Los borrachos me dan mucho asco, son fracasados de mierda que apestan y desagradan a la vista y al oído. Prefiero mil veces a los yonkis que por lo menos se meten en sus guetos y de allí no salen a ensuciar las calles con su presencia. Pero los borrachos, con el atrevimiento que les da el alcohol, se atreven a estar entre nosotros en: bares, calles, en el trabajo, conduciendo, y en todos los ámbitos de la vida. Sin darse cuenta de que resultan repulsivos y que su presencia incomoda a las personas de bien.
En una sociedad como dios manda tendríamos que tener a estos enfermos en lugares especiales para ellos sin que salieran a la calle, que se pudran allí lentamente. Se les podría dar terapias para inducirlos al suicidio y que hagan algo bien por una vez en su tristes vidas. Son parásitos que no aportan nada bueno al sistema, lastres pesados para la convivencia ciudadana, detritos de la sociedad que hay que eliminar tirando de la cadena del retrete.
Si por mí fuese en todas las botellas de alcohol echaría el medicamento ese que cuando se mezcla con alcohol provoca taquicardias para que estos zopencos aborrezca el demoníaco licor, que es una lacra de la humanidad.