Eran poco más de las ocho de la mañana. Había dejado a mi haminjo en el corazón del Port Olímpic, del puto e infame Port Olímpic, y la playa se mostraba casi despoblada, con poco menos de diez siluetas que se advertían a lo lejos. La esperanza era poca o ninguna.
Tras cinco o diez minutos hundiendo mis pies sobre la arena con mi cuerpo inundado de Freixenet, Codorniu, uno francés buenísimo que compró mi padre y ni miré cómo se llamaba, y un par de gintonics, ahí estaba Anita, como decía llamarse ella. No recuerdo ahora mismo qué cojones le dije para entrarla, pero estaba allí, a escasos palmos de las olas, sentada en una toalla y con una botella de coca cola de dos litros que resultaba estar combinada con ron, como descubrí posteriormente.
De lo primero que nos dijimos es que ella era de Bremen y yo de Barcelona. Yo le dije aquello de "Werder Bremen" y ella sonrió cantando creo que era bastante obvio el himno de ese equipo y yo sonreía como un cretino porque no me enteraba de una puta mierda de lo que estaba diciendo.
El cielo estaba rojo y azul, y como suele ocurrir en invierno el mar Meditarraneo escupe las olas con ese misterio que lo caracteriza. Me preguntó si tenía tabaco, en la peor hora, día y lugar. Se me había acabado, y a mí también me apetecía. Vió que había alguien a unos metros, veinte segundos caminando, y me dijo en su dejémoslo suficiente castellano -que a veces mezclaba con el inglés porque no podía-, que fuera y le preguntara si tenía tabaco.
Lo hice. Lo hice sin dudarlo como un puto perro, porque estaba a gustísimo con esa puta zorra, en escasos dos o tres minutos estaba más a gusto que en las 8 horas que llevaba haciendo el notas. Y casualmente ese tipo tenía tabaco, de liar en este caso, y me dió dos. Y con eso fui el puto Rey y Anita mi princesa germánica.
Me decía que sus "friends", sin especificar, estaban en "la calle", más o menos cerca pero no tenía certeza de dónde ni cuando aparecerían. Para comentarme esto utilizó el inglés, con lo cual no tenía idea ni de cuantos friends hablaba ni si se trataban de machos, hembras, o ambos, ni ganas tenía de saberlo.
Ella me hablaba del bonito y dorado amanecer, y yo le hablaba de la inteligencia alemana. Los besos y tocamientos tardaron poco en llegar. Yo acabé tumbado, tocándole aquellas bonitas piernas y tetas, cogiendo su tierna mano, y probando sus dulces besos. Sabía que el reloj estaba en mi contra, y que aquello iba a acabar más pronto que tarde. Yo creo que fueron unos 30 minutos de paz y amor, cuando sonó el riiing de su teléfono, conversación "schuts pretch hanble peich jauer nauer", para colgar y acabar diciéndome que los friends estaban en el paseo Juan de Borbón, nombre que no le salía, pobreta, y tuvo que tratar de pronunciarlo cuatro o cinco veces hasta que intuí a qué se refería.
Metiéndonos mano aparecieron sus amigas, no habían machos, eran dos chicas de más o menos su misma edad (decía tener 26 aunque parecía más joven). La una, muy rubia, se sentó pacíficamente a la izquierda de la chica, pero la otra, de pelo más bien castaño y ojos marrones y que ejercía claramente el papel de líder, y que no tenía ni puta idea de castellano, se plantó frente a mí tal cual llegó, sin saludarme ni muchísimo menos presentarse, brazos en jarra para decirme en inglés de una manera verdaderamente hostil que:
A. Yo estaba sentado en "su sitio", el sitio en que ella estaba antes de desaparecer de allí, en el lado de la toalla que estaba ocupando ella.
B. Que me pirara a tomar por culo pero ya, no solo de la toalla, sino de la vera de su amiga. De allí.
Anita actuó como suelen actuar las chicas en estos casos, sin personalidad, como lo que podríamos llamar una "calzonazos", de manera sumisa ante los dictados de sus amigas. Esto ya lo esperaba y por supuesto no iba a tratar de convencer a nadie. En realidad su respuesta fue que ella era su amiga y que era muy buena chica, y se le cortó el rollo que llevábamos de magreo, y en fin, que ya estaba, que adiós.
Quise morir matando. Pronuncié las dos palabras prohibidas, se las pronuncié a su amiga sargento. Sí, esas esas, esas dos que estáis pensando: Heil Hitler.
La cara de su amiga sargento se quedó petrificada. Su boca quedó abierta durante unos cuatro o cinco segundos, y a su vez los músculos de su rostro quedaron como absortos. Parecía que nadie nunca había pronunciado esas palabras ante ellas. Mientras tanto Anita cerraba fuertemente los ojos con miedo a volver a abrirlos mientras se estaba cagando en mis putos muertos. La amiga sargento entonces reaccionó, zanjó nuestro encuentro con un frío y definitivo "va, vete ya", y yo besé la mano de Anita para despedirme, a pesar de todo aceptó que lo hiciera.
Todavía tengo arena en mis zapatos y en la parte inferior de mis pantalones ahora mismo.