mujer. Aún recuerdo, mitad con la alegría del recuerdo y mitad con la grata sorpresa que supuso para mí, cuando me encontré un día, esperando en una estación de autobuses, a una señora que, posiblemente, tuviera las piernas más bonitas que haya podido contemplar en toda mi vida. Por su aspecto, nada especial por otra parte, parecía una simple ama de casa que iba acompañada de su marido mientras aguardaban la llegada del autobús. Unas piernas de matrícula de honor con expediente cum laude que no se correspondía para nada con una cara de maruja vulgar, mal peinada y peor vestida, sin ninguna sintonía con la extraordinaria belleza de su mitad inferior.
Si necesita consejo sobre piernas de calidad con denominación de origen, no se prive y solicite ayuda. Se la prestaremos gustosos. Para empezar, puede ir ojeando y leyendo un libro imprescindible,
Glamour from the Ground Up:
Un saludo