Foto y sexpe completa porfa, aquí no, mejor en otro hilo. Pl0x
No sé cómo hacerlo, yo no soy ningún friki informático y odio los ordenadores. Te lo puedo poner aquí y por lo menos lo lees.
Hace mucho, mucho tiempo... en una galaxia muy lejana....
Bueno, no: no exactamente; la galaxia lejana era una ciudad española de las grandes, yo tenía entonces la autoestima por las nubes (joder, ahora también), así que no sé como una tarde ociosa se me ocurrió ir al piso de la mujer casada con la que estaba liado, sabiendo que su marido estaba en casa. Me imaginé que sería gracioso.
Pensaba en ir allí, soltarle una excusa tonta al marido tonto (que él por supuesto se tragaría) y luego quedarme a solas con su mujer y trajinármela allí. Así es como piensan los cerebros juveniles no desarrollados aún (joder, ahora tampoco)
El caso es que con un par de huevos me puse en marcha hacia el piso de ellos, llamo a la puerta y he aquí que sale el marido con cara ya de mala hostia (eso me escamó), yo le suelto mi excusa tonta para ver a su mujer y entonces el tío ya se pone hecho una bestia y empieza a amenazarme con cortarme los huevos y cosérmelos dentro de la boca (
"qué mal gusto, ¿no sabe que han inventado las cremalleras, caballero?" entonces aún tenía ganas de reírme). Con todo este follón, sale su mujer por un lado y empieza a suplicarle al marido que no me mate, que por favor no me mate.
Mano de santo: nada más decirle ella que no me matara, él se pone todavía más furioso y violento si cabe, se mete la mano al bolsillo (detalle que yo entonces no di importancia pero que después me arrepentiría muchisimo de no haberlo sabido interpretar) y ella dale tirándole de la camisa y suplicando que no me matase.
Nivel de estrés al 1500%, yo vigilaba la mano libre del tío pensando en que me iba soltar un puñetazo con vistas a hacerle un finta y esquivarlo y atizarle yo otro en la boca del estómago (tenía ya la experiencia de no golpear en la cara con la mano cerrada porque ya me había roto los dedos en otra pelea)
Oía a los vecinos abrir las puertas de sus pisos para asomarse a ver qué pasaba y también escuché desde abajo la vocecita de una chiquilla de 18 años que trabajaba en una gestoría del entresuelo con la que yo había hecho amistad esa misma tarde, entonces yo tiraba a todo lo que se movía (joder, ahora también). Entre todo el torrente de imágenes y pensamientos que se dan en una situación de estrés así, me vi tomando una cerveza con la chica esa después de la pelea y ligando con ella soltándole cualquier rollo de tío duro y aprovechando la coyuntura --es lo que tiene el cerebro machista.
De vuelta al mundo real, la voz de la esposa sonaba menos aguda, más tranquila; parecía que el marido ya se había calmado un poco y que todo iba a acabar en un empate. El cerraría la puerta de un portazo y yo me iría en silencio de allí y todo por acabado en esa tarde.
Y una mierda. Era la calma que precedía a la tormenta.
Sin yo esperarlo para nada en absoluto, el marido saca la mano que tenía metida en el bolsillo con una navaja y hace un barrido de lado a lado, me da de refilón en la parte baja izquierda del abdomen. Como yo tenía mucho reflejos, me había pillado encorvándome yo para atrás ya y eso evitó que los males fueran mayores, pero con tanta adrenalina y el corazón latiendo a 15.000 pulsaciones por minuto, incluso de la herida más pequeña empieza a manar sangre a borbotones como una fuente.
Miro a la esposa del cornudo y ahora sí que grita desesperada que no me mate, que tiene que pensar en sus hijos, que tiene que pensar en sus hijos.
Ella cierra la puerta del piso como puede, sin mirarme a mí y mirándolo a él con cara de gatita lastimera (qué listas son las mujeres, amigos) y allí me quedo yo en el hueco de la escalera que parezco un cochino el día de San Martín. Siento un calor húmedo de la sangre que empapa la camiseta y los vaqueros. Me siento en los peldaños de la escalera en vez de salir corriendo.
Aún resuenan en mi mente las palabras y el gesto suplicando clemencia para mí de ella. Esa imagen no se me irá de la cabeza en mi vida.
Oigo a alguien de los pisos pedir que llamen a una ambulancia.
No sé el tiempo que pasé allí en esa posición.
La imagen de ella suplicando a su marido y el olor penetrante y nauseabundo de la sangre al secarse es lo que no puedo sacarme de la cabeza.