Cuando un personaje visita un lugar o regresa a su tierra tras un éxito notorio, suele recibir homenajes multitudinarios con vítores, aplausos y gritos reconocedores de su valía o de admiración por alguna gesta lograda. Para manifestar esta idea se ha generalizado ya la expresión en olor de multitud(es): El Papa llegó a Madrid en olor de multitud, por ejemplo, o Pamplona recibió a Induráin en olor de multitudes fueron, en su día, titulares repetidamente comunes a diversos medios de comunicación.
Reflexionemos. ¿No es esta expresión poco fina, poco elegante, poco delicada? ¿Por qué para dar impresión de muchedumbre se menciona precisamente su olor? Todos sabemos cómo huele la multitud. El diario El País del 14 de agosto de 1994 subtitulaba la crónica sobre la famosa reunión de Woosdstock de una manera muy gráfica: Joe Cocker abrió la fiesta musical en un campamento de más de 200.000 personas que ya empieza a oler mal. Ese es el olor de las multitudes. Entonces, ¿por qué sacarlo a relucir (¡como si fuera incienso!) en contextos y situaciones laudatorios, de agasajo a alguien a quien se admira?
Podría tratarse de la deformación de en loor de multitud(es). (El DRAE define loor como "elogio, alabanza" y nos dice que se deriva del verbo loar ('alabar'), proveniente a su vez del verbo latino laudare.) El abrupto hiato (dos oes consecutivas) y, sobre todo, el escasísimo uso del término explican la metátesis en confusión con una palabra tan cotidiana como olor: un caso más de lo que técnicamente se denomina etimología popular. Parece clara, además, la analogía con la frase encomiástica, procedente del ámbito hagiográfico, en olor de santidad (éste sí, divino). ¡Demasiadas presiones para que no sucumba el loor más pintado! El profesor Lázaro Carreter, en cambio, sentencia al respecto en uno de sus "dardos" que se trata justo de la génesis inversa: en el principio fue el olor, contagiado del divino, y después vino el loor, un puro invento en tal locución -cuya formación, sin embargo, reconoce como correcta-, una "exquisitez" por "etimología seudoculta o petulante" propia de la "pedantesca que rebusca" No contradiré al sabio filólogo; sólo recordaré que loor ('alabanza') aparece ya en Gonzalo de Berceo, hasta en el título de una de sus obras.
En su cotejo, la frase loorosa supera con creces a la sudorípara no sólo en elegancia, sino también en expresividad: la segunda refleja una multitud pasiva que se limita a desprender olor, mientras que la primera evoca una muchedumbre activa que alaba, elogia, aplaude, vitorea y requiebra. Sorprende que quien clama desde su alta saetera por la precisión "exquisita" en el decir tilde su práctica -y con mofa- de "petulante" y "seudoculta" Parece cuestión de gustos: como mi nariz no considera loable el olor corporal masivo, y aun a riesgo de acabar como un "sansebastián", sigo aferrándome -aunque sólo sea por higiene- al loor de la(s) multitud(es).