Creo que ya he contado por aquí que me saqué el carnet con 46 añazos, o sea que mis menos de 6 años de conductor me dan para reírme del muñoncitos, pero sottovoce.
Respeto todos esos argumentos económicos y de falta de necesidad de un chaval urbano de tener carnet, pero lo cierto es que te cambia la vida, te amplía horizontes y te evita un millón de situaciones incómodas y dependientes. Si ahora me lo quitasen me pegaría un tiro sin dudarlo.
Yo era hace 20 años el reverso del chico del que habla el tónicas: conocía Londres, París, Río de Janeiro, Nueva York y La Habana, pero dependía de alguien para irme a la playa o al río en verano o de copas al pueblo de al lado.
Echo la vista atrás y me veo en buses y trenes rodeado de truños y putas vociferantes, en esperas interminables en estaciones malolientes, arrastrando equipajes abultados por las aceras, llevando el maletón de buceo cientos de metros hasta la parada de taxis más cercana, aguantando los puteos de algún seudoamigo al que le pedía que me llevase a alguna parte y se complacía en ponerse por encima negándomelo, veo pasar a todos los coches de conocidos desde la parada del bus que no acaba de llegar en la playa, veo tardes interminables sin plan más allá de los lugares a los que me llevaba mi deambulación de peatón, veo risas contenidas y expresiones de asombro al saber que a unas alturas de la vida siga yendo en transporte público con los aldeanos de boina y paraguas...
No conocí de verdad Galicia hasta que tuve coche y me puse a recorrerla como loco. No pude devolver favores a amigos y familiares, ni subir una puta en una rotonda para una mamada de ocasión, ni ver un anochecer en la playa después del horario de buses, ni planificar un fin de semana de escapada plenamente libre, ni ir a una cena improvisada fuera de la ciudad sin cuadrar con nadie, ni cambiar a un hospital mejor y más lejano de mi domicilio, hasta que me puse al volante. 2 años tiene mi segundo coche y ya le cayeron 50.000 kilómetros, y espero que muchos más en el futuro.
El reverso de la moneda fue el barco, que estoy vendiendo estos días: autonomía limitada a unos pocos kilómetros de costa, unas pocas salidas al año y gastos y averías sin fin. Y sin embargo la sensación de libertad al llevarlo me dio el empujoncito para empezar a conducir.
Puedo asegurarles que levantarte temprano un sábado y dejarte ir sin prisas ni propósito a donde tú coche te lleve es una de las mejores sensaciones de la vida. Cuando acabe este post, me iré a la playa, a la hora que antes tenía que tomar el bus para volver.