arturo brito
Novato de mierda
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Revival: Esmeralda, joya sin pretenderlo
Fue la primera lumi que conocí en Cádiz. Estaba entonces en el edificio Alfa, nombre ocurrente del primer bloque de pisos a la izquierda según se entra en la ciudad. Vivía allí con Laura, con la que estuve luego un par de veces, y con una tal Marisol, a la que nunca llegué a conocer.
En principio, Esmeralda me pareció una chavala jovial y atractiva. Pero, inusualmente inquieta, descubrí en ella un temperamento nervioso en absoluto dispuesto a dejarse llevar por el compás que yo pretendía en la actividad sexual. Parecía tener la cabeza en otra cosa, como si yo fuese un intruso en su particular mundo. En el dial de su radio-cd, como en el todas, sonaba Kiss FM, y consideré que ella se mostraba un tanto sensiblera ante la música de la emisora: “Cuando vuelvas a oír esta canción –me dijo de improviso en aquella ocasión al oído- verás como te acuerdas de mi”. Una semana después, me había olvidado de la canción, de ella y casi de su nombre.
Transcurrió más de año y medio. Como las lumis auténticas –o sea, como las mujeres auténticas- siempre dejan un sabor en tu cuerpo que más tarde o más temprano necesitas rescatar, recordé al cabo cómo se llamaba y busqué su número. Tenía el presentimiento de que con la experiencia hubiese mejorado. No me equivoqué. Trabajaba diez veces mejor y su original nerviosidad se había asentado como los posos de café. Su francés, del que yo nada recordaba, se había vuelto magistral; y el esfuerzo que le suponía determinadas posturas lo sobrellevaba con profesionalidad admirable. Lo casi único que quedaba de aquella muchacha que había conocido en mi primer encuentro en Cádiz era una pasión por la música como no he conocido igual nunca.
Todo esto me hizo volver a verla riteradamente. Y ayer fui por cuarta vez a visitar a la nueva Esmeralda. Ahora, la escudriño más a fondo. Sus pensamientos siguen moviéndose al compás de la música pero, digámoslo así, no extrapola lo que siente con tanta facilidad. Aún así, descubro que le gusta muchísimo el flamenquito y que se sabe la mayoría de las canciones de memoria. Si no fuera por un acento brasileño muy pronunciado –hasta el punto que a veces cuesta entenderle una palabra- diría que es más gadita que muchas de mis paisanas. De hecho, no me cuesta imaginarla por la mañana limpiando el piso y canturreando las canciones con la escoba o la fregona a modo de micrófono.
A mi, que me gusta la gente llena de humanidad como nada en este mundo, me resulta reconfortante ir a ver a una mujer que es sensibilidad a flor de piel, que inspira una ternura sin igual. Cuesta poco hacerla sonreír, y cuando te metes dentro de ella y la miras de cerca, ves que es muchísimo más guapa de lo que parece en las fotos. Su semblante y su pose, quebradizos y románticos, recuerdan vivazmente a cierta pintura novecentista: Renoir, Degas o Ramón Casas la hubiesen retratado seria y circunspecta, sentada en un café parisino ante un vaso de absenta, acaso sin sospechar que su vitalidad interior pudiera llevarla en cualquier momento al Moulin Rouge para bailar el cancán.
Nada convencional, tal vez lleguemos a opinar que no posee los grandes ojos y pechos de Nely; las caderas ni el culo de Palomita; ni aún las contorneadas piernas de Priscila, pero su rostro junto con su delgado y alto cuerpo inspiran gracilidad y hasta espiritualidad. Por saborear las mieles del sexo, por sentir algo parecido a lo que debe ser acostarse lujuriosamente con un ángel, ayer el cuerpo me pidió visitarla. Y una voz en mi interior me aconseja que no borre jamás su nombre de la agenda porque, antes o después, precisaré recuperar unos momentos pletóricos de vida.
Bordándola: Te hace sentir único (si te queda algo de ingenuidad, claro)
Pifiándola: inquieta, no apta para cardíacos. Pero ya hasta esto me hace gracia
Molto grace: por su encanto, prevengo a los enamoradizos.
Fue la primera lumi que conocí en Cádiz. Estaba entonces en el edificio Alfa, nombre ocurrente del primer bloque de pisos a la izquierda según se entra en la ciudad. Vivía allí con Laura, con la que estuve luego un par de veces, y con una tal Marisol, a la que nunca llegué a conocer.
En principio, Esmeralda me pareció una chavala jovial y atractiva. Pero, inusualmente inquieta, descubrí en ella un temperamento nervioso en absoluto dispuesto a dejarse llevar por el compás que yo pretendía en la actividad sexual. Parecía tener la cabeza en otra cosa, como si yo fuese un intruso en su particular mundo. En el dial de su radio-cd, como en el todas, sonaba Kiss FM, y consideré que ella se mostraba un tanto sensiblera ante la música de la emisora: “Cuando vuelvas a oír esta canción –me dijo de improviso en aquella ocasión al oído- verás como te acuerdas de mi”. Una semana después, me había olvidado de la canción, de ella y casi de su nombre.
Transcurrió más de año y medio. Como las lumis auténticas –o sea, como las mujeres auténticas- siempre dejan un sabor en tu cuerpo que más tarde o más temprano necesitas rescatar, recordé al cabo cómo se llamaba y busqué su número. Tenía el presentimiento de que con la experiencia hubiese mejorado. No me equivoqué. Trabajaba diez veces mejor y su original nerviosidad se había asentado como los posos de café. Su francés, del que yo nada recordaba, se había vuelto magistral; y el esfuerzo que le suponía determinadas posturas lo sobrellevaba con profesionalidad admirable. Lo casi único que quedaba de aquella muchacha que había conocido en mi primer encuentro en Cádiz era una pasión por la música como no he conocido igual nunca.
Todo esto me hizo volver a verla riteradamente. Y ayer fui por cuarta vez a visitar a la nueva Esmeralda. Ahora, la escudriño más a fondo. Sus pensamientos siguen moviéndose al compás de la música pero, digámoslo así, no extrapola lo que siente con tanta facilidad. Aún así, descubro que le gusta muchísimo el flamenquito y que se sabe la mayoría de las canciones de memoria. Si no fuera por un acento brasileño muy pronunciado –hasta el punto que a veces cuesta entenderle una palabra- diría que es más gadita que muchas de mis paisanas. De hecho, no me cuesta imaginarla por la mañana limpiando el piso y canturreando las canciones con la escoba o la fregona a modo de micrófono.
A mi, que me gusta la gente llena de humanidad como nada en este mundo, me resulta reconfortante ir a ver a una mujer que es sensibilidad a flor de piel, que inspira una ternura sin igual. Cuesta poco hacerla sonreír, y cuando te metes dentro de ella y la miras de cerca, ves que es muchísimo más guapa de lo que parece en las fotos. Su semblante y su pose, quebradizos y románticos, recuerdan vivazmente a cierta pintura novecentista: Renoir, Degas o Ramón Casas la hubiesen retratado seria y circunspecta, sentada en un café parisino ante un vaso de absenta, acaso sin sospechar que su vitalidad interior pudiera llevarla en cualquier momento al Moulin Rouge para bailar el cancán.
Nada convencional, tal vez lleguemos a opinar que no posee los grandes ojos y pechos de Nely; las caderas ni el culo de Palomita; ni aún las contorneadas piernas de Priscila, pero su rostro junto con su delgado y alto cuerpo inspiran gracilidad y hasta espiritualidad. Por saborear las mieles del sexo, por sentir algo parecido a lo que debe ser acostarse lujuriosamente con un ángel, ayer el cuerpo me pidió visitarla. Y una voz en mi interior me aconseja que no borre jamás su nombre de la agenda porque, antes o después, precisaré recuperar unos momentos pletóricos de vida.
Bordándola: Te hace sentir único (si te queda algo de ingenuidad, claro)
Pifiándola: inquieta, no apta para cardíacos. Pero ya hasta esto me hace gracia
Molto grace: por su encanto, prevengo a los enamoradizos.