Llego a la cola del super con mi cesta de la compra y por las vísceras me sube una sensación, miro al cliente que espera mientras la cajera pasa sus artículos por el lector de códigos de barras sin parar cual autómata y me inquieto, me tenso, quiero acabar, terminar, que me cobre ya,joder ¿por qué? ¿tengo prisa? No, pero quiero salir de allí y Ohhhhh, al fin, mi turno.
Presta la cajera, sin mirarme apenas, me saluda con voz preprogramada y cantarina "holaaaa" me dice. Bip, bip, bip, pasa los artículos, bip, bip, "¡mierda!" -me digo- el puto lector no lee ese código y ahora tengo que esperar otros cinco segundos más. Paso el arco de seguridad y raudo veloz inicio la carga de mis compras en las bolsas. ¡Malditas bolsas! ¡no hay Dios que las abra sin más! Los artículos caen en cascada cajero abajo y los meto raudo veloz en las bolsas como un ladrón en una joyería y el bip bip, la caja registradora escribiendo con su chirriante sonido, el
hilo musical y el algarabío, miro la cola de la caja y veo caras de premura, impacientes tal que yo hace un instante, me quieren matar lo sé, desearían que mi cuerpo se volatirizara para poder adelantar unos segundos su trance de pasar por caja y largarse de allí. Sigo llenando bolsas cuando sin tregua escucho a la cajera decir en alto una cifra ¿qué hago, termino de meter la última lata de atún o saco la cartera ya? ¡qué atroces segundos de duda!
Saco la cartera y busco, ¿buscar los céntimos o entregar un billete grande? ¡Ni hablar! Eso conlleva más tiempo y por tanto más riesgo de morir atravesado por las miradas de los clientes del otro lado del mundo, quiero decir, del arco de seguridad. Billete grande y que se arregle la cajera. Termino de llenar y recibo el cambio y el ticket y al fin termina la pesadilla, el duro trance de pagar, de esperar en una tediosa cola un par de minutos de mi preciado tiempo. Las endorfinas me inundan como la heroína en las venas del adicto y respiro tranquilo. Al fin, Señor, al fin, y ahora a caminar en busca de la siguiente aventura del día, quizás esperar el puto autobús, pero como diría el Ende, esa es otra historia.