Porque la percepción es errónea. Hay cientos de actores a los que se les asocia con un papel en concreto y de ahí no salen. Es lo que se llama encasillamiento. Conoces a cientos de actores y actrices a los que asocias con un rol concreto y que se tiende a asociarles en la vida real con lo que han interpretado. Hay cientos de actores que han interpretado a villanos que caen mal a la gente, y cientos de actores que interpretan a los buenos y caen de maravilla, y luego resultan que son santos varones, en el primer caso y auténticos hijos de puta en el segundo. Es como pensar que los actores que salgan en el Disney Channel no pueden ser politoxicómanos o ninfómanas.
El caso del anuncio es lo mismo. Es obvio que no es el mismo esfuerzo creativo (llamemoslo así) que en una película o una pieza teatral, pero en el fondo es lo mismo, se interpreta un personaje. Dame un texto a recitar, como lo hago, así o asao, dime en dónde, ha quedado bien, son tantos mil. Punto. Al igual que en una película. Que en un anuncio se utilice el nombre del actor, como en el anuncio de la Verdú, se hace por puro marketing. Pero eso no quiere decir que el actor esté de acuerdo con lo que anuncio, estamos locos o qué. Si estuviera de acuerdo lo haría gratis, pero no, cobran por ello, y bien, imagino. Coronado anunciaba yogures y posiblemente no ha comido un yogur en su puta vida.
Es un error muy común en la gente el identificar el trabajo de un acto con su personalidad real. Esta ocasión es un ejemplo claro de ello, potenciado con la clarísima carga política que está por detrás del asunto. Luego está la subnormalidad recalcitrante de Hammer, que argumenta en función de lo que escucha en el Bar Manolo y se piensa que es un tertuliano de 13TV o de ESRadio, pero esa es otra historia.