stavroguin 11
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- 14 Oct 2010
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Querida parásita:
Tal vez movido por la desazón del retorno de la lluvia tras una semana de sol, y sin duda influido por el empacho de demagogia, sectarismo, mendacidad y espíritu de Lynch que ayer nos ofrecistéis, te escribo esta carta abierta. Abierta pero protegida por el anonimato de mi nick y el relativo desconocimiento de este foro. En el caso de que llegases a leerla, resultará mucho más divertido ver como muerdes en el vacío, como desahogas tu furia de Erinia con dentelladas impotentes sin identificar al autor, como sin duda mordían aquellos perros que metían en el saco de los parricidas romanos antes de arrojarlos al mar. De todos modos, la prudencia me falta como virtud, y la cobardía como defecto, así que no descartes ver algún día mi nombre real en la firma. Por cierto, como ya te veo venir, voy a decirte que esto no es un ataque contra las mujeres. No voy a decir, como tu corte de babosos, que sois seres maravillosos e ultrasensibles, pero sí que conozco a las suficientes con un balance positivo el el cociente de virtudes/defectos como para pensar que puedean no ser una rara excepción. Así que esto no va contra ellas: va contra ti. No hace falta que te nombre, que diga si eres persona o colectivo: cuando lo leas sabrás que hablo de ti, el resto de lectores también.
Por el encabezamiento, ya te habras dado cuenta de que vas a leer cosas desacostumbradas. Instalada con tu pueril soberbia en el culto de latría que incensa todas y cada una de tus estupideces dogmáticas, quemando en piras de leña a los poquísimos imprudentes que se atreven a la menor matización, sin duda tu estómago cuádruple de becerra menopáusica va a sufrir en la digestión habitualmente plácida por la falta de ese hábito remoto: que te digan a la cara las verdades del barquero.
Somos, apreciado montón de mierda, un país dado al sectarismo, a la ignorancia, y a la masa desbocada e irracional. Por eso Canetti nos dedicó un capítulo entero en su obra maestra sobre comportamientos colectivos. Ayer se vió que desde el "vivan las caenas" hasta nuestros días, poco hemos cambiado: nos dejamos arrastrar por la furia sin dedicar un segundo a la reflexión, ya sea quemando iglesias, fusilando rojos o iniciando cacerías de jueces incómodos. Es mucho más fácil vocear un eslogan facilón que leer y analizar más de 300 páginas de una sentencia. También, como las mujeres maltratadas, nos pasamos la vida sometiéndonos a alguien al que pagamos para que, aparte de parasitarnos, nos diga lo que está bien y lo que no: ayer era el pecado mortal y la religion verdadera, hoy es el machismo y la ideología de género. Aprovechadlo para medrar como garrapatas con la sangre que nos chupáis y que os vuelve tumescentes de odio: las estupideces dominantes suelen ser tan rabiosas como breves.
A ti te gustaría pensar que esto va a ser para siempre: ese altar en donde se adora el coño incorrupto de Cristina Almeida o Paqui Granados, cuyos efluvios no me atrevo a imaginar y mucho menos a describir, y ante el que se postran con sumisión absoluta que no admite demora todos los líderes políticos, creadores de opinión, actores, diseñadores, deportistas, en fin, cualquiera con una mínima relevancia pública. Como esos que dicen que hay que respetar las decisiones judiciales y no legislar en caliente pero que linchan jueces y proponen cambiar leyes en 5 minutos cuando una loca del coño morado rebuzna y cocea con la misma sutileza que una cópula entre brontosaurios. Todas esas víctimas inmoladas a ese contemporáneo Moloch: celdas de inocentes, padres deprivados de visitas, suicidios, ruina, te gustaría que fuesen eternas. Pero no. Tu momento pasará, y lo hará más pronto que tarde.
Me acuerdo ahora de una historia que leí en una biografía de Stalin: corría el año del Señor de 1937, en plena purga que hacía innecesaria cualquier disidencia pues los inocentes y los culpables caían al mismo ritmo. En una remota estepa perdida se celebraba un Congreso del Partido. Puedo imaginar perfectamente ese lugar ignoto, rodeado de cereales, en donde poco más de 30 años antes pulularían personajes chejovianos cargados de neura, vulgaridad e inseguridades. En un momento del acto, alguien propone un brindis por el camarada Stalin. Como no había suicidas en el auditorio, todos empiezan a aplaudir. Y entonces se produce un momento incómodo: la NKVD vigila atentamente, y nadie quiere ser el primero en parar. La batida de palmas se prolonga, 5 minutos, 10, media hora, aparecen rostros congestionados por el esfuerzo, manos doloridas, palmeos espaciados, nadie se atreve a dejarlo. Finalmente, el Presidente se sube a la tarima, da un par de palmadas más y empieza el discurso. Esa misma noche vinieron a llevarlo al Gulag. Estamos ahora en esa fase: nadie se atreve al gesto más insigificante. Pero tiempo después, Stalin se murió, y a Beria lo mataron. Los San Martín llegan siempre, gorrina.
Por cierto, también me gustaría informarte de una cosa: no necesito tu marchamo, tu sello de aprobación, tu certificado de buena conducta. No tengo que tragarme tu ideología, tus dogmas, tus absurdidades de patriarcados y cosificaciones para ser una buena persona, un buen profesional y un buen ciudadano. No dar crédito a una probable mentirosa no me convierte en simpatizante del Chicle o de Carcaño (ese mismo al que muchas mujeres escriben cartas de amor, sin duda alienadas por el maligno patriarcado). Y deslizándome un poco más por el vertiginoso tobogán de la autolamida de polla, te diré que probablemente tengo más calidad humana, intelectual y vital que cualquier miembro del coro de castrati que te ríen las gracias y se convierten en tus aliados a los que un día cualquiera arrojarás de una de tus manifestaciones con cajas destempladas.
Pedir un mínimo de agradecimiento y autocrítica a una cerda displicente es como esperar que los ríos fluyan al revés (en Asia me encontré uno), pero de todos modos voy a intentarlo con un pequeño recordatorio. Todo tu bienestar, tu esperanza de vida, todo el ocio que disfrutas, se debe a la inteligencia, creatividad y sacrificio de esos hombres a los que desprecias: los que descubrieron la penicilina y los transplantes, internet, el motor de explosión, el lavavajillas, la televisión y la radio, los aviones. Esos que te desatascan el alcantarillado, que van a Terranova a pescar la merluza que te comes, que se suben al andamio a construirte una casa, que reparan las carreteras por donde conduces después de comerte una polla cualquiera, los que hacen las labores duras, ingratas y peligrosas que permiten nuestro statu quo y que las de tu calaña no realizaréis jamás. Poque, a diferencia de ellos, eres prescindible: como un sereno en edificios con portero automático, como un herrador de caballos en la Castellana, como un agrimensor en alta mar, como un filósofo en un transbordador espacial. Porque no eres más que un epifenómeno, una ladilla, una mala hierba, una parásita...
Atentamente:
stavroguin 11
Tal vez movido por la desazón del retorno de la lluvia tras una semana de sol, y sin duda influido por el empacho de demagogia, sectarismo, mendacidad y espíritu de Lynch que ayer nos ofrecistéis, te escribo esta carta abierta. Abierta pero protegida por el anonimato de mi nick y el relativo desconocimiento de este foro. En el caso de que llegases a leerla, resultará mucho más divertido ver como muerdes en el vacío, como desahogas tu furia de Erinia con dentelladas impotentes sin identificar al autor, como sin duda mordían aquellos perros que metían en el saco de los parricidas romanos antes de arrojarlos al mar. De todos modos, la prudencia me falta como virtud, y la cobardía como defecto, así que no descartes ver algún día mi nombre real en la firma. Por cierto, como ya te veo venir, voy a decirte que esto no es un ataque contra las mujeres. No voy a decir, como tu corte de babosos, que sois seres maravillosos e ultrasensibles, pero sí que conozco a las suficientes con un balance positivo el el cociente de virtudes/defectos como para pensar que puedean no ser una rara excepción. Así que esto no va contra ellas: va contra ti. No hace falta que te nombre, que diga si eres persona o colectivo: cuando lo leas sabrás que hablo de ti, el resto de lectores también.
Por el encabezamiento, ya te habras dado cuenta de que vas a leer cosas desacostumbradas. Instalada con tu pueril soberbia en el culto de latría que incensa todas y cada una de tus estupideces dogmáticas, quemando en piras de leña a los poquísimos imprudentes que se atreven a la menor matización, sin duda tu estómago cuádruple de becerra menopáusica va a sufrir en la digestión habitualmente plácida por la falta de ese hábito remoto: que te digan a la cara las verdades del barquero.
Somos, apreciado montón de mierda, un país dado al sectarismo, a la ignorancia, y a la masa desbocada e irracional. Por eso Canetti nos dedicó un capítulo entero en su obra maestra sobre comportamientos colectivos. Ayer se vió que desde el "vivan las caenas" hasta nuestros días, poco hemos cambiado: nos dejamos arrastrar por la furia sin dedicar un segundo a la reflexión, ya sea quemando iglesias, fusilando rojos o iniciando cacerías de jueces incómodos. Es mucho más fácil vocear un eslogan facilón que leer y analizar más de 300 páginas de una sentencia. También, como las mujeres maltratadas, nos pasamos la vida sometiéndonos a alguien al que pagamos para que, aparte de parasitarnos, nos diga lo que está bien y lo que no: ayer era el pecado mortal y la religion verdadera, hoy es el machismo y la ideología de género. Aprovechadlo para medrar como garrapatas con la sangre que nos chupáis y que os vuelve tumescentes de odio: las estupideces dominantes suelen ser tan rabiosas como breves.
A ti te gustaría pensar que esto va a ser para siempre: ese altar en donde se adora el coño incorrupto de Cristina Almeida o Paqui Granados, cuyos efluvios no me atrevo a imaginar y mucho menos a describir, y ante el que se postran con sumisión absoluta que no admite demora todos los líderes políticos, creadores de opinión, actores, diseñadores, deportistas, en fin, cualquiera con una mínima relevancia pública. Como esos que dicen que hay que respetar las decisiones judiciales y no legislar en caliente pero que linchan jueces y proponen cambiar leyes en 5 minutos cuando una loca del coño morado rebuzna y cocea con la misma sutileza que una cópula entre brontosaurios. Todas esas víctimas inmoladas a ese contemporáneo Moloch: celdas de inocentes, padres deprivados de visitas, suicidios, ruina, te gustaría que fuesen eternas. Pero no. Tu momento pasará, y lo hará más pronto que tarde.
Me acuerdo ahora de una historia que leí en una biografía de Stalin: corría el año del Señor de 1937, en plena purga que hacía innecesaria cualquier disidencia pues los inocentes y los culpables caían al mismo ritmo. En una remota estepa perdida se celebraba un Congreso del Partido. Puedo imaginar perfectamente ese lugar ignoto, rodeado de cereales, en donde poco más de 30 años antes pulularían personajes chejovianos cargados de neura, vulgaridad e inseguridades. En un momento del acto, alguien propone un brindis por el camarada Stalin. Como no había suicidas en el auditorio, todos empiezan a aplaudir. Y entonces se produce un momento incómodo: la NKVD vigila atentamente, y nadie quiere ser el primero en parar. La batida de palmas se prolonga, 5 minutos, 10, media hora, aparecen rostros congestionados por el esfuerzo, manos doloridas, palmeos espaciados, nadie se atreve a dejarlo. Finalmente, el Presidente se sube a la tarima, da un par de palmadas más y empieza el discurso. Esa misma noche vinieron a llevarlo al Gulag. Estamos ahora en esa fase: nadie se atreve al gesto más insigificante. Pero tiempo después, Stalin se murió, y a Beria lo mataron. Los San Martín llegan siempre, gorrina.
Por cierto, también me gustaría informarte de una cosa: no necesito tu marchamo, tu sello de aprobación, tu certificado de buena conducta. No tengo que tragarme tu ideología, tus dogmas, tus absurdidades de patriarcados y cosificaciones para ser una buena persona, un buen profesional y un buen ciudadano. No dar crédito a una probable mentirosa no me convierte en simpatizante del Chicle o de Carcaño (ese mismo al que muchas mujeres escriben cartas de amor, sin duda alienadas por el maligno patriarcado). Y deslizándome un poco más por el vertiginoso tobogán de la autolamida de polla, te diré que probablemente tengo más calidad humana, intelectual y vital que cualquier miembro del coro de castrati que te ríen las gracias y se convierten en tus aliados a los que un día cualquiera arrojarás de una de tus manifestaciones con cajas destempladas.
Pedir un mínimo de agradecimiento y autocrítica a una cerda displicente es como esperar que los ríos fluyan al revés (en Asia me encontré uno), pero de todos modos voy a intentarlo con un pequeño recordatorio. Todo tu bienestar, tu esperanza de vida, todo el ocio que disfrutas, se debe a la inteligencia, creatividad y sacrificio de esos hombres a los que desprecias: los que descubrieron la penicilina y los transplantes, internet, el motor de explosión, el lavavajillas, la televisión y la radio, los aviones. Esos que te desatascan el alcantarillado, que van a Terranova a pescar la merluza que te comes, que se suben al andamio a construirte una casa, que reparan las carreteras por donde conduces después de comerte una polla cualquiera, los que hacen las labores duras, ingratas y peligrosas que permiten nuestro statu quo y que las de tu calaña no realizaréis jamás. Poque, a diferencia de ellos, eres prescindible: como un sereno en edificios con portero automático, como un herrador de caballos en la Castellana, como un agrimensor en alta mar, como un filósofo en un transbordador espacial. Porque no eres más que un epifenómeno, una ladilla, una mala hierba, una parásita...
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