Siempre defendí que eran inamovibles.
Hasta que lo efímero de la teoría se despierta de bruces con el brupto atruendo de sobredosis de realismo.
Y te das cuenta que, cuando te ponen la bandeja delante que siempre has desdeñado - porque en el fondo, no la podías tener - , como ocurriera con el zorro al queso en la fábula que da su nombre, tu instinto se abre con un apetito inusitado alimentado de venganza por la víctima que fuiste y cuyo vacío anterior pretendes llenar engulliendo en el papel de ejecutor.
Imagina un escenario ideal.
Lleno de bellísimas ninfas, la mayoría no pasan de los 20, donde tú eres el centro de atención, el premio deseado, donde ellas son las que luchan por ti, donde sus esfuerzos, halagos y pagafantismo corre de su cuenta.
Donde además, todas son preciosas.
E incluso a esa que rechaces, porque nadas en la abundancia, se preguntará en la intimidad de su alcoba qué falló en ella para no gustarte y qué fallo para no tenerte, ignorando que la decisión de tenerla no radicaba en ella sino en ti.
Imagínate, en el "otro lado", en el hombre más deseado en un paraíso lleno de ninfas donde la peor es mejor que por la gran mayoría de las que has peleado.
Un escenario inmerecido, que obtienes por ser lo que eres - del mismo modo que una mujer, especialmente en España, vale oro en las relaciones por el mero hecho de ser mujer - un simple hombre, español y relativamente joven.
Ahora dime, si serías capaz de actuar con congruencia y no tratarlas a ellas como otras te trataron a ti.
De no traicionar ese principio que te repetiste a ti mismo de "yo nunca lo haría" y juraste no dañar a otra como te habían dañado a ti.
Yo os lo diré: y una mierda.
Cuando te ves así, todas sus creencias se derrumban.
La realidad supera cualquier intento teórico de anular tu instinto.
Te conviertes en un depredador y las usas con el mismo desprecio con el que ellas te usaron a ti.
Por tanto, no son los géneros - que sí en buena medida - lo que condicionan los comportamientos, sino las situaciones y el valor que obtienes en ellas, de un simple cazador entre miles por una vulgar presa o un premio lleno de amazonas buenorras que harán lo imposible por conseguirte.
Y lo puedo decir porque me he visto así.
Y me he asustado de mi propia naturaleza.
De cómo el hambre por comer lo que nunca pude superó cualquier deseo anclado por evitar tamaño injusto pecado con el que fui castigado y ahora inflinjo.
Ahora decidme, si creéis que pese a todo, podríais tratarlas a ellas en una situación ventajista como ellas nunca te trataron a ti cuando la ventaja la tuvieron ellas.
O incluso, si estuvísteis en ambos bandos y actuásteis de la forma programada y tan opuesta a mi.
Porque entonces os diré, que no sabéis que estar al otro lado.
Hasta que lo efímero de la teoría se despierta de bruces con el brupto atruendo de sobredosis de realismo.
Y te das cuenta que, cuando te ponen la bandeja delante que siempre has desdeñado - porque en el fondo, no la podías tener - , como ocurriera con el zorro al queso en la fábula que da su nombre, tu instinto se abre con un apetito inusitado alimentado de venganza por la víctima que fuiste y cuyo vacío anterior pretendes llenar engulliendo en el papel de ejecutor.
Imagina un escenario ideal.
Lleno de bellísimas ninfas, la mayoría no pasan de los 20, donde tú eres el centro de atención, el premio deseado, donde ellas son las que luchan por ti, donde sus esfuerzos, halagos y pagafantismo corre de su cuenta.
Donde además, todas son preciosas.
E incluso a esa que rechaces, porque nadas en la abundancia, se preguntará en la intimidad de su alcoba qué falló en ella para no gustarte y qué fallo para no tenerte, ignorando que la decisión de tenerla no radicaba en ella sino en ti.
Imagínate, en el "otro lado", en el hombre más deseado en un paraíso lleno de ninfas donde la peor es mejor que por la gran mayoría de las que has peleado.
Un escenario inmerecido, que obtienes por ser lo que eres - del mismo modo que una mujer, especialmente en España, vale oro en las relaciones por el mero hecho de ser mujer - un simple hombre, español y relativamente joven.
Ahora dime, si serías capaz de actuar con congruencia y no tratarlas a ellas como otras te trataron a ti.
De no traicionar ese principio que te repetiste a ti mismo de "yo nunca lo haría" y juraste no dañar a otra como te habían dañado a ti.
Yo os lo diré: y una mierda.
Cuando te ves así, todas sus creencias se derrumban.
La realidad supera cualquier intento teórico de anular tu instinto.
Te conviertes en un depredador y las usas con el mismo desprecio con el que ellas te usaron a ti.
Por tanto, no son los géneros - que sí en buena medida - lo que condicionan los comportamientos, sino las situaciones y el valor que obtienes en ellas, de un simple cazador entre miles por una vulgar presa o un premio lleno de amazonas buenorras que harán lo imposible por conseguirte.
Y lo puedo decir porque me he visto así.
Y me he asustado de mi propia naturaleza.
De cómo el hambre por comer lo que nunca pude superó cualquier deseo anclado por evitar tamaño injusto pecado con el que fui castigado y ahora inflinjo.
Ahora decidme, si creéis que pese a todo, podríais tratarlas a ellas en una situación ventajista como ellas nunca te trataron a ti cuando la ventaja la tuvieron ellas.
O incluso, si estuvísteis en ambos bandos y actuásteis de la forma programada y tan opuesta a mi.
Porque entonces os diré, que no sabéis que estar al otro lado.