Resumen rápido.
Me escribe, que, como hoy nos veíamos, quería hablar conmigo. Le digo que estoy de cena, que si es breve, OK. Todo empieza bien, es razonable, todo genial. Hasta que se le cruza un cable. No grita, no hace nada ofensivo, pero no para de hablar en bucle. Yo le digo que ya, que ya es bastante, y se pone a llorar. La tentación de colgar está ahí, claro, pero, tal y como están las cosas hoy día, no quiero problemas, prefiero aguantar a una loca 10 minutos al teléfono a que algo le haga masa en la cabeza y diga, qué sé yo, que se ha sentido maltratada o usada o yo qué sé. Además, hoy veía a todos los del equipo; yo soy el último en llegar, ellos llevan años, así que tengo las de perder. Hoy, de hecho, los he notado a todos tensos. En fin, es lo que hay.
Tras un rato de conversación y yo decir a todo que ajá, me pregunta si tengo algo que decir. No, nada. Me cuelga.
Me manda un mensaje diciendo que necesita espacio. Le digo que un océano, si hace falta. Me contesta que hoy no va a venir, con mucho drama, con mucha exageración.
Hoy ha venido.
Fin.