Werther
Veterano
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- 16 Mar 2004
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Una misa de un domingo fue un poco especial. Normalmente los feligreses suelen ser personas mayores de buenos hábitos y rara vez aparece algún joven a escuchar el oficio. Es una pena la falta de espiritualidad de la juventud española. El caso es que estaba yo con el corazón contrito atento al sermón del padre, que es un hombre anciano y sabio, cuando me llamó la atención una figura oscura, anegada entre las sombras, que rezaba arrodillada en una de las esquinas del Templo. Vestía completamente de negro y un velo de encaje le servía para recogerse el cabello, que era largo y ondulante, cubriéndole parte del rostro. En sus labios percibí que era joven y en su mirada, que unas lágrimas se le habían escapado de la prisión verde de sus ojos. La duda se apoderó de mí, ¿qué hacía una mujer joven y bonita llorando en una iglesia pobre y destartalada como aquella?
Al terminar la misa quise ir hacia ella y preguntarle si se encontraba bien, pero después de hacer la última señal de la Cruz y de decir amen, al girar mi mirada ya no estaba allí, en la esquina oscura y fría donde había pasado rezando aquel trozo de tarde.
Al poco tiempo, y después de preguntar mucho, descubrí que aquella mujer devota había perdido a su marido en un accidente mortal, fruto de lo cual y merced a una enorme fe había hecho votos de castidad.
Aquí vienen bien aquellos versos de Proverbios 31, 10-12, “Una mujer perfecta, ¿quién la encontrará? Vale mucho más que las perlas. Confía en ella el corazón de su marido…”
Es simplemente un testimonio de una mujer buena.
Cierren el hilo.
Al terminar la misa quise ir hacia ella y preguntarle si se encontraba bien, pero después de hacer la última señal de la Cruz y de decir amen, al girar mi mirada ya no estaba allí, en la esquina oscura y fría donde había pasado rezando aquel trozo de tarde.
Al poco tiempo, y después de preguntar mucho, descubrí que aquella mujer devota había perdido a su marido en un accidente mortal, fruto de lo cual y merced a una enorme fe había hecho votos de castidad.
Aquí vienen bien aquellos versos de Proverbios 31, 10-12, “Una mujer perfecta, ¿quién la encontrará? Vale mucho más que las perlas. Confía en ella el corazón de su marido…”
Es simplemente un testimonio de una mujer buena.
Cierren el hilo.