Lo que los hombres, qué coño, que les den a los hombres: Lo que yo pienso antes, durante y después del momento de eyacular son cosas muy distintas. No tiene nada que ver lo que siento antes de hacerlo que lo que siento después y es que ya lo decía el sabio: "hasta los perros se ponen tristes después de eyacular". Cuando la tienes metida en su boca se te ocurren mil perversiones, cada una más obscena que la anterior. Entre ellas la de acabar en su cara o en su boca. Son cosas que te pasan por la cabeza y que contribuyen a hacer de ese acto algo más satisfactorio. Luego, una vez que tienen mi esperma bajando por la garganta, vive dios que me he arrepentido casi todas las veces. Me repugna su cálida viscosidad, como lo diría, es solo un resíduo, no es el fin ni la meta, no es fuente de vida ni un líquido sagrado, el placer es algo etéreo e inmaterial, nace dentro y sale por cada uno de mis poros, por la punta del vello que hay en la espalda, que se eriza como queriendo retenerlo una décima de segundo más. El semen no me recuerda lo bien que me sentí, me dice que ese momento, como tantos otros, ya pasaron. Cuando estás en mitad del éxtasis quieres ensuciar con toda la porquería que llevas dentro, con todo el barro de la vida a la mujer que tiene agarrada tu polla con su boca. Es una de esas imágenes que solo deben vivir en tu cabeza, cuando se materializan es tan, no sé, tan banal, tan simple. Es una hostia que te da la realidad. No, no me gusta acabar en su boca. Y mucho menos que lo hagan por amor, siento que pisoteo su amor por mí cuando lo hacen. Y joder, luego se queda una marca reseca en la comisura y debajo de la nariz, como la de uno de esos vagabundos que no se preocupan de sonarse los mocos, de lo más desagradable.