stavroguin 11
Clásico
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- 14 Oct 2010
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Cual Sibila contemporánea galaica y algo travelizada, veo avecinarse la tragedia con certidumbre absoluta, aunque a diferencia de Casandra, hay personas que me creen y que incluso profetizan lo mismo. Al borde del abismo, el pie adelantado empieza a rozar el vacío y algunas piedrecitas caen por el precipicio. Una situación de equilibrio inestable en la cual la gravedad pronto dictará sentencia.
No voy a llamarle amigo. Tampoco conocido, ni alguien a quien tengo afecto. Si existiese una situación intermedia entre la amistad y el aprecio personal, lo colocaría allí. Nunca hemos tenido temas de conversación a pesar de nuestras relaciones sociales comunes. Durante un tiempo pensé que no me tenía demasiada simpatía, tomando su timidez por frialdad. Sin embargo, los hechos son más poderosos que las palabras, y en un momento dado tuve que aceptar que realmente los detalles de generosidad y bonhomía que tenía conmigo no dejaban lugar a dudas. Una cordial y viril relación no verbalizada entre dos tipos rurales de pocas palabras.
Como habréis adivinado ya, la causa de su desgracia presente y su tragedia futura es una mujer. La suya. Perfecto ejemplar de hembra contemporánea por su total ausencia de moral, inteligencia y por su capacidad infinita de hacer daño a todo el que la rodea. Digamos que tampoco fue muy perspicaz al elegirla: una madre soltera que había abandonado a su hijo en una conocida institución local de beneficencia (la palabra inclusa podría incorporase al hilo de las verbas en desuso). Pero nadie es perfecto.
Un día lo dejó. Por supuesto por un capullo: un taxista caradura y fullero bastante conocido por su capacidad de vaciar el bolsillo y rentabilizar económicamente a sus compañeras sentimentales. La clase de basura que elegiría una mujer cualquiera de este país. Y mi amigo (llamémosle así para no perdernos en matices) enloqueció de manera obsesiva.
Dando un par de rápidas pinceladas impresionistas, digamos que es un beta. No muy atractivo y algo regordete, trabajador competente y servicial, excelente padre de su hijo de 8 años (abandonado también friamente por su madre al igual que su desconocido hermano), no carece, sin embargo, de personalidad y energía. Su arranques de genio son célebres y más de un chuleta de taberna tuvo que batirse en retirada ante estos mis ojos que serán comidos por la tierra. Como dice un cura en una novela del Nobel peruano fachorro, llevar sotana no es lo mismo que vestir faldas. Ello explica un poco lo que contaré a continuación...
Ya ha pasado cuatro veces por el calabozo y el juzgado en un tiempo récord: la primera, por recomendarle a su mujer que se lavase el coño con lejía antes de dirigirle la palabra (consejo del todo pertinente, por otra parte). La segunda, por conato de agresión al taxista cornificador. La tercera, por injuria verbal a su mujer y dos amigas en la vía pública (una de ellas, una taxista brasileña que es uno de los peores animales venenosos que conozco y a la que mi amigo atribuye el comportamiento de su mujer). La última la relato al acabar.
Mi colega reaccionó de la peor forma posible: mezclando súplicas con amenazas y tragándose cuentos increíbles. Tras abandonarlo a él y a su hijo limpiándole varios miles de euros, volvió al cabo de un mes con los bolsillos vacíos pidiéndole volver a casa con propósitos de enmienda, amén de solicitarle capital adicional para tapar algunos agujerillos. El marido dijo amén, y dos días después de su readmisión en el núcleo familiar, pude verla por el retrovisor de mi coche parado en un semáforo: pintada como una mona, sonriendo como solo sonríen a los alfas, de copiloto del taxista de marras. En el colmo de su confusión, llegó a atribuir el comportamiento de la meretriz a un transtorno mental y a pedirme que le agilizase una cita en Psiquiatría. No tuve coraje para decirle que el puterío no está todavía filiado como patología.
Como a pesar de su credulidad no es tonto de todo, una mañana apareció sin avisar en su casa en horas de trabajo, y la sorprendió acompañada de la taxista brasuca y otra amiga tomando café en el salón. Y ahí se le apareción Oggún, como dicen los habaneros: fue a la cocina, cogió el cuchillo jamonero más impresionante e irrumpió enloquecido en la sala, con la consiguiente estampida de putas (una de ellas se tiró por la ventana presa del pánico) y subsiguiente denuncia y paso por chirona. Sorprendentemente en este estado feminazi, la juez lo dejó libre advirtiéndole que era su última oportunidad.
Todos los razonamientos de otros amigos y de un servidor no han servido de nada. Vive obsesionado en un paroxismo de odio retroalimentado que no hay forma de cortar. La última vez que nos vimos me agotó el giga mensual del IPhone cotilleando la vida de su mujer y sus relaciones en Facebook. Ya no se junta con nosotros ni coge el teléfono. Sé perfectamente cual es la próxima noticia que voy a tener de él y de la furcia. Y, aunque la humanidad no va a perder nada con las vísceras de esa prostituta regando el asfalto, un hijo se quedará sin padres y un buen tipo arruinará su vida.
Se admiten sugerencias...
No voy a llamarle amigo. Tampoco conocido, ni alguien a quien tengo afecto. Si existiese una situación intermedia entre la amistad y el aprecio personal, lo colocaría allí. Nunca hemos tenido temas de conversación a pesar de nuestras relaciones sociales comunes. Durante un tiempo pensé que no me tenía demasiada simpatía, tomando su timidez por frialdad. Sin embargo, los hechos son más poderosos que las palabras, y en un momento dado tuve que aceptar que realmente los detalles de generosidad y bonhomía que tenía conmigo no dejaban lugar a dudas. Una cordial y viril relación no verbalizada entre dos tipos rurales de pocas palabras.
Como habréis adivinado ya, la causa de su desgracia presente y su tragedia futura es una mujer. La suya. Perfecto ejemplar de hembra contemporánea por su total ausencia de moral, inteligencia y por su capacidad infinita de hacer daño a todo el que la rodea. Digamos que tampoco fue muy perspicaz al elegirla: una madre soltera que había abandonado a su hijo en una conocida institución local de beneficencia (la palabra inclusa podría incorporase al hilo de las verbas en desuso). Pero nadie es perfecto.
Un día lo dejó. Por supuesto por un capullo: un taxista caradura y fullero bastante conocido por su capacidad de vaciar el bolsillo y rentabilizar económicamente a sus compañeras sentimentales. La clase de basura que elegiría una mujer cualquiera de este país. Y mi amigo (llamémosle así para no perdernos en matices) enloqueció de manera obsesiva.
Dando un par de rápidas pinceladas impresionistas, digamos que es un beta. No muy atractivo y algo regordete, trabajador competente y servicial, excelente padre de su hijo de 8 años (abandonado también friamente por su madre al igual que su desconocido hermano), no carece, sin embargo, de personalidad y energía. Su arranques de genio son célebres y más de un chuleta de taberna tuvo que batirse en retirada ante estos mis ojos que serán comidos por la tierra. Como dice un cura en una novela del Nobel peruano fachorro, llevar sotana no es lo mismo que vestir faldas. Ello explica un poco lo que contaré a continuación...
Ya ha pasado cuatro veces por el calabozo y el juzgado en un tiempo récord: la primera, por recomendarle a su mujer que se lavase el coño con lejía antes de dirigirle la palabra (consejo del todo pertinente, por otra parte). La segunda, por conato de agresión al taxista cornificador. La tercera, por injuria verbal a su mujer y dos amigas en la vía pública (una de ellas, una taxista brasileña que es uno de los peores animales venenosos que conozco y a la que mi amigo atribuye el comportamiento de su mujer). La última la relato al acabar.
Mi colega reaccionó de la peor forma posible: mezclando súplicas con amenazas y tragándose cuentos increíbles. Tras abandonarlo a él y a su hijo limpiándole varios miles de euros, volvió al cabo de un mes con los bolsillos vacíos pidiéndole volver a casa con propósitos de enmienda, amén de solicitarle capital adicional para tapar algunos agujerillos. El marido dijo amén, y dos días después de su readmisión en el núcleo familiar, pude verla por el retrovisor de mi coche parado en un semáforo: pintada como una mona, sonriendo como solo sonríen a los alfas, de copiloto del taxista de marras. En el colmo de su confusión, llegó a atribuir el comportamiento de la meretriz a un transtorno mental y a pedirme que le agilizase una cita en Psiquiatría. No tuve coraje para decirle que el puterío no está todavía filiado como patología.
Como a pesar de su credulidad no es tonto de todo, una mañana apareció sin avisar en su casa en horas de trabajo, y la sorprendió acompañada de la taxista brasuca y otra amiga tomando café en el salón. Y ahí se le apareción Oggún, como dicen los habaneros: fue a la cocina, cogió el cuchillo jamonero más impresionante e irrumpió enloquecido en la sala, con la consiguiente estampida de putas (una de ellas se tiró por la ventana presa del pánico) y subsiguiente denuncia y paso por chirona. Sorprendentemente en este estado feminazi, la juez lo dejó libre advirtiéndole que era su última oportunidad.
Todos los razonamientos de otros amigos y de un servidor no han servido de nada. Vive obsesionado en un paroxismo de odio retroalimentado que no hay forma de cortar. La última vez que nos vimos me agotó el giga mensual del IPhone cotilleando la vida de su mujer y sus relaciones en Facebook. Ya no se junta con nosotros ni coge el teléfono. Sé perfectamente cual es la próxima noticia que voy a tener de él y de la furcia. Y, aunque la humanidad no va a perder nada con las vísceras de esa prostituta regando el asfalto, un hijo se quedará sin padres y un buen tipo arruinará su vida.
Se admiten sugerencias...