Pedimos unos cuantos cubatas mientras Matías seguía soltando paridas acerca de la sociedad, de la falta de valores y de otras muchas chorradas a las que por supuesto no prestaba ni la menor atención.
Cierto es que sin apenas nada en el estómago, sin haber cenado, y tras muchas cervezas y algunos cubatas, incluso un maestro JEDI como yo empezaba a encontrarme bastante perjudicado.
Matías iba aún peor que yo y me dijo que se iba a casa. Después de haberle aguantado tres horas de charla no pensaba dejarle marchar sin mis llaves, por lo que decidí valerme una vez mas de mi superioridad interpretativa y fingí un repentino desvanecimiento, con tan mala suerte que al caer al suelo me golpeé en la cabeza contra una mesa cercana que mi instinto ARACNIDO no supo detectar a tiempo por la gran cantidad de alcohol ingerido.
Matías se asustó tanto que quiso llevarme a un hospital, pero aun aturdido, mi PRIVILEGIADO cerebro funcionaba como un reloj Suizo y se me ocurrió la genial idea de decirle que me llevase a su casa (que estaba relativamente cerca), para curarme.
Así las cosas siempre me sería más fácil quitarle las llaves en su casa que en cualquier otro sitio. Este es uno de los múltiples ejemplos en donde podéis comprobar que mi estricto entrenamiento mental da sus frutos.
Matías me metió cuidadosamente en su coche y nos fuimos rumbo a su casa. Una vez allí me curó y como además de herido me encontraba borracho, me dijo que si quería podía quedarme a dormir en el sofá. Era justo lo que estaba esperando, por lo que puse cara de circustancias y accedí a su ofrecimiento.
Matías se acostó nada mas comprobar que yo estaba aparentemente dormido. Esperé durante unos pocos minutos que se me hicieron eternos y cuando por fin escuché que de su habitación salían unos ronquidos ATRONADORES, decidí levantarme y pasar a la acción.
Como toda la casa estaba a oscuras y era la primera vez que estaba allí intenté ir con mucho cuidado para no tropezarme con nada. El primer golpe me lo llevé en la pantorrilla con el pico de una mesita de cristal del salón. Gracias a mi conocida habilidad para sobreponerme al dolor, conseguí ahogar el grito salvaje que nacía de mis entrañas, no sin antes cagarme en la puta madre del constructor de una mesa con picos como agujas de hacer punto. Mientras me agarraba la pantorrilla con ambas manos en la postura de la garza, perdí el equilibrio victima de la oscuridad y, sobre todo, de la DESCOMUNAL borrachera que llevaba encima, y caí al suelo sobre un gato de cerámica que estaba acostado cerca, convirtiéndolo instantáneamente en un gato PICASSIANO.
La empresa de llegar a la habitación de Matías con vida se estaba volviendo harto complicada, pero un guerrero no debe jamás hundirse ante la adversidad, por lo que con cuidado me quité del costado una lasca de cerámica que antes formó parte de la pata del gato y proseguí mi avance a ciegas hasta mi objetivo con la pantorrilla destrozada y un incipiente neumotorax.
Matías estaba tan profundamente dormido que no se percató de ninguno de mis golpes, por lo que mi dolor tendría en breve una recompensa en forma de llave.
Para evitar mas imprevistos decidí avanzar a gatas, pero llegando a la puerta de la habitación de Matías, el rebujito de cervezas y cubatas unido a malestar por los tres golpes que llevaba encima, hicieron efecto en mí y solté una vomitona en tres fases que habrían dejado atónito al mismísimo Costanza.
Una persona normal, ante tal cúmulo de desgracias, habría abandonado. Pero yo no soy un tipo normal. No me he pasado media vida entrenando cuerpo y mente de manera APOCALIPTICA para, estando tan cerca de mi meta, abandonar y huir con el rabo entre las piernas. En esos momentos cuando un LUCHADOR se diferencia del resto.
Sorteando la tremenda vomitona a gatas, entré por fin en la habitación y allí, sobre la mesita de noche se encontraba MI TESORO. Me había costado llegar hasta él, pero ahora estaba al alcance de mi mano. Con todo el cuidado que JACK DANIELS me permitió cogí el llavero, y delicadamente saqué la llave del puñetero cajón del despacho.
Tras eso decidí largarme de allí. Sabía que un tipo tan fantástico como Matías me perdonaría sin problemas lo de la vomitona y lo del gato, por lo no consideré necesario perder tiempo en recoger nada.
Mi vuelta a casa resultó complicada, ya que ningún taxi quería pararse ante una persona bañada en vómito, con sangre en la camisa y con evidentes signos de embriaguez. En vista de las circustancias decidí recoger unos cartones y meterme en un cajero cercano al domicilio de Matías.
Quizás alguno piense que fué un momento vergonzante, pero mientras me acurrucaba en mi improvisada cama sentí el calor de la llave de Matías en mi mano y una sonrisa iluminó mi rostro.
El sabor del TRIUNFO era mucho mas fuerte que el hedor del VOMITO que llevaba encima.